Sueños de libertad (Capítulo 419) No puedo perder otra persona la que lo sé
💔 “Sueños de Libertad: Entre la vida y la esperanza — el destino de Andrés y la lucha de los De la Reina” 💔
El episodio de Sueños de Libertad de esta semana nos deja sumergidos en un mar de incertidumbre, dolor y resistencia. La explosión en la fábrica sigue proyectando su sombra sobre todos, especialmente sobre Andrés, que continúa inconsciente en el hospital, atrapado entre la vida y la muerte. Sus seres queridos viven al borde del colapso, intentando aferrarse a la esperanza mientras el miedo les carcome el alma.
En una de las escenas más emotivas, Begoña conversa con Marta en los pasillos del hospital. Sus rostros cansados, la ropa arrugada y las ojeras profundas hablan por ellas antes incluso de pronunciar una palabra. “He insistido en que tu padre vaya a descansar, pero no quiere separarse de Andrés”, confiesa Begoña con voz quebrada. Marta asiente, sabiendo que Damián, obstinado como siempre, no se permitirá descansar mientras su hijo esté en peligro. “Yo tampoco me movería de su lado si no fuera por todo lo que tenemos pendiente en la fábrica”, añade, revelando la enorme carga que aún soporta a pesar del dolor personal.
Marta intenta mantenerse firme, aunque la preocupación la desborda. Pregunta con ansiedad: “¿Cómo está Gabriel?”. Begoña suspira, como quien no quiere dar malas noticias pero tampoco mentir: “Está bien… tuvo suerte, pero le han dado el alta demasiado pronto. Debería estar en reposo, pero ya sabes cómo es, no quiere reconocer su debilidad”. La conversación se tiñe de un silencio incómodo. Ambas saben que la prioridad ahora es Andrés, aunque cada una sufre por dentro a su manera.

Begoña, agotada, le pide a Marta que regrese a casa, que acompañe a Gabriel y descanse un poco, pero Marta se niega: “No, ya le he dicho a Manuela que lo vigile. Si se encuentra mal, llamarán al dispensario”. Su voz tiembla, pero su determinación es firme. No puede permitirse el lujo de descansar cuando su hermano lucha por su vida.
El ambiente se vuelve más denso cuando hablan de los médicos. “¿Han dicho algo nuevo?”, pregunta Marta con un hilo de voz. “No saben si se va a despertar… y si lo hace, no saben cómo podría afectarle el coma”, responde Begoña con lágrimas contenidas. “¿Afectarle? ¿Cómo?”, insiste ella, y la respuesta llega como un golpe seco: “Podría perder movilidad”. Marta se cubre el rostro con las manos, sin poder creer lo que escucha. “No entiendo por qué tuvo que quedarse hasta el final… arreglar esa caldera no tenía sentido”, murmura entre sollozos. Begoña, con un nudo en la garganta, responde: “Quería asegurarse de que todos los trabajadores salieran con vida. Ya conoces su sentido de la responsabilidad. Es el mismo que le hizo renunciar a ser feliz conmigo”.
Ambas se quedan calladas, atrapadas entre el orgullo y el dolor. “No podría soportar perderle”, dice Marta al fin, y Begoña la interrumpe con firmeza: “No digas eso. Andrés va a salir de esta, lo sé. Se lo merece. Y nosotros lo necesitamos. No puede dejarnos ahora”. Sus palabras son más una súplica al cielo que una afirmación racional.
Con el correr de los minutos, el cansancio físico y emocional se apodera de ellas. Begoña confiesa que no ha dejado de pensar en la fábrica, no porque quiera, sino porque sabe que eso es lo que Andrés querría: que no descuidaran a los trabajadores ni el legado familiar. “Él siempre antepone el deber a su propia vida”, murmura. Pero luego su voz se quiebra. “Aunque todo lo que hago sea por él, no dejo de pensar que tal vez no sobreviva… No puedo perder a otra persona a la que amo.” Marta la abraza, tratando de contener el llanto. “No lo harás. Andrés saldrá adelante. Ya lo verás”, le dice, sin estar del todo convencida, pero aferrándose a esa frase como si fuera una oración.
