LA PROMESA – Lope descubre que Cristóbal le está robando sus recetas y lo expone públicamente.

Y en los próximos capítulos de la serie La Promesa, Lóe descubrirá por casualidad que Madame Cocot es en realidad Cristóbal y que el mayordomo ha estado copiando sus recetas para publicarlas en el periódico sin su autorización

La calma aparente en la Promesa estaba a punto de romperse de la forma más inesperada. Todo comenzó cuando Lóe, cruzando el pasillo principal con un periódico arrugado en la mano y el rostro enrojecido de indignación, decidió confrontar lo que ya no podía ignorar. Caminaba con paso firme, sin saludar a nadie, hasta que llegó a la cocina, haciendo resonar el eco de sus botas sobre los escalones de piedra. Al entrar, lanzó el periódico sobre la mesa con tal fuerza que los criados se sobresaltaron. La indignación era evidente en su voz mientras gritaba: “¡Otra vez han publicado una de mis recetas, y otra vez firmada por esa tal Madame Cocot!”

El silencio se adueñó del lugar. Todos los presentes se miraban entre sí, desconcertados. Lóe respiró hondo, intentando contener la rabia, pero sus ojos brillaban con fuego. “Esto no es solo un robo, es un insulto a mi trabajo. Esa mujer se está haciendo famosa con lo que yo he creado aquí dentro, y nadie parece preocuparse.” Uno de los ayudantes, con cautela, intentó sugerir: “¿Estás seguro, Lóe? Podría ser una coincidencia.”

Pero Lóe, elevando la voz con determinación, interrumpió cualquier duda. “Coincidencia no existe cuando la receta es idéntica. Esta tarta de patata con hierbas finas es mía: el modo de preparación, la forma de dorarla, hasta el condimento. Todo fue creado aquí, en esta cocina, y ahora aparece en el periódico como obra de una tal Madame Cocot.” Los criados permanecieron inmóviles, incapaces de reaccionar. Lóe, pasando las manos por el cabello, continuó: “No es la primera vez: el cordero albino, la crema de naranja y ahora esta tarta. Todas publicadas de la misma forma, con las mismas palabras. Solo alguien de aquí podría hacerlo.”

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Tomando nuevamente el periódico, mostró el titular con firmeza. “Mirad, todo está aquí, cada detalle. Esto no vino de fuera, vino de aquí, y voy a descubrir quién lo hizo.” Intentos de cambiar de tema fueron rápidamente frustrados por Lóe. “No sirve fingir que no habéis oído. Alguien aquí está filtrando mis recetas, y no descansaré hasta saber quién.” Caminó de un lado a otro, observando cada rostro, cada gesto, mientras repetía: “Estas recetas nacieron entre estas paredes. Pasé noches enteras probando, quemando, rehaciendo hasta lograr la perfección. Nadie tiene derecho a robar eso de mí.”

Apoyándose sobre la mesa, declaró con voz firme: “Sé que es alguien del palacio, alguien que tuvo acceso a la cocina, que me vio preparar cada plato y tomó notas. Solo así se explica la semejanza. Y voy a descubrirlo, uno por uno.” Los criados permanecieron callados, cada uno sintiendo la presión de las palabras de Lóe.

Con determinación, se acercó a los presentes y cruzó los brazos. “¿Quién envió las cartas al periódico? Vamos, responded.” Uno por uno, los criados negaron cualquier implicación: “Yo ni sé escribir bien, Lóe. Nunca envié nada a ningún periódico.” “Tampoco. Solo limpio y friego platos.” “Ni siquiera sé quién es esa mujer.” Las respuestas eran todas similares, rápidas y convincentes, pero Lóe no se dejaba engañar. “Todos lo niegan, claro. Pero alguien aquí miente.”

Uno de los ayudantes intentó justificar la situación: “López, trabajamos contigo todos los días. Si alguien hubiera hecho algo así, lo sabríamos.” Lóe, con la mirada fija y fría, replicó: “Puede que no lo sepáis, pero alguien anda observando demasiado. Alguien anota lo que hago y luego lo manda al periódico como si fuera la gran cocinera del país.” La tensión se volvió palpable. Un leve ruido de una cazuela cayendo al suelo rompió momentáneamente el silencio; Lóe se agachó para recogerla y advirtió: “¿Tenéis miedo? Deberíais, porque si descubro quién roba lo que es mío, se arrepentirá de cada palabra publicada.”

Intentos de minimizar la situación fueron rápidamente refutados. “No me subestiméis. Estas recetas fueron creadas con ingredientes que solo existen en esta despensa. El tipo de queso, las hierbas que cultivo, el toque de vino del marqués… esto no es casualidad, es traición.” Caminó pensativo por la cocina, mientras los demás permanecían inmóviles, hasta que finalmente decidió poner en marcha un plan para descubrir al culpable.

Días después, la tensión en la Promesa se volvió cotidiana. Lóe caminaba con semblante serio, durmiendo poco, comiendo menos, observando cada gesto de los presentes. Pasaba horas reorganizando la despensa, revisando notas, murmurando para sí mismo sobre el robo a su trabajo. Una mañana, mientras limpiaba cuchillos, Curro entró y le preguntó si seguía pensando en el periódico. Lóe suspiró: “Curro, esto no sale de mi cabeza. He trabajado toda mi vida en estas recetas, y ahora cada mes veo una nueva publicada como si fuera de otra persona. Madame Cocot debe estar riéndose de mí.”

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Curro intentó animarlo: “Entonces haz algo. Descubre quién te está robando y muéstraselo a todos.” Esas palabras encendieron algo dentro de Lóe. Comenzó a comportarse de manera diferente, creando un nuevo plato, un guiso de cordero con especias y miel, dejando la receta cuidadosamente escrita a propósito en la cocina. Fingiendo indiferencia, observaba los movimientos de los demás. Por la noche, regresó sigilosamente y se escondió, vigilando cada ruido.

Finalmente, la noche de la verdad llegó. Cristóbal, sin sospechar nada, entró a la cocina y comenzó a copiar la receta del papel. Lóe, conteniendo la respiración, dio un paso al frente. “Interesado en cocinar, señor Cristóbal?” El mayordomo se sobresaltó, y Lóe lo confrontó: “No sirve de nada negarlo. Dejé esa receta a propósito y mordiste el anzuelo. Tú envías las cartas al periódico. Eres el cómplice de Madame Cocot.”

Cristóbal intentó defenderse, pero Lóe le mostró el cuaderno lleno de copias, prueba irrefutable de su traición. “Mañana todos sabrán quién es el verdadero ladrón de la Promesa.” Alonso, testigo de la situación, dio la sentencia final: “Estás despedido desde este instante.” Cristóbal salió del palacio pálido y derrotado, mientras Lóe, aunque con el corazón pesado, sentía una justicia finalmente restaurada.

El alivio llegó cuando el caos de la cena pasó, y la verdad salió a la luz. Lóe, respaldado por la evidencia, recuperó no solo el reconocimiento por su trabajo, sino también el respeto que merecía. Curro lo felicitó, impresionado por la manera en que su amigo desenmascaró al traidor. Por primera vez en días, Lóe respiró aliviado, dejando atrás la sombra del periódico que antes lo humillaba. La justicia había triunfado, y la Promesa recuperaba un poco de su orden y honor.