LA PROMESA – María interrumpe el velorio de Petra y desenmascara a Leocadia delante de todos Avance
María, consumida por la desesperación y por el fervor de hacer justicia, decide presentar un acto de valentía inesperado: interrumpe el velorio de Petra para exponer públicamente las mentiras de Leocadia frente a todos los asistentes. En ese momento tan solemne y cargado de emoción, la atmósfera se transforma: el dolor mezcla confusión con furia, y cada palabra que pronuncia María retumba con intensidad.
Desde el principio, la escena se construye con tensión. En el velorio de Petra, el dolor invade el ambiente: flores, llantos, el silencio reverente que acompaña a quienes recuerdan a la difunta. La presencia de Leocadia —una figura con secretos oscuros— parece imponerse con autoridad, como si fuera parte imprescindible del cortejo fúnebre. Pero María aparece, inesperadamente, y rompe esa solemnidad con determinación.
Mientras los dolientes ofrecen sus condolencias y comparten recuerdos de Petra, María se eleva ante el público. Su voz, firme y resonante, reclama escuchar. Algunos murmuran; otros giran sus rostros sorprendidos; unos pocos intentan detenerla, pero ella continúa. Se abre paso entre las miradas de incredulidad, separando el velo del silencio con palabras cargadas de conflicto.
Entonces, María señala a Leocadia. Con valor, la acusa directamente de ser responsable —ya no sólo moralmente, sino en su acción concreta— del destino trágico de Petra. Implica que todo el dolor, las injusticias y la muerte misma de Petra no fueron accidentes ni coincidencias, sino el resultado de maquinaciones frías y calculadas, impulsadas por Leocadia. Exige que todos escuchen la verdad, que vean más allá de las apariencias.
Leocadia, atónita, ve cómo su máscara empieza a deslizarse. En ese instante, la tensión alcanza su punto máximo: los invitados se quedan paralizados. Algunos dudan de lo que escuchan; otros se cubren la boca con la mano, incapaces de procesar el choque emocional. Durante un momento, reina el silencio absoluto, más denso incluso que las lágrimas que siguen corriendo en el entorno mortuorio.
María rememora con detalle cómo Petra, en vida, había logrado descubrir pistas inquietantes relacionadas con Leocadia. Afirma que Petra había manifestado sospechas sobre las actividades de Leocadia, sobre mentiras, manipulación y amenazas veladas. Esa Petra inquisitiva, valiente, había hallado indicios que, en manos de Leocadia, eran piezas de un rompecabezas que ella intentó ocultar a toda costa.
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En su discurso, María menciona pruebas: documentos desaparecidos, testigos intimidándose, transacciones inconsistentes, silencios forzados. No se limita a una acusación vaga: concreta fechas, conversaciones secretas, amenazas de callar a quienes supieran demasiado. Cada oración está impregnada de una mezcla de dolor, indignación y convicción. Busca que los presentes no solo la escuchen, sino que despierten, que duden de lo que antes tomaban como verdad y se unan a su clamor.
El choque entre María y Leocadia es inevitable. Leocadia, incapaz de responder con justicia, lanza excusas: insiste en que Petra tuvo fantasías, que exageraba, que hablaba sin fundamentos. Trata de desacreditarla incluso desde la tumba, usando gestos de conmoción fingida, lágrimas escénicas, reproches de ingratitud hacia Petra. Pero María no cede. Bajo la mirada helada y firme de Leocadia, insiste una y otra vez: ¿por qué Petra calló tantas verdades? ¿Quiénes se beneficiaban con su silencio?
El público se fragmenta: unos la defienden, otros dudan, muchos se sienten traicionados, y un puñado mira con recelo a Leocadia por primera vez. La tensión latente se convierte en convulsión emocional: algunos se inclinan hacia María, como si reconocieran en su palabra la liberación de una mentira colectiva; otros se aferran a Leocadia, convencidos de que todo es un engaño orquestado. En medio de ese escenario convulso, María exige que las autoridades actúen, que inspeccionen documentos, que se hagan declaraciones oficiales, que se revele lo que Petra sabía.
Mientras tanto, Leocadia no se queda quieta. Entre sollozos calculados y reproches teatralizados, trata de sembrar dudas: insinúa que María tiene rencor personal, que lo hace por venganza, que exagera para obtener simpatías. Apunta que Petra no era perfecta, recuerda episodios oscuros de su pasado. Pero María la confronta: le reclama por sus métodos, por sus silencios cómplices, por su uso de secretos y amenazas. Contradice cada insinuación, la acusa de querer comprar voluntades, de silenciar voces incómodas, de manipular a todos para que su versión prevalezca.
En este momento, un testigo emergente se anima a hablar: alguien que escuchó amenazas de Leocadia hacia Petra, alguien que presenció una conversación manuscrita, alguien que sabe que ciertos documentos estaban bajo custodia, que desaparecieron luego de encuentros turbios. Al hacerlo, ese testigo respalda la acusación de María. El efecto es inmediato: murmullos, incredulidad, miradas que se cruzan, rumores que estallan. El velorio —que se suponía una despedida respetuosa— se transforma en una escena de confrontación pública.
María aprovecha ese instante de conmoción para elevar el volumen de su reclamo: exige que quienes guardan silencio rompan esa barrera, que se atrevan a hablar, que no teman las represalias. Insiste en que Petra merecía que su verdad saliera a la luz, que su memoria no sea profanada por falsedades. Sus palabras, cargadas de pasión, conmueven corazones. Aquellos que habían venido a llorar ahora escuchan testimonios, revelaciones, acusaciones tan poderosas que transforman su pena en indignación.
Al final del avance, la escena queda suspendida en la incertidumbre: ¿qué hará Leocadia? ¿Cómo responderá la congregación? ¿Actuarán las autoridades? ¿Se destapará toda la trama detrás de la muerte de Petra? Lo que estaba destinado a ser un momento solemne de despedida se ha convertido en el epicentro de una batalla por la verdad, en un duelo público entre María y Leocadia, en el escenario donde las máscaras comienzan a caer y los secretos anhelan salir a la luz.
Este adelanto muestra cómo María se erige como una fuerza imparable: no se conforma con el silencio ni con el luto pasivo. Decide intervenir, romper las reglas del duelo, confrontar con valentía a Leocadia ante testigos y evidencias. En ese choque dramático, emerge no solo la necesidad de justicia para Petra, sino también la llamada a que todos quienes saben algo se atrevan a revelar lo oculto.