LA PROMESA – URGENTE: El FALSO Sacerdote Samuel es EXPULSADO del PALACIO tras DESCUBRIR su ENGAÑO

Título: “El falso sacerdote: la traición más impía que estremecerá La Promesa”

Prepárense, porque lo que están a punto de descubrir desmantelará los cimientos mismos del palacio. Una traición tan calculada, tan perversa y blasfema que pondrá en duda la fe, la confianza y el alma de cada uno de los habitantes de La Promesa. Todo comienza con un detalle aparentemente insignificante: unas marcas en una cerradura. Pero ese simple hallazgo abrirá la puerta —literal y simbólicamente— a la verdad más atroz que jamás haya ensombrecido la mansión de los Luján.

Era una mañana tranquila. Pía y María Fernández, fieles a su rutina diaria, entran al despacho del marqués para limpiar y dejarlo en orden. Sin embargo, al acercarse al escritorio, ambas perciben algo extraño: las finas marcas metálicas alrededor de la cerradura de la gaveta principal. No es un descuido, no es un accidente. Alguien ha estado intentando forzarla, y no una sola vez. Pía, con su experiencia de años al servicio del palacio, lo nota enseguida. María, al examinarla más de cerca, siente un escalofrío. “Esto es reciente”, murmura Pía. Y en ese instante, las dos mujeres comprenden que hay un ladrón entre ellos… o algo mucho peor.

Mientras intentan entender quién podría haber cometido semejante atrevimiento, un nombre se desliza en el aire como una serpiente venenosa: el padre Samuel. Un hombre respetado, aparentemente piadoso, que llegó al palacio semanas atrás con el aura de un enviado de Dios. Pero cuando Pía menciona su nombre, el color abandona el rostro de María Fernández. Su respiración se corta, su cuerpo tiembla. Pía lo nota de inmediato. La joven intenta negar lo evidente, pero su silencio la delata. Finalmente, entre lágrimas y culpa, confiesa el secreto que ha guardado durante semanas: el padre Samuel no solo la consoló en un momento de debilidad, sino que la sedujo. El hijo que ahora crece en su vientre es de él.

La Promesa: Samuel se presenta por sorpresa en palacio

Esa revelación deja helada a Pía. Lo que María describe no es un desliz ni un pecado de carne: es la prueba de que Samuel jamás fue un verdadero sacerdote. Ningún hombre consagrado a Dios rompería así sus votos, y mucho menos escondería su pecado tras promesas vacías. El rostro de Pía se endurece: lo que parecía un asunto personal se transforma en una amenaza para todos. María, devastada, comienza a comprender que su amante no fue un hombre débil, sino un impostor que usó su fe y su vulnerabilidad como armas.

A partir de ese momento, ambas mujeres comienzan a observarlo con nuevos ojos. Samuel no se comporta como un siervo del Señor, sino como un espía. Hace preguntas sobre los bienes del marqués, sobre los títulos de propiedad de Curro, sobre los documentos más importantes del palacio. Siempre muestra demasiado interés en los asuntos materiales. Y cuando cree que nadie lo ve, su mirada cambia: se vuelve fría, analítica, casi depredadora.

Alarmada, Pía comparte sus sospechas con Curro y don Alonso. La historia parece imposible de creer… hasta que los hechos hablan por sí solos. La cerradura forzada, las preguntas de Samuel, su comportamiento extraño. Don Alonso ordena una investigación inmediata: envía un telegrama al arzobispado de Sevilla para verificar la identidad del sacerdote. Las horas se vuelven eternas. Cuando finalmente llega la respuesta, el golpe es devastador: no existe ningún padre Samuel en los registros eclesiásticos. La Iglesia nunca envió a nadie con ese nombre a La Promesa.

Todo era una farsa. El hombre que bendecía sus comidas, que escuchaba confesiones, que predicaba sobre el perdón, no era más que un impostor con sotana.

El marqués, Manuel y Curro trazan entonces un plan. No lo confrontarán de inmediato; quieren atraparlo en el acto, con pruebas irrefutables. Esa noche, el palacio duerme… pero tres hombres esperan ocultos en la oscuridad del despacho. La tensión es tan densa que apenas pueden respirar. Pasan las horas hasta que, poco después de la medianoche, la puerta se abre con sigilo. Una sombra se desliza dentro. Es Samuel. Ya no lleva el atuendo sagrado, sino ropa negra. En su mano, un abridor de cartas reluce débilmente. Se arrodilla frente al escritorio e intenta abrir la gaveta.

Entonces, una voz retumba: “¡Ahora!”. Las luces se encienden y tres figuras emergen de entre las sombras. Samuel queda paralizado, el rostro desencajado. Manuel lo llama impostor, Curro le bloquea la salida y don Alonso lo encara con una frialdad que corta el aire. “Así que aquí está el santo ladrón que predicaba sobre la verdad”, le dice el marqués. “Dígame, ¿qué evangelio enseña a robar de noche?”. Samuel balbucea excusas absurdas, pero nadie le cree. La evidencia es irrefutable. Lo sujetan entre Manuel y Curro, y lo arrastran por los pasillos hasta el gran salón, despertando a todo el palacio.

La Promesa - Samuel confiesa a María quién es la persona que le delató

El espectáculo que sigue es digno de una tragedia. Criados y señores, todos reunidos, contemplan cómo el supuesto sacerdote es expuesto ante ellos. Don Alonso lo acusa públicamente: “Este hombre no es quien dice ser. Es un impostor que ha profanado nuestro hogar y nuestra fe.” Un murmullo de horror recorre el salón. Algunos lloran, otros se persignan, incapaces de aceptar que aquel hombre que los absolvió de sus pecados no tenía ningún poder para hacerlo.

Las confesiones, las bendiciones, las oraciones… todo fue una mentira. Candela llora al recordar los secretos que le confió; Simona se siente traicionada por haber abierto su alma ante un fraude. Incluso Ángela, con su embarazo avanzado, se estremece al pensar que su hijo fue “bendecido” por un impostor. Pero la más destruida es María Fernández. A través de las lágrimas comprende que el padre de su hijo no es un hombre de fe, sino un delincuente que utilizó su amor y su devoción para infiltrarse en el corazón del palacio.

Don Alonso exige silencio. Sabe que el caos puede desatarse en cualquier momento. “Este hombre nos engañó a todos, pero ahora tendremos respuestas”, declara con voz solemne. Sin embargo, antes de que pueda continuar, Samuel juega su última carta: intenta convencer a todos de que ha sido víctima de una conspiración. Asegura que Don Alonso lo quiere desacreditar porque sabe demasiado sobre la familia. Pero sus palabras suenan huecas, vacías. Curro, con una mezcla de furia y desprecio, saca el telegrama del arzobispado y lo lee en voz alta ante todos: la prueba definitiva de que Samuel nunca fue sacerdote.

La verdad cae sobre los presentes como un trueno. El engaño ha terminado. El hombre que se hacía llamar padre Samuel no era más que un ladrón disfrazado de siervo de Dios, un manipulador que entró en La Promesa con un propósito oscuro. Su máscara ha caído, y bajo ella solo queda la corrupción, la mentira y la codicia.

Pero la historia no termina aquí. Porque si algo ha demostrado La Promesa, es que cada pecado tiene su castigo, y cada traición, su precio. Y el precio que Samuel deberá pagar… será más alto de lo que jamás imaginó.