La Promesa: Curro desenmascara a Lorenzo y Petra revive

SPOILER: Curro desenmascara a Lorenzo y Petra revive en ‘La Promesa’

La atmósfera en La Promesa se volvía tan espesa que parecía imposible respirar. Todo el aire estaba impregnado de miedo y de tragedia inminente. Las paredes, los suelos y hasta los techos parecían sudar tensión. En el corazón de la casa, Petra Arcos yacía entre la vida y la muerte, su cuerpo consumido por la fiebre y el veneno del tétanos. Cada respiración era un estertor, un suspiro robado al abismo. Jana y María Fernández luchaban contra el tiempo, aplicando paños fríos, intentando humedecer sus labios, rezando sin saberlo para que algo, cualquier cosa, la salvara. La dureza de Petra, aquella mujer temida y odiada, desaparecía bajo la fragilidad del ser humano que se aferra desesperado a la vida. En su agonía, todos se reconocían: desde los marqueses hasta los criados, comprendiendo que la muerte no distingue jerarquías.

A kilómetros de allí, Samuel cabalgaba con el alma en llamas. El suero antitetánico era la única esperanza y cada segundo que pasaba se convertía en un enemigo. No pensaba en el cansancio, ni en el peligro; solo en salvar a Petra. Su caballo, agotado, relinchaba, pero Samuel seguía adelante, con las riendas firmes y el corazón desbordado de urgencia. En su mente solo resonaba una frase: “el suero es vida”. Cuando finalmente llegó a La Promesa, el mundo entero parecía detenerse. Jana logró aplicar el medicamento a tiempo, y contra todo pronóstico, Petra sobrevivió. La muerte, una vez más, había sido derrotada, aunque por un margen mínimo.

Mientras tanto, en los pisos superiores, la casa se dividía entre silencios y tensiones. Martina, entregada al cuidado de los hijos de Catalina, encontraba consuelo en los niños. Les contaba cuentos, les cantaba y jugaba con ellos, devolviéndoles un poco de alegría. Pero su ternura chocaba con la rigidez de Jacobo. Para él, su comportamiento era impropio. La acusó de falta de decoro, de olvidar su lugar. Martina, herida en su orgullo, se rebeló. Le recordó que los niños necesitaban afecto, no disciplina. La discusión abrió un abismo entre ellos, revelando que hablaban lenguajes distintos: el de la autoridad frente al del corazón. Aquel enfrentamiento, más que resolver, consolidó la grieta emocional entre ambos.

En otro rincón de la casa, Manuel se preparaba para una conversación dolorosa. Citó a Toño en el despacho y, con el peso de la verdad en la mirada, le confesó que Enora lo había engañado. Los planos del aeroplano que ella le había mostrado no eran suyos, sino una copia defectuosa de un diseño antiguo y peligroso. Toño, al principio incrédulo, fue atando cabos. Las evasivas de Enora, sus silencios, todo cobraba un nuevo sentido. La traición cayó sobre él como una losa. El amor que sentía por ella comenzó a transformarse en rabia y desconcierto. El mundo que había construido junto a Enora se derrumbaba, dejando solo ruinas.

En la zona del servicio, Pía Adarre regresaba a su puesto de ama de llaves. Sin embargo, lo que debería haber sido un regreso victorioso se convirtió en una amarga batalla. Los antiguos lazos se habían roto. Santos, el hijo de Ricardo, la desafiaba con desdén, y Cristóbal, el nuevo mayordomo, la recibía con hostilidad. Las palabras entre ellos eran cuchillos disfrazados de cortesía. Pía, con su habitual serenidad, respondió con dignidad, defendiendo su labor y sus principios. Recuperó sus llaves y su título, pero sabía que su victoria era solo el inicio de otra guerra: la de reconstruir la confianza y el respeto de un personal dividido.

En el jardín, Curro vivía su propio tormento. Sentía que Ángela, la mujer que amaba, se alejaba sin explicaciones. Cada mirada esquiva, cada sonrisa forzada, le desgarraba el corazón. La vio hablar con Lorenzo, y algo en esa escena le heló la sangre. Ángela se mostraba sumisa, asustada. Cuando intentó hablar con ella, solo recibió evasivas y mentiras piadosas. Ángela, presa del miedo, callaba la verdad: Lorenzo la chantajeaba, amenazando con destruir a Curro si no aceptaba casarse con él. En un acto desesperado, ella fingó desamor, alejándolo para protegerlo. Pero su silencio fue más cruel que cualquier traición. Curro, roto, empezó a sospechar que algo oscuro se ocultaba tras esa frialdad repentina. Y pronto comprendió que el verdadero enemigo estaba dentro de su propia familia.

La noche cayó sobre La Promesa, cubriendo todo con una calma tensa. Toño, destrozado por la revelación de Manuel, buscó a Enora. La encontró en la biblioteca, fingiendo tranquilidad. Pero su serenidad solo alimentó la ira del joven. Le pidió explicaciones sobre los planos, y cuando la vio intentar mentirle de nuevo, la confrontó con toda la verdad. Enora intentó manipularlo, acusando a Manuel de celos, pero ya era tarde. Toño, con el corazón hecho pedazos, la desenmascaró frente a todos. Enora, acorralada, reveló sin querer su verdadero origen: era hija de Gregorio, el antiguo enemigo de los marqueses. La situación se volvió caótica; el engaño salió a la luz, y el escándalo sacudió los cimientos de la casa.

Mientras tanto, en un giro inesperado, Curro reunió el valor para enfrentar a Lorenzo. Lo acusó públicamente de amenazas y manipulaciones. Su denuncia cayó como un rayo en medio del marqués Alonso, que intervino para detener la confrontación. Sin embargo, la verdad ya estaba dicha. La máscara de Lorenzo se rompió, dejando al descubierto su ambición y crueldad. En ese mismo instante, Ángela, liberada del miedo, recuperó su voz y su libertad.

La Promesa, por primera vez en mucho tiempo, respiró aliviada. Petra, viva; Enora desenmascarada; Curro victorioso en su lucha moral. Pía retomaba su mando y Martina hallaba una nueva fuerza en su corazón. Pero la paz era frágil, un espejismo entre tormentas. Porque en La Promesa, cada respiro de calma es solo el preludio de otra batalla, y el eco de los secretos aún no revelados seguía vibrando entre sus paredes.