La Promesa: Catalina regresa viva y enfrenta a Leocadia en La Promesa

** Catalina regresa viva y enfrenta a Leocadia en La Promesa**

El tiempo había puesto su sello sobre La Promesa, llenando cada rincón de silencios que pesaban como piedras. Alonso, el marqués, se negaba a rendirse, aferrado a la idea de que su hija, Catalina, aún vivía. Tras meses de incertidumbre, una carta anónima le abrió los ojos a una verdad que heló su sangre: Catalina estaba viva, atrapada en algún oscuro sótano, y su rescate era ahora una cuestión de vida o muerte. El misterio y la traición se entrelazaban en cada pasillo del palacio, y el regreso de Catalina prometía sacudir los cimientos de todo lo que Leocadia había construido.

Cada día que pasaba sin noticias, la desesperación se apoderaba de los habitantes de La Promesa. Las esperanzas se desvanecían, y la ausencia de Catalina se sentía en cada comida, en cada amanecer silencioso. Adriano, que había confiado desde el principio en que su amiga regresaría, empezó a perderse en la rutina, caminando por los jardines como un espectro que buscaba en el horizonte cualquier señal de salvación. Sus noches eran largas y silenciosas; el sonido de sus pasos resonaba por los corredores vacíos, un recordatorio constante de la angustia que lo consumía.

Su tormento encontró un punto crítico cuando decidió enfrentarse a Alonso. Con voz temblorosa, pero determinada, le confesó que el silencio sobre Catalina no era natural: alguien lo estaba manipulando, ocultando la verdad. Alonso escuchó con calma, consciente del peligro, pero decidido a esperar el momento adecuado. Sabía que cualquier movimiento precipitado podía arruinar la oportunidad de liberar a su hija. Mientras tanto, Leocadia continuaba su manipulación con la paciencia de un depredador, asegurándose de que cada paso del marqués y de Adriano pareciera un juego inocente, mientras ella movía los hilos en la sombra.

Avance semanal de 'La promesa': Una inesperada visita hace temblar los  cimientos de La Promesa - La promesa

El destino intervino cuando un sobre misterioso llegó al despacho de Alonso. Un niño de las cuadras lo había encontrado, sin remitente ni firma, y su contenido señalaba una dirección en un barrio pobre de la ciudad: “La Sastrería Abandonada”. La tensión creció en Alonso hasta un nivel insoportable. ¿Sería una trampa o la clave para recuperar a Catalina? Sin perder un instante, se preparó para actuar con cautela, decidido a no alertar a nadie en el palacio y a enfrentar cualquier peligro que se presentara.

En la ciudad vecina, Alonso encontró el edificio en ruinas, rodeado de basura y maleza. Cada paso hacia la entrada temblorosa aumentaba su ansiedad. Con pistola y lámpara en mano, atravesó el chirriante umbral y comenzó a explorar el interior, hasta que un débil quejido lo guió hacia una trampilla oculta. Bajó con cuidado y descubrió a Catalina, encadenada, débil, su piel pálida y su mirada perdida en la oscuridad de la desesperación. Alonso, con el corazón roto y la rabia hirviendo en sus venas, liberó a su hija, sosteniéndola con cuidado mientras sus manos temblaban de alivio y furia.

El regreso a La Promesa fue tenso y silencioso. Alonso cubrió a Catalina con su abrigo, protegiéndola del frío y del mundo exterior. Solo María, la fiel criada, estaba despierta para ayudarles a preparar la habitación donde la joven se recuperaría. Nadie más debía saber de su regreso; la astucia de Leocadia era tan peligrosa que incluso un descuido podría poner en riesgo la vida recién recuperada de Catalina. La joven, débil y temblorosa, comenzó a despertar al atardecer, con los rayos de sol tiñendo la habitación de rojo. La presencia de su padre le devolvió un poco de fuerza, y entre lágrimas, relató su cautiverio: Leocadia y el Barón de Valladares habían planeado mantenerla oculta, manipulando su confianza para forzarla a renunciar a su herencia y ceder el control de La Promesa.

Catalina explicó cómo su secuestro había sido cuidadosamente calculado: cada visita del Barón y la constante vigilancia mantenían su espíritu en constante miedo. Alonso escuchaba con el corazón en un puño, sintiendo la mezcla de ira y alivio recorrer sus venas. Prometió protegerla, pero también juró que la justicia caería sobre los responsables. La precaución era ahora su arma más poderosa, mientras planificaba su movimiento para desenmascarar a los traidores.

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Los días siguientes estuvieron llenos de discreción estratégica. Alonso fingía normalidad frente a todos, mientras Leocadia, confiada en que su carta anónima había sido ignorada, se movía con su arrogancia habitual. Pero Alonso mantenía la mente alerta, planeando cada paso con precisión. Cuando finalmente reunió pruebas suficientes y convocó a todos en el gran salón, incluyendo a Leocadia y al Barón de Valladares, la tensión se podía cortar con un cuchillo.

El Sargento Burdina y dos soldados irrumpieron en el salón, anunciando el arresto de Leocadia por conspiración y secuestro. La sorpresa y el terror se reflejaron en el rostro de la Baronesa, mientras el Barón intentaba huir, solo para ser detenido por los soldados. Y entonces, Catalina apareció. Firme, pálida pero con la mirada llena de justicia, se enfrentó a su secuestradora y a los responsables. Su sola presencia fue suficiente para desmoronar los planes de Leocadia, quien comprendió que la venganza de Alonso y la recuperación de Catalina habían puesto fin a su reinado de manipulación y miedo.

El encuentro fue intenso, cargado de tensión y emoción. Alonso sostuvo a su hija, mientras ella le agradecía con un susurro lleno de alivio y gratitud. La justicia, finalmente, había alcanzado a quienes habían intentado destruir su familia. La fuerza de la verdad y del amor familiar se impuso sobre la maldad y la codicia, dejando claro que, en La Promesa, la esperanza puede renacer incluso en los momentos más oscuros, y que nadie puede subestimar la determinación de un padre que lucha por su hija.