LA PROMESA Viernes 7 de noviembre a las 18:45 h Avance del episodio 711 || Serie de TVE
Petra Arcos: el día en que cayó la leal guardiana de La Promesa
El viernes 7 de noviembre marcará un antes y un después en La Promesa. Lo que parecía un episodio más se convertirá en el golpe más devastador que ha recibido el palacio en mucho tiempo. Porque aunque todos los vientos apuntaban hacia un final inevitable, cuando llega la tragedia, duele como si nadie la hubiera visto venir. En el capítulo 711, Petra Arcos —la mujer que sostuvo la casa durante décadas con disciplina y lealtad— será traicionada por la mano que más desprecia: la de doña Leocadia. Y lo hará sin gritos, sin escándalos, pero con una dignidad que dolerá más que cualquier palabra.
Todo empieza con el veneno que Leocadia lleva semanas vertiendo, no solo en los frascos del doctor Cristóbal Ballesteros, sino en el alma de los que la rodean. Su objetivo estaba claro desde hace tiempo: deshacerse de Petra, apartar de su camino a la última testigo de los crímenes del pasado y eliminar cualquier sombra que pueda amenazar su poder. En el episodio anterior ya vimos cómo manipuló al médico, acusando a la ama de llaves de inepta, de torpe, e incluso de haber tenido el descaro de sudarle encima mientras la peinaba. Una humillación calculada, una puñalada disfrazada de comentario inocente.
En el capítulo de este viernes veremos el resultado de su intriga. Cristóbal, frío y distante como siempre, cumplirá su papel de verdugo silencioso. Llamará a Petra a su despacho y, con voz neutra, le comunicará la sentencia: “Lo siento, señora Arcos, pero se ha decidido prescindir de sus servicios”. No hay apelación, no hay explicación. Petra lo escucha sin pestañear, como si el mundo se detuviera a su alrededor. No protesta, no suplica. Solo asiente, con los ojos empañados por lágrimas contenidas, y se encierra en su despacho. Allí, cuando nadie la ve, el muro se derrumba. Llora. Llora por los años entregados, por la fidelidad que no le ha sido devuelta, por una casa que ahora la trata como material averiado.

Es entonces cuando entra el padre Samuel, y la encuentra destrozada. Le pregunta con voz preocupada qué ha pasado. Petra, sin poder mirarlo a los ojos, apenas consigue pronunciar dos palabras: “Es el fin”. Pero esa frase encierra toda su vida, su identidad, su sentido de pertenencia. Lo pierde todo: el respeto, el techo, el propósito. Para Petra, ser despedida de La Promesa no es solo perder un empleo, sino perderse a sí misma.
Mientras ella se desmorona en soledad, Leocadia celebra su victoria. Desde el gran salón, la marquesa viuda observa el palacio con una sonrisa de triunfo. Ha logrado lo que llevaba semanas tramando: tener el control absoluto. El mayordomo a su favor —y quizá en su cama—, su hija de regreso bajo su influencia, Beltrán dispuesto a casarse con Ángela, y Jacobo convertido en su fiel servidor, apoyando cada una de sus decisiones sin cuestionar nada. Leocadia se siente invencible. Fija la fecha de la boda con la frialdad de quien firma una sentencia de muerte, porque en La Promesa cada vez que ella gana poder, alguien paga un precio muy alto. Y su próxima víctima ya tiene nombre: Ángela.
Mientras tanto, lejos de las intrigas nobles, el hangar del palacio se convierte en un nuevo campo de batalla. Manuel, siempre empeñado en hacer prosperar su proyecto, empieza a darse cuenta de que su última decisión ha sido un error. Don Luis, el ensamblador recomendado por Enora, no cumple con lo prometido. Los motores no están listos, los plazos se incumplen y el caos amenaza con arruinarlo todo. Toño, resentido por su ruptura sentimental, aprovecha el fallo para lanzarle reproches a Enora. La tensión entre ambos crece y el ambiente se enrarece. Manuel intenta mantener la calma, pero entre la frustración profesional y las heridas del corazón, el joven marqués está al borde de perder el control.
