Sueños de libertad Cap 435 (Me iré fuera de España a tratar de encontrar a Fina allí donde esté

“Damián entre la culpa y la incertidumbre: decisiones, secretos y un nombramiento inesperado que sacude a todos”

En Sueños de Libertad, los días se vuelven cada vez más densos para Damián, quien carga con el peso de sus decisiones, las sombras del pasado y la inestabilidad que amenaza con destruir tanto su familia como la fábrica que levantó con esfuerzo. Lo que comienza como una conversación aparentemente tranquila sobre el futuro de Julia pronto se transforma en una tormenta emocional llena de reproches, temores y revelaciones que lo cambiarán todo.

La tensión entre Damián y Pelayo se hace evidente desde el primer instante. Damián intenta justificarse por no haber consultado con él antes de dar su aprobación para que Begoña adopte a Julia. No se trata, como aclara Pelayo, de estar en contra de la adopción, sino de haber sido excluido de una decisión tan trascendental. Damián reconoce que probablemente debió informar antes, pero explica que las circunstancias lo llevaron a actuar sin pensar demasiado. La conversación se tiñe de remordimiento y cansancio, como si ambos hombres cargaran con más peso del que pueden soportar.

Damián confiesa que el día anterior habló con Pelayo sobre la propuesta de Begoña y que, en ese momento, ambos coincidían en rechazarla. Sin embargo, tras lo ocurrido —una situación que lo dejó vulnerable y lleno de dudas—, terminó aceptando la decisión de su esposa sin medir las consecuencias. “La llamé para hablar del asunto, pero ya estaba todo hecho”, explica con resignación. Sabe que su cambio de opinión lo ha alejado de su amigo y protector, pero también comprende que Julia merece un futuro distinto. Pelayo intenta mantener la calma, aunque su rostro refleja la decepción. “Con el tiempo entenderá que es lo mejor para Julia”, le dice Damián, convencido de que la niña estará mejor al cuidado de Begoña y Gabriel que con un hombre mayor y desgastado como él.

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Pelayo se apresura a desmentirlo, pidiéndole que no hable así de sí mismo. “Usted está perfectamente. Solo necesita dejar de preocuparse por todo”, le insiste. Pero Damián no puede hacerlo. La carga emocional y las presiones en la fábrica lo tienen al borde del colapso. “¿Cómo quieres que esté con todo lo que está pasando?”, responde con voz quebrada. Pelayo, con la serenidad de quien ha visto demasiado, intenta tranquilizarlo, pero Damián va más allá: sus preocupaciones no se limitan a la empresa. Hay algo más, algo que lo atormenta profundamente.

Pelayo entiende de inmediato a qué se refiere: al chantaje, a las amenazas, al peligro que todavía acecha a su hija. “Ah, ya. A lo del chantaje de ese miserable”, dice con amargura. Sabe que Pelayo le contó la verdad, pero eso no alivia su angustia. “¿Cómo quieres que no me preocupe?”, replica con desesperación. “Mi hija está amenazada por un delincuente, y no puedo quedarme tranquilo mientras Eladio y Santiago sigan libres. Es el cuento de nunca acabar.”

Pelayo trata de calmarlo, recordándole que ya tomó medidas. Le asegura que Eladio fue trasladado al penal de Ocaña y que, como gobernador civil, él mismo ha velado por su seguridad. Pero Damián no se deja convencer: “Eso no es una solución, solo es una pausa. Los hombres como él siempre encuentran la forma de volver.” Su voz se tiembla entre la rabia y el miedo, mientras Pelayo intenta infundirle confianza. “Eladio no puede hacernos nada. Y usted debe dejar de torturarse con lo que no puede controlar”, le dice con tono paternal. “Si surge algún problema, nosotros lo resolveremos. Ya no somos unos niños, y usted necesita descansar.”