Mientras tanto, en otra sala del hospital, Damián vive su propio infierno. Luz intenta mantener la serenidad mientras conversa con él. “Dicen que está estable”, le explica, “pero eso solo significa que ha superado la fase crítica. No saben si despertará… o si volverá a ser el mismo”. Damián se lleva las manos al rostro, impotente. “Podría quedarse así para siempre”, murmura, y Luz lo detiene de inmediato: “No digas eso. Andrés es fuerte. Es un luchador”.
El viejo patriarca la mira con ojos enrojecidos. “Los médicos no son tan optimistas. Y yo… me estoy volviendo loco sin poder hacer nada, mientras la vida de mi hijo se me escapa”. Luz le toma las manos, intentando calmarlo: “Todavía lo tenemos con nosotros”. Pero él sacude la cabeza con desesperación. “Ya no sé. Intento rezar, aferrarme a la esperanza… pero solo siento rabia. ¿Por qué nos pasa esto, Luz? ¿Cuántas desgracias más puede soportar una familia?”.
Ella no le responde de inmediato. Su silencio es el de quien también ha perdido demasiado. Finalmente dice: “Dios no permitirá que se muera. Y tú no puedes desfallecer ahora. Tienes que ser fuerte por todos… y sobre todo por Julia”. Solo entonces Damián recuerda a su nieta, la pequeña que no entiende por qué todos lloran ni por qué su abuelo no la lleva más a la fábrica. “¿Julia sabe lo que ha pasado?”, pregunta con voz apagada. “Sí”, responde Luz con ternura, “y nos necesita. A los dos”.
El hombre, que siempre fue la imagen de la autoridad y el control, se derrumba por completo. “No puedo perderlo también. No después de todo lo que he hecho por esta familia”. Luz lo abraza con suavidad. “Andrés es como tú. Terco, valiente. Va a volver. Pero si no lo hace, tendrás que vivir por él, y por los que siguen aquí. Julia te necesita vivo, no roto.”
El episodio alterna entre la angustia en el hospital y la tensión en la fábrica. Tacio y Marta intentan reorganizar la producción, pero todo está en ruinas. Los trabajadores se niegan a abandonar su puesto, movidos por la lealtad hacia Andrés, el único patrón que alguna vez se preocupó de verdad por ellos. “Si él se levantara y viera esto, se sentiría orgulloso”, dice uno de los obreros.

La noche cae sobre la colonia De la Reina. Begoña se queda en la habitación de Andrés, observando cómo las luces del monitor titilan al ritmo de su respiración. Le acaricia la frente y le susurra: “Te prometo que todo estará bien. Que la fábrica seguirá en pie. Que cuando despiertes, no tendrás que cargar con todo tú solo.” Sus lágrimas caen sobre su mano, y por un instante, siente que él responde con un leve movimiento de los dedos.
En paralelo, Damián se sienta en la capilla del hospital, con las manos entrelazadas y los ojos fijos en el altar. No reza, solo recuerda. Su voz interior se mezcla con la de Luz, con las de sus hijos, con los gritos del pasado. “Perdóname si no fui el padre que necesitabas”, murmura. “Solo quería que fueras fuerte.”
El episodio termina con una imagen poderosa: tres generaciones marcadas por la tragedia. Begoña, agotada pero firme, junto a Andrés en coma; Damián, envejecido por el dolor pero aún de pie; y Julia, durmiendo en el regazo de Luz, sin comprender la magnitud de la tormenta que azota a su familia.
En Sueños de Libertad, la esperanza se convierte en una forma de resistencia. Aunque los médicos no prometen milagros, el amor y la unión de los De la Reina parecen ser la única fuerza capaz de desafiar al destino. Cada uno, a su manera, lucha por Andrés: Begoña desde el amor, Damián desde la culpa, y Luz desde la fe. Y en medio de tanto sufrimiento, queda claro que, incluso cuando la vida se detiene, el corazón sigue luchando por una segunda oportunidad.
🌹 Porque en esta familia, el dolor no apaga la esperanza… solo la transforma.