LA PROMESA – Petra revela que no puede ser despedida y desenmascara a Leocadia frente a todos Avance
Petra se Rebela: La Venganza que Hará Temblar a La Promesa
En los próximos capítulos de La Promesa, el palacio será testigo de una de las escenas más impactantes de toda la serie. Petra Arcos, la gobernanta que durante tres décadas ha servido con lealtad inquebrantable, se convierte ahora en el centro de una tormenta de secretos, traiciones y justicia. Lo que comienza como un simple despido se transforma en un acto de rebelión que sacudirá los cimientos del lugar y pondrá fin al reinado de terror de Leocadia de Moreda y su fiel cómplice, Cristóbal.
Todo se inicia una mañana gris, cuando Cristóbal llama a Petra a su despacho. El tono es seco, casi mecánico. “Cierra la puerta, por favor”, ordena sin mirarla. Sobre la mesa, una carpeta repleta de documentos espera como sentencia. “Tienes hasta mañana para dejar el palacio. Estás despedida.” La frase cae como un golpe de martillo. Petra lo observa sin pestañear, pero sus ojos arden de indignación. “Treinta años de mi vida dedicados a esta casa, y me despiden como si fuera un mueble viejo”, replica con voz firme.
Cristóbal intenta justificarse. “Son órdenes del palacio.” Pero Petra no tarda en descubrir la verdad. “¿Órdenes de quién? No del marqués, eso lo sé.” La tensión crece hasta que él confiesa: “Leocadia lo ha decidido.” Y entonces, la gobernanta suelta una risa helada. “Así que es ella quien me quiere borrar de la historia. Pero no se libra tan fácilmente.”
Con cada palabra, Petra deja entrever que guarda un secreto, algo que puede destruir a quienes la subestiman. “Conozco cada piedra, cada rincón de este palacio. Y también todo lo que Leocadia oculta.” Cristóbal intenta mantener la compostura, pero su voz tiembla. Ella, en cambio, no se inmuta. “Si mañana intentan echarme a la fuerza, todos sabrán lo que sé”, sentencia antes de marcharse, dejando al mayordomo hundido en un silencio cargado de miedo.

En la cocina, Candela y López se estremecen al verla entrar. “¿Es cierto que se va?”, pregunta Candela. “Eso quisieran ellos, pero aún no he dicho mi última palabra”, responde Petra, altiva. María Fernández también se acerca, preocupada. “He oído rumores… ¿te irás?” Petra la mira con serenidad. “Lucharé por lo que es justo. Mientras la verdad esté conmigo, nadie podrá derribarme.”
La tensión alcanza su punto máximo al caer la tarde. En el pasillo principal, Leocadia se enfrenta cara a cara con la mujer que creía sometida. “Quiero las llaves del palacio mañana mismo”, exige. Petra da un paso al frente. “Cuando el marqués me lo pida, no antes.” “Estás jugando con fuego”, advierte la villana. “Y usted olvida que no soy ceniza”, responde Petra con calma glacial. Las dos mujeres se observan como depredadoras. El aire parece cortarse con cuchillo.
En ese momento, Cristóbal aparece, nervioso, avisando que el marqués requiere la presencia inmediata de Leocadia. Antes de marcharse, Petra lanza una frase que resonará como profecía: “La verdad está más cerca de lo que imaginas.”
Ya sola, Petra se encierra en la ropería. Abre un cajón antiguo y saca una caja de lata: dentro, un manojo de cartas y un pequeño frasco envuelto en un paño. “Esto casi me destruyó, ahora salvará esta casa”, murmura. La rabia se transforma en plan. No será víctima, será verdugo.
Horas más tarde, Cristóbal la busca desesperado. “Si mañana no entregas las llaves, llamaré a los guardias.” Ella lo desafía: “¿Guardias para echarme o cómplices para seguir encubriendo tus crímenes?” La tensión estalla. Petra saca las cartas y el frasco. “Aquí están tus firmas, tus sellos, tus mentiras. Tú llevaste las órdenes de Leocadia, tú trajiste el frasco que envenenó a Hannah.” Cristóbal palidece. “Eso no prueba nada.” “Prueba demasiado”, replica ella. “La carta, el recibo, el sello de la botica… todo coincide. Lo negarás, pero la verdad tiene más fuerza que tu miedo.”
