PEDRITO: LA EDUCACIÓN ILUSTRADA DEL AMO DE VALLE SALVAJE || #ValleSalvaje A FONDO
En Valle Salvaje hay un personaje que, sin ser protagonista adulto ni villano de peso, ha conseguido convertirse en uno de los nombres más recordados de la serie: Pedro Salcedo de la Cruz, “Pedrito”. Su presencia, lejos de pasar inadvertida, se ha transformado en un símbolo de inocencia, resistencia y, sobre todo, de ese aire de renovación que trae consigo la Ilustración en pleno siglo XVIII.
Lo curioso es que Pedrito es conocido incluso por quienes no siguen habitualmente la serie. Basta mencionar su nombre para que surjan comentarios sobre los múltiples atentados contra su vida o las intrigas que giran en torno a él desde el mismísimo primer episodio. Este niño, interpretado con enorme sensibilidad por Iván Renedo, no es solo una víctima de las circunstancias, sino también la representación viva de lo que significó crecer en una época donde la educación ilustrada comenzaba a abrirse paso entre tradiciones rígidas y creencias arraigadas.
Desde el inicio de la historia, su contexto está marcado por contrastes. Nacido en Madrid en 1755, el año del devastador terremoto de Lisboa, Pedrito llegó al mundo bajo un cielo convulso. Aun así, el reinado de Fernando VI, un monarca tranquilo y amante de la música, ofrecía cierta estabilidad política. Madrid, la ciudad que lo vio nacer, era todavía barroca, con conventos, casas de ladrillo y calles estrechas, pero ya empezaban a respirarse los aires de la Ilustración: nuevas academias, tertulias, gabinetes científicos y escuelas que hablaban de un futuro distinto.
En el año 1759, cuando Pedrito tenía apenas cuatro años, Carlos III subió al trono. Con él llegaron cambios decisivos: limpieza urbana, alumbrado público, impulso a la ciencia y a la educación. Es en este marco donde se entiende mejor la construcción del personaje: un niño criado entre los ecos de un pasado tradicional y las luces de un nuevo pensamiento que buscaba transformar España.
Su infancia, retratada con cariño en la serie, estuvo marcada por la ausencia materna, pero también por la fuerza protectora de tres figuras femeninas: su hermana mayor Adriana, quien con solo 14 años asumió el papel de madre; Bárbara, apenas una niña, pero compañera de juegos y confidente inseparable; y Isabel, la aya que cuidó de los hermanos con una mezcla de ternura y disciplina. Estas mujeres fueron las verdaderas maestras de Pedrito, transmitiéndole tanto las bases de la pedagogía ilustrada como los valores tradicionales.
La educación de Pedrito se muestra como un cruce entre dos mundos. Por un lado, las lecciones básicas: lectura, escritura, catecismo, cuentas con piedrecitas. Por otro, el contacto directo con la naturaleza, la observación de insectos, el aprendizaje práctico que fomenta la curiosidad. En este sentido, el personaje encarna la idea ilustrada de que la infancia debía considerarse una etapa con valor propio, y no solo un puente hacia la adultez.
Con la muerte de Evaristo, su padre, en 1763, Pedrito quedó bajo la tutela moral de Adriana. Fue entonces cuando la familia se trasladó a Valle Salvaje, y el niño descubrió por primera vez el campo: montes verdes, riachuelos, manzanos y la libertad que la ciudad no ofrecía. Su espíritu vivaz encontró allí un terreno fértil para crecer, aunque pronto tuvo que enfrentarse a la severidad de su tía Victoria, una mujer que veía en él a un muchacho mimado y malcriado.
El guion aprovecha estas tensiones para profundizar en la construcción del personaje. A ojos de Victoria, Pedrito es un niño sin disciplina; para Adriana e Isabel, en cambio, es la promesa de un heredero formado en los ideales de la nueva pedagogía. Y para el público, se convierte en un espejo de los cambios sociales de la época: un infante al que se le exige cortesía, obediencia y fortaleza, pero al mismo tiempo se le permite explorar, preguntar y soñar.
En la trama, Pedrito no solo enfrenta los conflictos familiares, sino también los coletazos de la Guerra de los Siete Años (1756–1763), que marcó la política española y afectó indirectamente a su familia. Aunque demasiado pequeño para comprender el alcance del conflicto, las consecuencias económicas y sociales repercuten en su entorno, y su destino se ve inevitablemente ligado a las decisiones de los adultos.
El presente de la serie sitúa a Pedrito en una encrucijada: con nueve años, ya no es considerado un simple niño. Según la mentalidad de la época, hacia los doce debería empezar a ser tratado como adulto, preparándose para heredar bienes, asumir responsabilidades o incluso comprometerse en matrimonio. Ese tránsito hacia la madurez es uno de los hilos narrativos más poderosos, pues refleja la crudeza de una sociedad que adelantaba etapas y colocaba sobre los hombros de los más jóvenes cargas inmensas.
Pero el encanto de Pedrito reside en que, a pesar de las presiones externas, mantiene su esencia de niño curioso, soñador y sensible. Su amor por la naturaleza, su fascinación por los animales, sus juegos con Bárbara y su relación de aprendiz con Adriana lo convierten en un símbolo de esperanza dentro de un mundo lleno de intrigas, amenazas y conspiraciones.
En muchos sentidos, el personaje se convierte en el “heredero ilustrado” de los Salcedo de la Cruz. Su futuro, aunque incierto, está marcado por el deber de convertirse en caballero y asumir la administración de los bienes familiares. La serie insinúa que podría ser enviado como paje a la casa de un noble para formarse, siguiendo la costumbre de la época. Pero también abre la posibilidad de que su educación más abierta, inspirada en la Ilustración, lo transforme en alguien distinto, más libre y preparado para desafiar las estructuras establecidas.
En definitiva, Pedrito es mucho más que un niño expuesto a peligros y complots. Es la personificación de un cambio histórico, el reflejo de una España que comenzaba a debatirse entre lo viejo y lo nuevo. Su historia, a medio camino entre el drama familiar y la lección histórica, ofrece a los espectadores un viaje cargado de emoción y de reflexión sobre la importancia de la educación, la inocencia y el poder de la esperanza.
Por eso, en este spoiler a fondo, queda claro que Valle Salvaje no solo nos muestra intrigas y pasiones de época, sino también la formación de un pequeño heredero cuyo destino, marcado por la educación ilustrada, puede definir el futuro del valle y de su linaje. Y aunque el camino no será fácil, el espectador no puede evitar sentirse conmovido por la ternura, la resiliencia y la fuerza que Pedrito desprende en cada escena.