QUÉ ESTÁ PASANDO EN LA PROMESA: CUÁNDO Y DÓNDE EN 1916 || CRÓNICAS y ANÁLISIS de La Promesa

📜 La Promesa: Ecos de un mundo en guerra – cómo la historia real de 1916 sacude las tramas del palacio

Mientras los pasillos de La Promesa rebosan secretos, traiciones y pasiones contenidas, fuera de los muros del palacio late un mundo convulso, en plena transformación. El tiempo histórico que envuelve a nuestros personajes no es un mero telón de fondo, sino un espejo de lo que viven, sienten y temen. Nos encontramos en 1916, cuando el verano agoniza y el otoño comienza a cubrir los campos andaluces de tonos ocres. España, aunque neutral ante la Gran Guerra que asola Europa, no escapa a las sacudidas económicas, sociales y morales del conflicto. Este contexto marca profundamente el destino de todos los que habitan La Promesa.

En esos días, el país vive una tormenta política sin precedentes. Tres presidentes del gobierno se suceden en apenas unos meses, mientras el rey Alfonso XIII intenta mantener el equilibrio sobre un trono cada vez más tambaleante. En medio de esta inestabilidad, los ecos de la guerra llegan hasta el más remoto rincón de Córdoba. Los periódicos del momento, como ABC o El Imparcial, llenan sus portadas con cifras de muertos, relatos de trincheras y los aterradores inventos del siglo: los tanques, los gases venenosos y la aviación militar. Es el nacimiento de una nueva era bélica… y también de un nuevo miedo.

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Aunque España no combate, la guerra se siente en el aire, en el hambre, en los precios y en la incertidumbre. La neutralidad se convierte en una paradoja: los ricos se enriquecen más, exportando materias primas, mientras los campesinos y obreros sufren el encarecimiento del pan, el aceite y el carbón. Las bodegas prosperan, pero en los cortijos reina la escasez. Andalucía, donde se alza La Promesa, vive un año agrícola desastroso: la sequía devora los campos, el ganado muere de sed y las cosechas son pobres. En los pueblos, la carestía se convierte en rabia; en los palacios, en preocupación por mantener las apariencias.

Este es el mundo que respiran los Luján y sus criados, aunque parezca que viven aislados del resto del planeta. Para ellos, el otoño significa organizar cacerías, asistir a la vendimia y lucir trajes nuevos. Pero más allá de los ventanales del palacio, los jornaleros comienzan a organizarse, hartos de trabajar por migajas. La UGT y la CNT ya preparan una huelga general para el próximo año. Los murmullos de protesta suben desde los campos hasta las cocinas, y no tardarán en golpear las puertas de La Promesa.

Mientras tanto, la Primera Guerra Mundial continúa su curso implacable. En Europa, los ejércitos se destrozan en batallas interminables. En el verano de 1916, la contienda cumple dos años y se convierte en un monstruo que devora países. Rumanía entra en guerra, solo para ser arrasada por Alemania y Bulgaria. Bucarest cae antes de fin de año, y el mapa de Europa se tiñe aún más de sangre. Las noticias llegan por telégrafo y por rumor. En el palacio, Lorenzo, siempre atento a las novedades tecnológicas, comenta fascinado la aparición de los cubiertos y platos desechables, un invento nacido del conflicto para evitar contagios en los frentes. La modernidad se cuela entre la vajilla de porcelana de los Luján, recordando que el mundo está cambiando, aunque ellos se nieguen a aceptarlo.

En el interior del país, la sociedad española se divide entre aliadófilos y germanófilos. En las tertulias de los nobles, unos defienden la causa de Francia y Gran Bretaña como símbolo de civilización, mientras otros admiran la disciplina y el orden del Imperio Alemán. Esta división alcanza incluso a la Iglesia y a las familias aristocráticas. En La Promesa, es fácil imaginar a Alonso Luján defendiendo la neutralidad como virtud y a Lorenzo dejándose llevar por las ideas de progreso que vienen del norte.

Pero la reina, Victoria Eugenia, tiene otros planes. Convertida en símbolo de caridad, crea hospitales y dispensarios públicos para atender a los enfermos, mientras las Hermanas de la Caridad siguen su ejemplo. El espíritu humanitario crece, incluso entre los privilegiados. Y aunque en La Promesa nadie lo mencione, este impulso solidario late bajo la superficie de muchas tramas.

El descontento económico y la crisis social también explican algunos comportamientos de los personajes. Catalina, por ejemplo, ve de cerca cómo los jornaleros abandonan los campos ante los bajos salarios. Su deseo de intervenir, de actuar, choca con el conservadurismo de su padre. Lo que en el fondo parece una simple subtrama familiar es el reflejo de la realidad que vivía Andalucía en ese tiempo: un territorio dividido entre la riqueza de los terratenientes y la miseria de los campesinos.

Los ecos de la historia se sienten también en el hangar donde Manuel, Toño y Enora trabajan en su prototipo de motor. La aviación, que en la guerra se ha convertido en arma letal, aquí simboliza el sueño de progreso. El joven señorito intenta mirar hacia el futuro, pero ese futuro está manchado por el miedo y la sospecha. En un mundo donde la tecnología sirve para destruir, Manuel intenta usarla para volar, para crear. Es una metáfora perfecta del alma de La Promesa: entre el deseo de avanzar y el peso de las cadenas del pasado.

La sequía de 1916 golpea con dureza la provincia de Córdoba. Las aguas escasean, los pozos se secan y las enfermedades intestinales proliferan. Los médicos, sobrepasados, luchan contra las fiebres y el agotamiento. En la serie, Petra sufre el tétanos, pero fácilmente podría haber sido una víctima más de aquel año funesto, marcado por el hambre y la insalubridad.

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En medio de esta crisis, los nobles continúan su rutina dorada. Organizan cacerías, celebran banquetes y compran vinos de la vendimia, sin advertir que el mundo que conocen se está derrumbando lentamente. La Promesa se convierte así en una burbuja suspendida en el tiempo, una metáfora de la aristocracia española que vive de espaldas al cambio. Leocadia, Alonso, Jacobo o el barón de Valladares representan esa ceguera de clase, ese convencimiento de que nada puede alterar su poder. Pero el viento de la historia ya sopla, y pronto arrastrará todo a su paso.

Este contexto no solo da profundidad a la serie, sino que explica la tensión constante que se respira en cada capítulo. Las relaciones entre señores y criados, entre progreso y tradición, entre amor y deber, son el reflejo exacto del mundo de 1916: un mundo al borde del abismo, que busca su lugar entre las ruinas de un viejo orden.

Y así, mientras el sol del otoño cae sobre los olivares del Valle de los Pedroches, La Promesa se convierte en un microcosmos de la España de principios del siglo XX: un país dividido, cansado, pero todavía lleno de vida. Un lugar donde el pasado se aferra con fuerza, pero el futuro —ya sea en forma de motor, huelga o guerra— llama con insistencia a las puertas del palacio.

Nada ocurre en La Promesa por casualidad. Cada gesto, cada decisión y cada silencio están atravesados por el peso de la historia. Y aunque los personajes no lo sepan, el mundo fuera de esos muros cambiará para siempre, y con él, también su destino.

Así que, promisers, abrid bien los ojos, porque los ecos del 1916 no solo suenan en los periódicos de la época… también resuenan en los corazones de quienes habitan La Promesa. 🌾