Cristóbal intenta arrebatarle el frasco, pero Petra esquiva su intento con firmeza. “Basta. Mañana todo saldrá a la luz.” Él la amenaza: “Te hundirás conmigo.” Ella responde con fría determinación: “Ya estuve al borde del abismo una vez. No temo caer, temo callar.”
Esa noche, Leocadia lo convoca. “Haz lo mismo que hiciste con el cochero”, ordena, refiriéndose al misterioso accidente ocurrido meses atrás. “Petra debe desaparecer.” Pero Cristóbal, quebrado, no puede obedecer. Deja caer el cuchillo que llevaba escondido. “No seré capaz”, confiesa. “Entonces no me estorbes”, replica Petra.
Al amanecer, Petra busca a Pía y Manuel. “Esta noche, en la cena, la verdad se sentará a la mesa”, anuncia. Les muestra las pruebas. Manuel se queda sin aliento al descubrir la magnitud del engaño. “¿Por qué no hablaste antes?”, pregunta conmovido. “Porque sin pruebas habría muerto en vano”, responde ella. “Pero hoy Hannah tendrá justicia.”
La noche cae y el salón luce impecable. El marqués Alonso preside la mesa, sin sospechar que está a punto de presenciar la caída de su enemiga más peligrosa. Leocadia llega radiante, segura de su poder, mientras Cristóbal tiembla al servir los platos. Entonces, Petra se levanta. “Pido permiso para hablar.” “Estás despedida, no tienes voz aquí”, espeta Leocadia. “La tengo mientras guarde lo que intentaste borrar”, replica Petra.
Coloca sobre el mantel tres cartas y un frasco lacrado. “Estas órdenes salieron de tus manos, Leocadia. Aquí mandas preparar la mezcla que envenenó a Hannah. Y este recibo lleva la firma de Cristóbal.” Todos se quedan paralizados. Alonso exige una explicación. Cristóbal intenta mentir, pero termina admitiendo: “Sí, parece mi letra.”

Leocadia pierde el control. “¡Mentira! ¡Todo es un montaje!” Pero Petra no se deja intimidar. “Yo serví esta casa antes de servirte a ti. Y he visto lo que hiciste. Hannah te suplicó respeto. Tú le diste bala y veneno.” Manuel se levanta furioso. “¡Eso es asesinato!” Alonso ordena traer a Burdina, el sargento, que entra acompañado de dos guardias. “He oído suficiente”, declara. “Leocadia de Moreda, queda arrestada.”
El salón se sume en un silencio sepulcral. “Haz algo, Cristóbal”, grita Leocadia desesperada. Pero él, hundido en lágrimas, solo alcanza a decir: “Ya hice demasiado obedeciéndote.” Los guardias se la llevan entre gritos y amenazas. “¡Esto no quedará así!”, vocifera mientras desaparece por el pasillo.
Petra, exhausta, sostiene el frasco y lo entrega a Burdina. “A partir de hoy, nada volverá a las sombras.” El marqués se levanta, conmovido. “Gracias, Petra. Has devuelto el honor a esta casa.” Ella inclina la cabeza con humildad. En la mesa, Pía rompe a llorar. Candela y López aplauden suavemente, seguidos por todos los presentes. No es celebración, sino reparación.
El palacio, por fin, respira. Después de años de mentiras, el aire huele a justicia. Petra, con los ojos brillantes, observa el amanecer desde el gran ventanal. “Hannah, ya puedes descansar”, susurra. Y así, entre silencio y dignidad, La Promesa se sacude la oscuridad, mientras el nombre de Petra Arcos queda grabado como símbolo de verdad, coraje y redención. 🌹