LA PROMESSA ANTICIPAZIONI – Leocadia crolla: “Sì, è tutta colpa mia!” – CONFESSIONE SHOCK!

La Promesa: El renacer del amor y la justicia

El destino parece girar una vez más en el universo de La Promesa, donde las pasiones, los secretos y las traiciones vuelven a sacudir los cimientos del palacio. En los próximos capítulos, el regreso de Curro se convertirá en el punto de inflexión que pondrá fin al dominio del engaño y reescribirá la historia de todos los que viven bajo ese techo cargado de mentiras. Su nobleza, su valentía y su deseo de justicia emergerán con una fuerza que nadie podrá detener. Lo que empieza como un día de boda, terminará siendo un día de revelaciones, redención y amor verdadero.

En vísperas del enlace entre Ángela y Lorenzo, el palacio se prepara para lo que debería ser una celebración majestuosa. Las criadas corren por los pasillos, los músicos afinan sus instrumentos y las flores recién cortadas llenan las salas de un aroma dulce que contrasta con la tensión que se respira en el aire. Pero, tras ese brillo de aparente felicidad, se oculta una tormenta. Curro, observando desde lo alto de la escalinata, ve cómo se organiza el banquete y cómo se ajusta el vestido de la mujer que ama. Cada sonido, cada voz, cada detalle es un recordatorio doloroso de lo que está a punto de perder.

María Fernández, testigo de su angustia, intenta reconfortarlo. Sabe que su silencio no es resignación, sino una lucha interna entre el amor y el miedo. “Angela no quiere casarse —le susurra—, solo tiene miedo”. Pero Curro, con la voz rota, responde que el coraje les ha faltado y que ya es demasiado tarde. Sin embargo, algo en él se niega a aceptar ese destino. A media tarde, reúne fuerzas y se dirige a la habitación de Ángela. Ella abre la puerta con el rostro pálido, los ojos húmedos y el corazón tembloroso. “Curro, no deberías estar aquí”, dice apenas, pero él la interrumpe mirándola fijamente: “Debo verte. Escapa conmigo antes de que este infierno comience”.

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El silencio que sigue es eterno. Ángela baja la mirada, sus palabras tiemblan: “No puedo. Lorenzo es peligroso. Si desaparezco, te destruirá”. Curro le toma la mano con desesperada ternura y murmura: “Prefiero morir antes que verte entregada a un monstruo”. Ella retrocede, temblando, pidiéndole que no hable así, que no la haga más débil de lo que ya se siente. Pero él, resignado, susurra antes de irse: “Si esta boda se consuma, que Dios me perdone por lo que soy capaz de hacer”.

El amanecer del día de la boda llega cargado de una tensión insoportable. Los invitados se acomodan, Lorenzo se muestra altivo y orgulloso, creyendo que su victoria está asegurada. Pero en el corazón de Curro arde un fuego que ya no puede contener. Lleno de odio, dolor y un deseo de justicia, entra en el despacho de Lorenzo con paso firme. “Debemos hablar”, dice con voz grave. Lorenzo sonríe con arrogancia: “Qué honor recibir al bastardo enamorado”. Curro, sin ceder al sarcasmo, responde: “Solo te pido una cosa… si muero, que me entierren junto a Eugenia”.

La petición desconcierta al capitán, que estalla en una carcajada cruel. “¿Crees que renunciaré a una mujer por un sirviente como tú? No eres más que un insecto”. Pero Curro da un paso adelante, desafiante, y replica: “Puede que me desprecies, pero tú jamás sabrás lo que es amar de verdad. Eres un cobarde.” Las palabras lo golpean como una bofetada. Lorenzo, furioso, lo escupe en el rostro. Curro no se mueve, solo susurra: “Te he ofrecido mi vida, algo que tú nunca darías por nadie”.

La tensión llega al límite cuando Lorenzo pronuncia las frases que sellan su condena: “Angela será mía. Tendremos hijos, y tú vivirás sabiendo que la mujer que amas comparte mi lecho.” Curro cierra los ojos, herido, conteniendo las lágrimas. “Puedes obligarla a casarse —le dice—, pero jamás tendrás su corazón. Ese ya me pertenece.” Luego, se retira sin mirar atrás, con la determinación de quien ha cruzado el punto de no retorno.

