LA PROMESA – RICARDO DEJA A TODOS EN SHOCK: ¡UNA CARTA REVELA EL SECRETO QUE LO DESTRUYE TODO!
** La promesa avances. Manuel descubrirá la verdad que cambiará todo**
El sol aún se ocultaba detrás del horizonte cuando Manuel entró en el hangar, con las manos manchadas de grasa y el corazón latiendo con fuerza, presionado por la tensión que llenaba el aire, cargado de secretos y sospechas no reveladas. Miró a Toño a los ojos y, con voz grave y firme, le confesó que la desaparición de Nora no parecía natural, que había algo mucho más oscuro y peligroso detrás de su repentina ausencia. Toño, concentrado hasta ese momento en ajustar un tornillo, se detuvo y permaneció en silencio, esperando que su propia conciencia hablara. Pero no ocurrió nada, y con sinceridad por primera vez, admitió que quizá era hora de reconsiderar la boda: no podía casarse con una mujer que desaparecía sin dar explicaciones y luego regresaba como si nada hubiera pasado.
Manuel cruzó los brazos, reflejando su decepción, mientras Toño reconocía que algo no encajaba. Sin demora, Manuel le ordenó interrogar a Enora cuando regresara, mirándola directamente a los ojos, cuestionándola sobre dónde estuvo, con quién y por qué. La advertencia fue clara: si mentía, la verdad siempre encontraría su camino, sin importar los silencios que intentara mantener.
A la mañana siguiente, Enora apareció con el cabello desordenado y la camisa arrugada, intentando disimular el cansancio y la incomodidad. Caminaba por el patio con pasos inseguros, mientras Toño se acercaba con voz firme para exigirle explicaciones. Ella mintió, alegando que había estado en casa de una amiga, pero Toño, con mirada impasible, le recordó que todo importaba: alguien la había visto con una maleta en el camino. La tensión creció mientras insistía en obtener la verdad. Enora intentó justificarse, diciendo que necesitaba tiempo para reflexionar, pero Toño respondió con frialdad: lo que le preocupaba era lo que respiraba lejos de él, percibiendo en su silencio una confesión apenas disimulada.
El enfrentamiento continuó: Enora, temblando, preguntó de qué se le acusaba, y Toño respondió que no la acusaba, solo esperaba que pudiera convencerlo de que estaba equivocado. A pesar de sus insistencias, Toño subrayó que sus explicaciones estaban llenas de vacíos. Cuando ella sugirió tomarse un tiempo, él suavizó los rasgos y admitió que la confianza también necesitaba espacio. Sorprendida, Enora preguntó si realmente lo creía, y Toño asintió con una pequeña sonrisa que era solo una máscara. El contacto entre ellos permaneció frío y firme: un gesto más de observador que de quien aún sentía algo, mientras Manuel, silencioso, lo miraba con complicidad.
Al día siguiente, el sol iluminó apenas el cielo y Toño, incapaz de encontrar paz, bajó al patio decidido a observar antes de actuar. Vio a Enora caminar sola entre los jardines, tranquila para alguien que había mentido pocas horas antes. Su instinto le dijo que esa calma no era inocente. La siguió discretamente y, oculto tras los rosales, vio aparecer a Leocadia, envuelta en un chal oscuro. Toño escuchó la conversación entre madre e hija: la siembra del plan estaba hecha y solo faltaba eliminar a Manuel y Alonso, los últimos obstáculos antes de que pudieran apoderarse de todo.
La tensión aumentó cuando Leocadia reprendió a Enora, recordándole que sentimientos y planes no podían mezclarse. Ningún heredero podía nacer de esa relación, y Manuel debía seguir siendo útil hasta que dejara de serlo. Enora, con una mezcla de miedo y atracción por Manuel, asintió con firmeza, comprendiendo que su corazón no podía interferir en los planes de poder de Leocadia. Toño, observando desde la distancia, contuvo la rabia al ver cómo manipulaban a todos a su alrededor. Corrió hacia el hangar y encontró a Manuel concentrado en los planos del avión. Con voz tensa y urgente, le informó de la traición: Enora estaba mintiendo y aliada con Leocadia, quienes planeaban eliminarlo a él y al marqués para quedarse con todo.
Manuel quedó boquiabierto, procesando la gravedad de la situación. Todo empezaba a encajar: las desapariciones, las llamadas misteriosas, las miradas sospechosas… todo había sido planeado con antelación. Decidieron actuar inmediatamente. Una trampa debía desenmascarar a las dos conspiradoras frente a todos. Horas después, el salón principal del palacio se preparó para la reunión. Alonso, intrigado, aceptó asistir, mientras Manuel y Toño se aseguraban de que Enora y Leocadia ingresaran sin sospechar el peligro que se avecinaba.

Alonso preguntó impaciente la razón de la reunión. Manuel respondió que se trataba de un asunto grave que podría cambiar el rumbo de la promesa. Fue entonces cuando Toño intervino, anunciando que había escuchado y presenciado pruebas del plan de Enora y Leocadia para deshacerse de Manuel y del marqués. La sala se sumió en un silencio absoluto. Alonso no podía creerlo. Leocadia intentó mantener la calma, alegando que se trataba de un invento, pero Manuel presentó las pruebas: documentos, cartas falsificadas y notas detallando el plan de manipulación.
El rostro de Leocadia se tornó pálido y, antes de que pudiera reaccionar, Burdina entró con dos guardias. Las mujeres fueron arrestadas, mientras Enora, aterrada, suplicaba explicaciones. Manuel se acercó con mirada dura y le recordó que obedecer órdenes no justificaba sus actos: había elegido el lado equivocado. La tensión se disipó lentamente, dejando un silencio pesado y cruel. Alonso, todavía conmocionado, agradeció a Manuel, quien respondió humildemente que lo había hecho por todos aquellos que aún creían en la promesa de un lugar justo.
Toño permaneció inmóvil, procesando la traición y la verdad que había salido a la luz. Las lágrimas contenidas brotaron lentamente, mientras comprendía que el amor ciego y la mentira podían ser igual de destructivos. En el patio, el sonido de los carruajes llevándose a Enora y Leocadia desapareció entre el eco de las puertas cerrándose. Manuel y Toño compartieron un momento silencioso, conscientes de que la verdad, aunque dolorosa, era siempre el camino más noble. La promesa había sobrevivido a otra amenaza, y el palacio recuperaba poco a poco la calma, listo para continuar su historia.