Don Alonso, al enterarse de la situación, lo encara con ese tono mezcla de decepción y autoridad paternal. “¿Estás seguro de tu elección, hijo?”, le pregunta. Manuel guarda silencio, porque por primera vez empieza a dudar de sí mismo, de su juicio, incluso de su capacidad para dirigir el futuro del hangar. Todo lo que parecía un sueño se desmorona. Y, como siempre en La Promesa, detrás de cada error hay una mano oculta. La de Enora, la pelirroja francesa, cuyas intenciones nunca son tan claras como parecen.
Pero el drama no se detiene ahí. En los pasillos del palacio, María Fernández vive su propio tormento. Su embarazo, oculto entre el miedo y la culpa, se convierte en una carga insoportable. No puede dormir, no puede respirar con tranquilidad. Cada paso que da está marcado por la vergüenza y por el temor a que alguien descubra la verdad. El padre Samuel vuelve a acercarse a ella con compasión. “No estás sola, hija. Dios siempre deja una salida”, le dice. Pero María, con la mirada perdida, le responde en voz baja: “No puedes ayudarme, padre. Esto tengo que resolverlo yo sola”.
El sacerdote, alarmado, le pregunta si acaso está pensando en hacer algo irreversible. Ella guarda silencio. Ese silencio helado que dice más que cualquier confesión. Lo que Samuel no sabe es que la desesperación de María ha llegado a un punto sin retorno. Pía, que conoce demasiado bien lo que es vivir bajo la presión del miedo, intenta sostenerla, pero sabe que el desenlace puede ser trágico. Y mientras tanto, Teresa, ajena a todo, malinterpreta la cercanía entre María y el padre Samuel, creyendo que revive una antigua relación. No imagina que detrás de esas miradas hay un secreto que podría destruirlos a todos.

Y por si el drama no fuera suficiente, un nuevo misterio se extiende entre las paredes del palacio: el enigma de Madame Cocot. Las recetas de López siguen apareciendo en el periódico firmadas bajo ese seudónimo, y la fama de la misteriosa chef no deja de crecer. En las cocinas ya no se habla de otra cosa. Lolo le confiesa a Vera que incluso Cristóbal Ballesteros ha empezado a interesarse por el tema, preguntando si el cocinero tomará medidas contra quien se esconde tras ese nombre. Pero lo que más inquieta a todos es la posibilidad de que el propio Rasputín sepa más de lo que aparenta. Las cocineras, intrigadas y temerosas, deciden pedir ayuda a Manuel, convencidas de que solo él puede llegar al fondo del asunto. Lo que comenzó como una anécdota culinaria podría terminar revelando un traidor dentro del palacio, quizás incluso entre los nobles.
Y mientras el ambiente hierve entre secretos, traiciones y despedidas, una relación más se tambalea: la de Jacobo y Martina. Lo que antes era un romance elegante se ha convertido en una tormenta constante. Jacobo, cada vez más celoso y paranoico, empieza a obsesionarse con las cartas de Catalina y con la idea de que su prometida le oculta algo. Cuando Martina le confiesa que ha hablado con Adriano sobre sus problemas, él estalla en cólera. Los gritos llenan la habitación, y ella, con el rostro pálido, se da cuenta de que el hombre del que se enamoró se ha convertido en alguien irreconocible.
Así termina la semana en La Promesa: con Petra derrotada, Leocadia en el trono, María al borde del abismo, Manuel dudando de sí mismo y los cimientos del palacio temblando por secretos que ya no pueden esconderse. Todo parece indicar que Leocadia ha ganado, que su poder es absoluto. Pero como bien saben los espectadores de esta historia, en La Promesa nada es lo que parece.
Y mientras cae la noche sobre el palacio, Petra Arcos, sola en su habitación vacía, se despide en silencio del lugar que fue su vida entera. No necesita palabras: su caída es, quizás, el principio del fin para quienes creyeron que podían borrar su legado con una simple orden. Porque a veces, las despedidas más silenciosas son las que anuncian la venganza más devastadora.