Esa noche, Curro abandona el palacio bajo la luna. En las sombras de las caballerizas se encuentra con López, que intenta detenerlo. “Curro, ¿qué haces? Estás a punto de cometer una locura.” Pero él no escucha. “Lorenzo me ha escupido por última vez. Esta vez todo terminará.” Se dirige al viejo almacén del palacio, olvidado desde la muerte de Eugenia. Al entrar, el aire es espeso, cargado de polvo y productos químicos. Curro busca entre frascos y cajas hasta hallar lo que cambiará el destino de todos: cremas adulteradas, frascos con sellos manipulados, sustancias tóxicas. La prueba de que Eugenia fue envenenada.

Con el rostro encendido por la ira y el dolor, recoge las pruebas y corre hacia la estación de policía al amanecer. “Sargento Burdina —dice agitado—, tengo la evidencia de que Lorenzo y Leocadia sabotearon a Eugenia. La envenenaron con estas sustancias.” El sargento examina los frascos, incrédulo. “¿Sabes a quién estás acusando?” “Sí, señor —responde Curro—, pero la verdad vale más que mi vida.”

Horas después, los carruajes de la guardia se detienen frente a La Promesa. El ruido de los cascos resuena en los patios. Los invitados, confundidos, se vuelven hacia las escaleras cuando el sargento Burdina entra acompañado de Curro. “Lorenzo De Luján —declara con voz firme—, queda arrestado por sabotaje, intento de asesinato y complicidad en la muerte de Eugenia.” El capitán, desconcertado, intenta defenderse, pero las pruebas son irrefutables. En ese instante, Leocadia aparece, pálida, al ver a su cómplice esposado. “¡Esto es una farsa!” grita. Pero el marqués Alonso interviene: “No, Leocadia. He visto los documentos firmados por Lorenzo y tus órdenes a Eugenia. Todo encaja. Son culpables.”

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La caída de los conspiradores es fulminante. Lorenzo, furioso, es arrastrado por los guardias mientras maldice a Curro, prometiendo venganza. Leocadia intenta seguirlo, pero Alonso la detiene con una sentencia fría: “El tiempo de las mentiras ha terminado.” Esa noche, la noticia del arresto de Lorenzo se extiende por toda Córdoba. El honor de Eugenia ha sido restaurado.

Horas más tarde, Alonso convoca a Curro a su despacho. “Has devuelto la dignidad a esta casa y a la memoria de tu madre”, le dice solemnemente. “El rey ha sido informado. Desde hoy, recuperas tu título y tu nombre: Curro Luján.” Él baja la cabeza con humildad. “No he hecho más que cumplir con mi deber, señor.” Pero el marqués insiste: “Has hecho justicia. Ahora vive libre, sin las cadenas del pasado.”

Al caer la tarde, Curro busca a Ángela en los jardines. Ella lo espera, con lágrimas en los ojos. “Sabía que lo arriesgarías todo por la verdad”, le dice con emoción. Él se acerca lentamente. “No solo por justicia… sino por ti.” Entonces, se arrodilla ante ella, saca el anillo que perteneció a Eugenia y, con voz temblorosa, pregunta: “Angela, he luchado contra el poder y el destino, y lo haría mil veces más si me llevara hasta ti. ¿Quieres casarte conmigo?”

Ángela, conmovida, apenas puede hablar. “Sí, Curro, sí”, responde entre lágrimas. Él la abraza con fuerza mientras el sol se oculta tras los jardines que fueron testigos de su sufrimiento. Así, el bastardo humillado se alza como un hombre libre, reivindicado por el amor, la justicia y la verdad.

El eco de su promesa resuena entre los muros de La Promesa, no como un final, sino como un nuevo comienzo. Porque en esta historia, incluso el dolor puede transformarse en redención, y el amor, una vez más, logra vencer a la oscuridad.