Damián asiente, aunque sus ojos revelan que no puede soltar el peso que lleva encima. Los recuerdos del pasado lo asaltan, el miedo al futuro lo paraliza y la culpa lo consume. Mientras la música de fondo marca el silencio incómodo que los separa, ambos hombres entienden que la verdadera batalla no está en la fábrica ni en los tribunales, sino dentro de sus propias conciencias.

Intentando cambiar de tema, Pelayo le pregunta qué sabe sobre la situación en la empresa. “Los de Brosard ya han elegido al nuevo director”, comenta con cautela. Pero Damián, abatido, responde con ironía: “Yo ya soy una mera figurita decorativa aquí. Nadie me cuenta nada.” La amargura en su voz es evidente. Durante años, fue el alma de la fábrica, el pilar sobre el que se sostenía todo. Ahora siente que lo han relegado, que su esfuerzo ha sido olvidado por quienes solo buscan poder y control.

Pelayo intenta suavizar la conversación y lo anima a mantenerse informado, a no dejarse apartar tan fácilmente. “Infórmame tú, por favor”, le pide Damián, consciente de que su amigo aún tiene acceso a información que él ya no controla. Y es entonces cuando Pelayo, con cierta sorpresa, le revela el nombre del nuevo director. “Ha sido una sorpresa”, dice, dejando caer las palabras con un peso casi teatral.

Ese nombre, aunque no se pronuncia de inmediato, es suficiente para encender las alarmas en Damián. Su rostro cambia de expresión, como si en un instante comprendiera que nada de lo que ha vivido en las últimas semanas ha sido casualidad. La elección del nuevo director no solo afecta el futuro de la empresa, sino que puede alterar el equilibrio de toda la colonia. ¿Será alguien cercano, un aliado encubierto de Brosard o, peor aún, alguien dispuesto a traicionarlos desde dentro?

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A lo largo del diálogo, queda claro que Damián vive atrapado entre dos mundos: el de los negocios, donde la ambición y las decisiones estratégicas dictan el destino de todos, y el de los afectos, donde el amor y la lealtad se ponen constantemente a prueba. Su agotamiento no es solo físico, sino moral. Está cansado de luchar contra un sistema que lo supera y contra una serie de intrigas que parecen no tener fin.

Pelayo, a pesar de su postura firme, también se siente impotente. Como gobernador civil, ha hecho todo lo posible para proteger a la familia, pero comprende que hay cosas que escapan incluso a su autoridad. Ambos hombres, unidos por la experiencia y el respeto mutuo, comparten una misma sensación: la de haber perdido el control sobre sus propios destinos.

En medio de todo, la adopción de Julia sigue siendo el punto de inflexión emocional. Para Damián, representa tanto la esperanza de un nuevo comienzo como la dolorosa aceptación de que su papel como padre ha terminado. “Ella estará mejor con ellos”, repite con voz temblorosa, convencido de que Begoña y Gabriel sabrán darle lo que él ya no puede ofrecerle. Pero en el fondo, el espectador percibe algo más profundo: el miedo de un hombre que siente que su vida, poco a poco, se desmorona.

El cierre de la escena deja un sabor agridulce. Damián, sentado en silencio, asimila la noticia del nuevo director mientras su mente viaja entre recuerdos, pérdidas y responsabilidades incumplidas. Pelayo, por su parte, lo observa con preocupación, consciente de que detrás de su aparente serenidad hay un corazón herido que todavía guarda demasiados secretos.
El futuro de la fábrica pende de un hilo, el pasado amenaza con resurgir, y el presente se vuelve cada vez más incierto. Nada está realmente resuelto, y lo que está por venir promete sacudir los cimientos de todos.

Una conversación que comienza con una adopción termina desvelando mucho más: la fragilidad de los lazos familiares, el miedo constante a la traición y el eco de un pasado que se niega a morir. Y entre las sombras, la gran incógnita permanece: ¿quién es ese nuevo director que puede cambiarlo todo?