Una candela che trema, un telegramma che scotta e una porta che non doveva aprirsi

La jornada en el palacio comienza con la cocina como epicentro de pequeñas batallas cotidianas. Candela y Simona, con la escasez de provisiones marcando la pauta, intentan sobrevivir entre risas contenidas y suspiros pesados. Las patatas son el único alimento que no falta, y con su habitual ingenio, ambas cocineras tratan de disfrazar la penuria con humor, imaginando festines imposibles: una bistecca jugosa, una crema de champiñones humeante y aromática, delicias que ahora solo viven en la fantasía. Sin embargo, esta ligereza se rompe abruptamente cuando Petra entra en la cocina. La mirada implacable de la gobernante se posa en un saco de alimentos destinados a los más necesitados, organizados por el siempre caritativo padre Samuel. Petra, indignada, reprende a Candela y Simona, defendiendo la autoridad de los marqueses y cuestionando cualquier acto que no pase por su consentimiento. Las cocineras, con firmeza y valentía, explican que su acción no es un robo, sino un acto de caridad cristiana, un gesto de humanidad en un mundo dominado por la opulencia y la apariencia. Petra, aunque atónita ante tanta resolución, no cede; sus palabras cargadas de sarcasmo reflejan la lógica despiadada de quien cree que el lujo no debe ceder ante la compasión.

Mientras tanto, fuera del palacio, Curro permanece frente a la casa de Ramona, inmóvil y abatido por el frío. La mujer, al notar su figura solitaria, sale a su encuentro y lo invita a entrar, ofreciendo el calor de la chimenea y una sopa caliente. Sin embargo, mantiene un silencio firme sobre los asuntos del pasado, especialmente aquellos que involucran a Dolores. Su gesto, aunque acogedor, revela un afecto contenido, un cariño que no se atreve a pronunciar. La noche avanza y dentro del palacio, Maria se prepara para dormir, pero una inquietante sensación de presencia la invade. Arrodillada junto a la cama, reza con fervor, mientras la sombra de lo desconocido parece moverse tras la puerta, amenazando con romper la seguridad del cuarto.

Al mismo tiempo, en el piso del servicio, Petra cruza caminos con Riccardo. Su conversación, aunque cubierta de cortesía, destila tensión; Petra insinúa que Riccardo y su esposa podrían haber manipulado la percepción de Santos, y sugiere que podrían estar ocultando verdades para proteger su imagen y dividir culpas. Riccardo, molesto, intenta cerrar la discusión, pero Petra continúa, empujando la conversación hasta que finalmente el hombre admite con suavidad que sus acciones fueron para proteger a su hijo del dolor. Petra, con un tono menos severo del habitual, reconoce que, pese a los errores, Riccardo y su esposa no son malos padres, y que la felicidad del hijo es lo que verdaderamente importa.

En la habitación de Maria, Catalina aparece preocupada y encuentra a su amiga sumida en la culpa y la angustia. Maria confiesa temer haber sido poseída por el demonio y carga con la culpa de los accidentes de Rómulo. Catalina, con calma y cariño, le explica que no son fuerzas malignas externas las que la atormentan, sino sus propios sentimientos y miedos. Maria, entre lágrimas, revela su amor prohibido por padre Samuel, temiendo haber pecado gravemente. Catalina, comprensiva, le asegura que el amor no es un pecado, incluso cuando está mal dirigido, y comparte su propia experiencia para que Maria se libere de supersticiones y acepte sus emociones sin vergüenza. La luz titilante de la vela ilumina sus rostros, brindando un momento de paz tras tanta tormenta emocional.

Curro, listo para partir, se despide de Ramona con un gesto de gratitud: corta leña, rompiendo el silencio de la campiña y dejando entrever un vínculo profundo de afecto y recuerdos compartidos. Confiesa que debe regresar a Luhan para cuidar de su hermana Hann, pero insiste en que Ramona lo acompañe en la búsqueda de la verdad sobre su pasado. La mujer, consciente de los peligros, se niega; sabe que la búsqueda de secretos enterrados puede reabrir heridas difíciles de cerrar. Curro, sin embargo, determinado, le muestra una carta de Dolores dirigida al marqués, interpretando sus palabras como prueba de que el marchese es su padre. A pesar de la advertencia de Ramona sobre los peligros de la certeza, Curro insiste, convencido de que solo enfrentando la verdad podrán encontrar la paz.

