‘SUEÑOS DE LIBERTAD’: BEGOÑA FIRMA LA ADOPCIÓN DE JULIA Y SE DESPIDE DE SU ANTIGUA VIDA
La colonia ante el amanecer que lo cambia todo
La colonia despertó envuelta en una neblina tan espesa que parecía presagiar el caos que estaba a punto de desatarse. Desde temprano, el eco de los obreros despedidos se extendía por las calles como una herida abierta: voces cargadas de frustración, rabia y resignación que impregnaban cada rincón. En el despacho principal, Tasio observaba cómo los hombres cargaban cajas, consciente de que detrás de cada una había una vida truncada por órdenes que él apenas comprendía y que provenían de un poder cada vez más distante: el de Brosart.
Joaquín irrumpió sin avisar, con la furia controlada de quien ya no tolera más injusticias. Sus palabras, aunque medidas, estaban llenas de decepción. No entendía cómo Tasio, un hombre criado bajo la sombra de la reina, podía someterse a las condiciones francesas. Tasio, por primera vez, no tuvo respuesta. Y ese silencio, más que cualquier discusión, dejó claro que también estaba roto por dentro.
Mientras tanto, en la tienda principal, Chloe Du Bois caminaba entre los estantes como si fuera propietaria de cada centímetro. En pocos días había logrado imponer un clima de desconfianza y frialdad que las empleadas jamás habían conocido. Para ella, la ternura era un estorbo; el control, en cambio, una obligación. Su humillación pública a Marta marcó un antes y un después. Marta salió con los ojos húmedos, herida en lo más profundo, y con un germen silencioso de venganza creciendo en su interior.
Lejos de la tienda, Digna se dirigía a casa de Begoña para decirle verdades que ésta no quería escuchar. Desde que supo que estaba embarazada, Begoña había sentido cómo la distancia con Julia crecía cada día. La pequeña, perdida en su propio silencio, temía que el bebé que venía desplazara su lugar en la familia. El dolor de Begoña aumentó al ver a su hija apartar la mirada cuando intentó acercarse: aquel gesto mínimo fue suficiente para quebrarle el alma.

En otro punto de la colonia, Andrés vagaba por el almacén viejo, atrapado entre los restos ennegrecidos de una explosión que aún no lograba reconstruir en su memoria. Buscaba respuestas entre las ruinas, fragmentos que devolvieran orden a su mente. Pero cada recuerdo era incompleto, un grito entre llamas que lo perseguía incluso en sueños.
Mientras tanto, Chloe seguía dictando órdenes. Convocó a Tasio para mostrarle una lista nueva de recortes. Él intentó defender a los trabajadores, pero la francesa lo silenció con una sonrisa helada. Le recordó que su deber era obedecer. Cuando salió del despacho, el cielo gris pareció pesar sobre su espalda: su apellido, que antes era escudo, se había convertido en carga.
En la mansión, Julia jugaba sin ganas, los juguetes desperdigados como testigos mudos de su angustia. Al ver el rechazo silencioso de su hija, Begoña entendió que la distancia entre ellas había dejado de ser una idea para convertirse en una herida real.
Más tarde, Gabriel llegó de Francia con malas noticias: Brosart quería acelerar las obras y supervisarlo todo. El patriarca escuchó sin pronunciar palabra, consciente de que cada promesa francesa escondía un sacrificio humano. Gabriel intentó suavizar el golpe con regalos para Begoña y Julia, pero el ambiente seguía cargado de tensión.
Chloe, satisfecha con su avance, redactaba informes seguros de su poder, mientras la colonia entera se sumergía en una sensación de fragilidad. En la fábrica, Tasio repasaba la lista de nuevos despedidos con los dedos temblorosos. Recordó a Benítez, muerto en la explosión, y sintió que la culpa se le adhería al alma.
La degradación de Tasio había enviado un mensaje brutal: si un de la reina podía caer, cualquiera podía ser reemplazado. La moral se resquebrajó, y el miedo hizo el resto. Joaquín y Gaspar intentaban sostener la dignidad del grupo desde la trastienda, reparando máquinas como si eso pudiera reparar también los corazones.
En la casa grande, Begoña decidió adoptar legalmente a Julia. Mientras firmaba los papeles, una lágrima cayó sobre el documento: un símbolo de todo lo que había perdido y de lo que estaba dispuesta a proteger.
La tensión siguió creciendo cuando Pelayo regresó con noticias que devolvían esperanza, pero que debían mantenerse en secreto. La libertad, entendió Marta, también exige silencio.

En la colonia, Digna reunió a los vecinos para resistir unidos a la presión francesa. Su determinación se volvió un faro contra la desesperanza.
Poco a poco, el vínculo entre Begoña y Julia comenzó a recomponerse. Un pequeño gesto, la cabeza de la niña apoyada en su hombro, bastó para derrumbar semanas de distancia.
En la fábrica, Gabriel, ahora más implicado con los franceses que con su propia familia, revisaba planos con un aire de fatalidad. Tasio, desde la ventana del taller, sintió cómo una lágrima silenciosa le recorría el rostro. La fe que Gaspar le ofrecía era lo único que lo sostenía.
Esa noche, Damián reunió a la familia para hablar de responsabilidad y sacrificio. Pero Begoña percibió el temblor en sus manos, la sombra en su mirada: algo mucho más oscuro estaba a punto de salir a la luz.
En su despacho, el patriarca revisó nuevamente los documentos de Francia. Entre cláusulas ocultas y cesiones encubiertas, descubrió la traición: Gabriel había entregado más de lo que nadie sabía. No era una operación financiera, sino una rendición disfrazada de progreso.
Gabriel, en su habitación, apenas pudo dormir. El miedo lo devoraba. Ya no sabía si era cómplice, víctima o verdugo.
Finalmente, cuando padre e hijo se enfrentaron, el silencio fue más devastador que cualquier reproche. Damián murmuró que la libertad no se negocia y que cada vez que alguien renuncia a una parte de sí mismo, pierde mucho más que dinero.
Y así, mientras la colonia se sumía en una noche cargada de presagios, cada personaje —Tasio, Begoña, Julia, Andrés, Marta, Gabriel— quedaba atrapado en una red de decisiones, miedos y secretos que estaban a punto de estallar.
Porque en Sueños de Libertad, incluso el amanecer más gris puede anunciar un día capaz de cambiarlo todo.