Marta recibe la inquietante llamada de Eladio desde prisión – Sueños de Libertad
Título: “El pasado llama a la puerta: un enemigo oculto amenaza la paz de los De la Reina”
El episodio de Sueños de libertad que se avecina promete sumergirnos en una tormenta de emociones, donde el pasado vuelve disfrazado de cortesía y la aparente calma de los De la Reina se verá sacudida por una voz inesperada. Todo comienza con un instante de alivio: la familia celebra que Andrés haya sobrevivido al reciente accidente. Su hermana, todavía conmocionada, confiesa entre lágrimas que no sabe qué habría sido de ellos sin él. En su voz se mezcla el amor fraternal con el miedo que aún no desaparece. Sabe que su padre jamás lo habría superado, y que ella misma habría quedado perdida. Andrés no solo es su hermano; es el pilar que sostiene la casa, el equilibrio en medio de un entorno que parece desmoronarse poco a poco. Ahora, le dice, tú serás su apoyo, el hombro que lo mantendrá en pie. Pero ese instante de ternura familiar no tarda en desvanecerse cuando el pasado decide irrumpir con fuerza.
En la residencia de los De la Reina, el teléfono suena. Marta atiende con su tono habitual, sin imaginar que al otro lado de la línea la espera una sombra de su historia. “¿Con quién hablo?”, pregunta con educación. La voz, grave y cargada de una ironía apenas contenida, responde: “Con Marta De la Reina, ¿verdad? Qué suerte que haya contestado usted misma”. Hay una pausa incómoda. Marta intenta recordar ese timbre de voz, pero su memoria no encuentra un rostro. “Soy un antiguo amigo —dice el desconocido—. No, no me reconoce”. Su insistencia empieza a inquietarla. “Discúlpeme, pero no caigo”, responde con frialdad. Entonces, como si lanzara una bomba, él revela su identidad: “Soy El Pulido”.
El silencio que sigue lo dice todo. Marta se queda helada. Su mente viaja a un tiempo oscuro, a un nombre que creía enterrado. “Sí… sí que caigo”, logra responder, apenas susurrando. “Me alegra que se acuerde —responde él con tono venenoso—. Porque yo me acuerdo de usted cada minuto que paso en esta cárcel”. La llamada deja claro que no se trata de una simple conversación casual. Es una advertencia, una amenaza velada. El Pulido, resentido y atrapado en prisión, busca dejar claro que su memoria no ha borrado a los De la Reina, y que está dispuesto a cobrarse viejas deudas.
Marta intenta mantener la compostura, pero su corazón late con fuerza. “Este miserable está dispuesto a declarar ante las autoridades”, le advierte una voz en su interior, mientras él continúa hablando con frialdad. “Nadie creería a un pobre como tú —dice ella intentando recuperar control—. Tu testimonio no vale nada. Y aunque te creyesen, mis abogados te harían pedazos”. Sin embargo, El Pulido, con un tono cargado de sarcasmo, lanza su última carta: “¿Y si la víctima fuera llamada a declarar? ¿Qué pasaría entonces?”. Marta siente un escalofrío recorrerle la espalda. No hay duda, sabe demasiado.

De pronto, su voz cambia de tono, fingiendo cortesía: “Solo quería felicitarla por el nuevo nombramiento de su marido, don Pelayo Olivares, como gobernador civil”. El sarcasmo se mezcla con amenaza. “Entiendo que ahora tiene usted más relevancia que antes. Su estatus ha mejorado considerablemente. No sé si me explico.” Marta, conteniendo el temblor en su voz, responde: “Perfectamente”. “Y ya sabe —añade él con una risa amarga—, cuanto más alto se sube, más dolorosa puede ser la caída. ¿No lo cree?”.
Marta cierra los ojos. Entiende el mensaje oculto detrás de cada palabra. “Le trasladaré sus felicitaciones —dice, cortante—. Muy amable.” Cuelga el teléfono con manos temblorosas. A su lado, alguien pregunta: “¿Quién era?”. Marta tarda unos segundos en responder. “Un antiguo amigo de la familia —dice con voz vacilante—. Quería felicitarnos por tu nombramiento.” Pero en sus ojos hay algo más: miedo. Su esposo la observa, preocupado. “¿Estás bien?”, pregunta. “Sí… es solo por la votación”, responde ella, intentando desviar la conversación. Pero la mentira es frágil, y su respiración la delata.
La escena cambia a la fábrica, donde el ambiente también está cargado de tensión. La reciente votación sobre la dirección de la empresa ha dejado heridas abiertas. Todos saben que la decisión ha fracturado alianzas y avivado resentimientos. Marta le dice a su marido que debería ir a la fábrica, que su padre lo necesita. “Sí —responde él—, también debo ocuparme de algunos asuntos. Nos vemos luego.” Pero ambos saben que lo que los separa en ese momento no son solo los compromisos laborales, sino un miedo compartido que no se atreven a nombrar.

El eco de la llamada de El Pulido sigue resonando en la casa. Marta intenta aparentar calma, pero en su interior una duda la atormenta. ¿Qué sabe exactamente ese hombre? ¿Por qué ahora, justo cuando la familia parece recuperar el equilibrio? La conversación con él ha removido fantasmas que creía enterrados, y la mención de la cárcel sugiere que su historia con los De la Reina está lejos de terminar. Hay secretos que, de salir a la luz, podrían destruir reputaciones, romper vínculos familiares y echar por tierra el nuevo prestigio que tanto han buscado construir.
Mientras tanto, la familia intenta seguir adelante. En apariencia, todo continúa igual: los compromisos, las reuniones, las responsabilidades. Pero bajo esa superficie elegante, se oculta un temblor que amenaza con derrumbarlo todo. La mirada de Marta se pierde en la ventana, consciente de que la amenaza no ha terminado. El Pulido ha abierto un capítulo que ella nunca quiso reescribir. Y aunque intenta convencer a los suyos de que no pasa nada, el peso del pasado se hace insoportable.
El episodio deja claro que Sueños de libertad entra en una nueva etapa, donde los pecados ocultos comienzan a reclamar justicia. La llamada anónima no es un hecho aislado, sino la chispa que puede desencadenar un incendio. Los espectadores verán cómo la aparente tranquilidad de los De la Reina se tambalea, y cómo Marta deberá decidir hasta dónde está dispuesta a llegar para proteger el nombre de su familia.
Entre secretos, amenazas y apariencias, este capítulo nos recuerda que el pasado nunca muere del todo. Solo espera el momento oportuno para regresar, disfrazado de cortesía, con una sonrisa que esconde venganza. Y cuando lo hace, nada vuelve a ser igual.
Así se cierra un adelanto cargado de tensión y misterio, con la promesa de que lo peor está por venir. El Pulido no ha dicho su última palabra, y los De la Reina pronto descubrirán que algunas deudas del pasado se pagan con el precio más alto: la verdad.