En la cocina, la madre de Santos llega con un cesto de manzanas y comparte un momento con Simona y Candela. La conversación inevitablemente gira hacia Santos, y Candela, con franqueza, confiesa que muchos prefieren no hablar de él, explicando que su cercanía a Petra ha complicado sus relaciones con el resto del servicio. La madre, impactada, se queda sin palabras ante la crudeza de la realidad, sintiendo una mezcla de dolor y vergüenza.

Mientras tanto, Hann recibe la visita de Pia tras su enfrentamiento con Cruz. La conversación se torna íntima y reveladora: Hann confiesa el desprecio que ha sufrido por parte de Cruz, mientras Pia la insta a compartir su dolor con Manuel y a no cargar sola con la tristeza. La charla deriva hacia la misteriosa habitación de su infancia, un lugar envuelto en olvido y miedo, y Pia promete acompañarla mientras los recuerdos vuelven. Hann, agradecida, reconoce el apoyo de Curro, quien también ha sido crucial en reconstruir fragmentos de su pasado.

De regreso en el palacio, Angela, consumida por la sospecha, revisa los documentos de la Marchesa y descubre un telegrama que podría cambiarlo todo. Teresa la sorprende y la acusa de robo, pero Angela explica que busca respuestas, no riquezas. Revela que Lorenzo y Cruz podrían estar manipulando a Curro para asegurar una boda de conveniencia, replicando antiguos engaños familiares. Teresa, consciente del peligro, decide no interferir, confiando en que la verdad emergerá a tiempo para proteger a Curro.

En la biblioteca, Alonso y Cruz enfrentan las secuelas de una noche de discusiones con Martina. Las tensiones son palpables: Alonso, abatido por la culpa y el engaño, confronta a Cruz sobre la moralidad de sus acciones, mientras ella justifica sus decisiones como protección del legado familiar. La disputa expone visiones opuestas de la vida: la pragmática y fría de Cruz, y la arrepentida y ética de Alonso. Las palabras finales de Alonso, cargadas de dolor por haber traicionado la confianza de quienes ama, dejan a Cruz en silencio, aunque firme en su orgullo.

El día continúa con Santos intentando suavizar tensiones en el servicio, proponiendo un paseo para acercar a Petra y su madre, interrumpido por la llegada de padre Samuel. La discusión sobre la distribución de alimentos se reaviva, con Petra defendiendo la jerarquía del palacio y padre Samuel insistiendo en la importancia de la caridad, hasta que la conversación termina con Petra evitando alertar a los marqueses, mientras la ayuda a los pobres sigue discretamente.

Manuel y Hann disfrutan de un momento de intimidad, compartiendo sueños y temores, reforzando la importancia del amor y la esperanza en medio de la adversidad. En la cocina, Petra reprende a las cocineras, interrumpe la preparación de la compota de manzana y se va furiosa, dejando en silencio y reflexión a Candela y Simona. Teresa, por su parte, desenreda con paciencia los miedos de Marcelo, asegurándole protección y apoyo frente a sus temores.

Finalmente, Leocadia confronta a Cruz sobre su reciente fracaso con Alonso y Martina, revelando que advirtió a Martina a través de Angela para protegerla. Cruz, furiosa, pierde el control, mientras Leocadia disfruta de su pequeña victoria, consciente de que el poder de la Marchesa comienza a resquebrajarse bajo la presión de secretos, orgullo herido y venganzas silenciosas. La escena cierra con Cruz sola, enfrentando la vulnerabilidad que nunca imaginó tener, y Leocadia manteniendo su sonrisa calculada, símbolo de que incluso en la corte más elegante, la intriga y la tensión dominan cada gesto y cada mirada.