María vuelve a ponerse de pie delante de Andrés y él se queda muy confundido – Sueños de Libertad

💔 “María y Andrés frente al espejo del pasado: ¿una segunda oportunidad o el fin definitivo?” – Spoiler extendido de Sueños de Libertad

En el próximo capítulo de Sueños de Libertad, los sentimientos reprimidos resurgen con fuerza y el amor, la culpa y el arrepentimiento se entrelazan en una conversación que podría cambiarlo todo. Andrés y María, marcados por heridas antiguas, se enfrentan a su propia historia en una escena que mezcla la esperanza con la resignación.

Todo comienza en un ambiente íntimo, silencioso, con una calma apenas sostenida por el sonido lejano del viento y el roce del mantel sobre la mesa. Andrés está sentado, pensativo, mientras María lo observa con una mezcla de ternura y ansiedad. La tensión entre ellos es casi palpable. Después de unos segundos de silencio, él rompe la calma con una sonrisa leve.

—¿De qué te ríes? —pregunta ella, intrigada.
—Estaba pensando —responde él, con la mirada perdida en algún punto del pasado.
—¿Pensando en qué?
—En que hemos tenido mucha suerte. Si las cosas se hubieran dado de otra forma, quizá no estaríamos aquí.

Las palabras de Andrés flotan en el aire como una confesión. María asiente, con una sonrisa triste. —Desde luego —susurra.

Él la mira y añade con voz más suave—: Y ahora estamos aquí, charlando, tranquilos, intentando sanar. Quizá esto sea una señal.

—¿Una señal de qué? —pregunta María, intentando leer en su mirada.

—De que debemos reconstruir lo nuestro. Seguir adelante. Volver a ser nosotros —responde Andrés, con un tono que mezcla convicción y nostalgia.

María se queda callada un instante, procesando lo que acaba de oír. Luego, con serenidad, dice: —Estamos casados, Andrés. Y no lo digo como un recordatorio legal, sino emocional. Deberíamos esforzarnos en ser felices, en hacernos felices el uno al otro.

María vuelve a ponerse de pie delante de Andrés y él se queda muy confundido,  ¿estará empezando a recordar?

El silencio que sigue es largo, denso. Ambos saben que esas palabras encierran un deseo, pero también un miedo. María baja la mirada y continúa, con la voz apenas audible:

—Yo no quiero que me quieras por compasión, ni porque te sientas culpable. Eso ya no me basta. Quiero que recuperes el amor que sentías por mí, el mismo amor que yo sigo sintiendo, el que nunca se apagó, ni siquiera cuando todo se derrumbó.

Sus palabras tiemblan, pero son sinceras. Andrés la observa, con un gesto de ternura contenida, sin saber qué responder. María, intentando mantener la calma, continúa:

—Mira a Gabriel y a Begoña. Han empezado una vida nueva. Van a tener un hijo, el compromiso más profundo que puede existir. Tal vez algún día se marchen de aquí, a empezar de cero. ¿Por qué no podríamos hacer nosotros lo mismo? ¿Por qué no apostar por nosotros otra vez?

Andrés suspira, mirando hacia el suelo. —María… han pasado demasiadas cosas.

Ella asiente lentamente. —Lo sé. He cometido errores, muchos. Algunos imperdonables, otros que todavía me duelen cuando los recuerdo. Pero te juro que todo lo hice por amor. Por miedo a perderte.

Él guarda silencio. María se inclina hacia él, con una mezcla de esperanza y desesperación. —¿Por qué no lo intentamos? No te estoy pidiendo que olvides, solo que me dejes demostrarte que puedo ser diferente.

Su voz se quiebra, pero no se rinde. —Te prometo que no voy a ser posesiva, que no voy a exigirte nada. Solo quiero pasar tiempo contigo, ver si todavía queda algo entre nosotros. Tenemos toda la vida por delante, Andrés.

Él la observa con una expresión ambigua. Hay afecto, sí, pero también una sombra de distancia, de temor a volver a caer en lo mismo. Antes de que pueda responder, un golpe en la puerta interrumpe el momento.

—Con permiso, señor —dice la criada, entrando con una bandeja—. Le he preparado su plato preferido para cenar.

—Gracias —responde Andrés, intentando sonreír.

—Y para que la felicidad sea completa, —añade la criada, mirando a María con complicidad—, tenemos algo más que mostrarle, señora.

—¿Qué es? —pregunta ella, curiosa.

—Venga, levántese. Verá.

Con la ayuda de la mujer, María se pone de pie con dificultad. Cada movimiento parece un esfuerzo, pero en su rostro se dibuja un atisbo de esperanza. Cuando logra incorporarse por completo, la criada la anima: —Muy bien, señora, muy bien.

Pero el momento se corta bruscamente. Andrés, al ver lo que está ocurriendo, se levanta de golpe. Su mirada se endurece, y sin decir una palabra, se da la vuelta.

—Por favor, Andrés, no te vayas —le suplica María, con los ojos llenos de lágrimas. —Por favor… Andrés, te lo ruego.

María vuelve a ponerse de pie delante de Andrés y él se queda muy confundido,  ¿estará empezando a recordar?

Él se detiene un instante en la puerta, sin girarse. Hay un silencio desgarrador. Finalmente responde con voz apagada: —Cariño… me alegro mucho por ti.

Y se va.

El sonido de sus pasos alejándose resuena en la estancia, y el vacío que deja parece tragarse el aire. María se queda de pie, temblando, mientras la criada la sostiene por los brazos. En su rostro hay una mezcla de orgullo, tristeza y derrota. Sabía que esa conversación era una última oportunidad… y que quizá la ha perdido.

La música melancólica llena el fondo de la escena mientras la cámara se detiene en el rostro de María, que intenta contener las lágrimas. En su mirada se ve la conciencia de que el amor no siempre basta, de que hay heridas que ni el tiempo ni la voluntad pueden cerrar.

Al otro lado, Andrés camina solo por el pasillo, con el rostro tenso. Se detiene junto a una ventana, observando la noche. Golpea el marco con el puño cerrado, como si quisiera acallar la tormenta interna que lo consume. Sabe que sigue queriéndola, pero también que el pasado ha dejado cicatrices demasiado profundas.

El episodio cierra con un contraste visual poderoso: María de pie, luchando por mantenerse erguida, y Andrés, de espaldas, perdido en sus pensamientos. Dos almas unidas por el amor, pero separadas por la culpa, el miedo y los errores compartidos.

La pregunta queda flotando en el aire:
¿Podrán Andrés y María reconstruir lo que el tiempo destruyó, o este intento será la última herida de una historia que ya no puede renacer?

Sueños de Libertad continúa mostrando que, a veces, el amor más grande es también el más imposible.