La Promesa: Curro huye, secreto destruye a Lorenzo
La calma en La Promesa parecía haberse asentado como una bruma engañosa, un espejismo de tranquilidad tras el caos reciente. Sin embargo, bajo esa superficie serena, las corrientes de intriga, dolor y secretos latentes se movían con más fuerza que nunca, amenazando con derrumbar los cimientos del palacio. Todo estallaría con la huida de Curro, el sacrificio por amor a Ángela y la revelación de un secreto devastador sobre Lorenzo que lo pondría contra las cuerdas.
Curro, atrapado entre el deber y el amor, había tomado una decisión desgarradora. Preparaba su maleta con una solemnidad casi ritual, como si cada prenda guardada fuese un clavo en el ataúd de la vida que conocía. Su intención era clara: abandonar La Promesa para salvar a Ángela del destino atroz que Lorenzo le tenía preparado. El recuerdo de la confrontación con el conde la noche anterior aún lo quemaba. En la biblioteca, Lorenzo, con su copa de coñac y su sonrisa cruel, había dejado claro que se casaba con Ángela únicamente para destruirlo a él. Su confesión no fue un desliz, sino un acto de maldad pura, un placer sádico en herir a Curro en lo más profundo. Ante esa crueldad, Curro se había humillado, suplicando por la libertad de Ángela a cambio de su propio exilio. Pero Lorenzo, con frialdad implacable, exigió ambas cosas: el destierro de Curro y la miseria de Ángela.
Mientras el joven organizaba su partida, una carta inesperada llegó a manos del marqués Alonso. Portaba el sello del barón de Valladares, y desde el momento en que la abrió, el marqués comprendió que contenía dinamita pura. En ella, el barón revelaba un secreto devastador: Lorenzo tenía un hijo ilegítimo oculto en un orfanato de Córdoba. Ese descubrimiento no era un simple chisme; era un arma capaz de destruir la reputación, el honor y las aspiraciones del conde. Alonso y Cruz, consternados, debatieron qué hacer con aquella información, conscientes de que la revelación desataría una tormenta en el seno de la aristocracia.
En paralelo, Manuel, intrigado por la actitud enigmática de Enora, descubrió una verdad que cambiaría su percepción de la institutriz para siempre. Espiándola en un encuentro clandestino, la vio entregar documentos a un hombre misterioso. La confrontó y obtuvo una confesión inesperada: Enora no era tal, sino Isabela de la Vega, hija de una familia arruinada por las intrigas de Lorenzo. Su llegada a La Promesa tenía un único objetivo: encontrar pruebas de los crímenes y secretos del conde para vengar a los suyos. Con la ayuda de un investigador, había confirmado la existencia del hijo ilegítimo de Lorenzo, el mismo dato que el barón había dejado en su carta. La pieza clave del rompecabezas encajaba.
La tensión crecía también en otros rincones del palacio. Petra, consumida por la culpa y el dolor, vagaba como un espectro, mientras Cristóbal sufría por la desaparición de Pía, a quien Alonso le exigió traer de vuelta a toda costa. Ángela, por su parte, enfrentaba la traición de su madre Leocadia, quien había aceptado la unión con Lorenzo como un sacrificio necesario para salvar a la familia. Entre lágrimas, la joven juró que jamás se casaría con él, aunque eso le costara la vida. Lope, decidido a proteger a su hermana Vera, encaró con firmeza a Federico, obligándolo a alejarse de ella, en una muestra de valentía que sorprendió incluso al propio cocinero.

En ese mismo clima de incertidumbre, Jana descubrió la ausencia de Curro y una nota que resumía todo su sacrificio: “Perdóname. Te quiero”. Desesperada, salió en su búsqueda, encontrándose con Manuel, que traía la revelación de Enora, y con su padre, que sostenía la carta del barón. Las piezas se unieron en un instante de claridad: todos sabían ya que el arma contra Lorenzo existía y estaba en sus manos. El marqués, con voz firme, ordenó que Curro fuese alcanzado antes de que se marchara, mientras preparaba una reunión general para enfrentar públicamente al conde.
Manuel alcanzó a Curro justo cuando este se adentraba en los bosques. Le explicó lo descubierto: Lorenzo tenía un hijo ilegítimo, su secreto saldría a la luz y no habría necesidad de exilio. Con lágrimas en los ojos, Curro aceptó regresar. En La Promesa, el gran salón se llenó de familia y servicio, convocados por Alonso bajo el pretexto de un anuncio sobre el compromiso entre Ángela y Lorenzo. El conde, seguro de su victoria, disfrutaba de la atención, convencido de que nada podía derribarlo.
Pero el marqués, desde lo alto de la escalinata, reveló el secreto: Lorenzo tenía un hijo llamado Rodrigo, escondido en un orfanato de Córdoba para ocultar la mancha en su linaje. El silencio fue absoluto, roto por un murmullo de escándalo que recorrió la sala. Lorenzo quedó petrificado, su máscara de arrogancia hecha trizas. Y entonces, Ángela, con firmeza renovada, rompió el compromiso en público, denunciando además las amenazas y chantajes del conde. Era la estocada final. Alonso lo expulsó de La Promesa, dándole hasta el amanecer para marcharse para siempre. Lorenzo salió derrotado, humillado y despojado de todo.
La caída del villano trajo alivio y reconciliación. Curro regresó a su cuarto, deshizo su maleta y se fundió en un abrazo con Jana, mientras Ángela lloraba de felicidad a su lado. Manuel, por su parte, inició una nueva etapa de confianza con Isabela, dejando atrás los secretos. Petra, tras una noche de fiebre, mostró los primeros signos de recuperación al ver que Lorenzo había caído. Incluso llegaron buenas noticias de Cristóbal: había encontrado a Pía y regresarían juntos. Lope consiguió alejar a Federico, devolviendo la paz a su hermana Vera. Y Simona, al descubrir un paquete con un broche de Catalina y una nota asegurando que estaba bien, pudo al fin respirar con alivio.
El amanecer sobre La Promesa fue diferente. Por primera vez en mucho tiempo, la calma no era un espejismo, sino real. Las heridas aún estaban abiertas, pero el futuro se presentaba lleno de esperanza. El secreto del hijo ilegítimo había destruido a Lorenzo, y con su derrota, el palacio podía renacer de sus cenizas. La Promesa había sobrevivido a la tormenta, y sus habitantes, fortalecidos por el dolor, estaban listos para construir un mañana mejor.