Sueños de Libertad Capítulo 421(¿Coma de Andrés y astucia de María:verdad en acusaciones de Begoña?)

🔥 “Sueños de Libertad: El enfrentamiento que lo cambia todo — Begoña desenmascara a María” 🔥

El nuevo capítulo de Sueños de Libertad comienza con una tormenta de emociones en la enfermería, donde Begoña entra como un vendaval, furiosa, desbordada por la noticia que acaba de recibir: Damián le ha contado que María ha recuperado la sensibilidad en las piernas, algo que Luz, su amiga y confidente, no había tenido el valor de decirle. La traición, o al menos el silencio, pesa como una piedra.

Luz, ajena al huracán que se avecina, la recibe con su habitual calma: “Buenos días, Begoña. Hazme un favor, pásate por el invernadero y pide un poco de aloe vera”. Pero la respuesta de Begoña, cargada de sarcasmo, deja ver la tormenta que hierve dentro de ella: “Mira qué bien”. Luz capta de inmediato el tono y, preocupada, pregunta qué ocurre. “No lo sé, dímelo tú”, responde Begoña con una frialdad que congela el ambiente. La tensión se palpa cuando Luz, con un suspiro resignado, reconoce lo inevitable: “Imagino que ya te lo han contado, ¿verdad?”.

“¿Contarme qué?”, estalla Begoña. “¿Que María ha sufrido el milagro de Cafarnaúm? ¡Levántate y anda!” Su ironía corta el aire como un cuchillo. Luz intenta serenarla, pero la furia de Begoña es imparable: “Ya lo sabías ayer, Luz. Me habría gustado que me lo dijeras tú”. Luz intenta justificarse: “Ni yo misma podía creerlo. La examiné hace una semana, no hubo reacción alguna”. Pero las palabras no bastan. “¿Y no se te ocurrió contármelo cuando lo confirmaste?”, replica Begoña, dolida. Luz, bajando la voz, responde con honestidad: “Cuando tuve los resultados, Andrés ya estaba al borde de la muerte. No quise causarte más dolor”.

Avance semanal de Sueños de libertad: Begoña no pierde la esperanza de  sacar a Andrés de la cárcel

Pero Begoña no puede aceptar esa explicación. “María nos ha engañado a todos desde el principio. Ha jugado con nosotros, ha manipulado cada sentimiento”, dice con los ojos encendidos por la rabia. Luz, firme, trata de poner límites: “No digas eso, Begoña. Nadie podría mentir con algo así”. Pero Begoña insiste, recordando los detalles que nadie más parece ver: “Despidió a Olga de un día para otro. Oí pasos en su habitación y me hizo creer que eran ratones. Y Julia vio sus zapatos manchados de barro. ¡Es una mentirosa!”. Luz, desconcertada, le suplica calma, pero Begoña ya está demasiado hundida en sus sospechas: “No me pidas que me tranquilice cuando sé que tengo razón”.

Luz recurre a la ciencia como último recurso. “Su recuperación es reciente. La han visto tres neurólogos y todos coinciden: no puede caminar”. Pero Begoña no cede. “Algún detalle se les escapó, ¿no te parece?”. Luz suspira. “Yo misma la pinché con una aguja y no reaccionó. Nadie puede fingir algo así”. “Entonces, ¿qué propones? ¿Que ha sido un milagro?”, responde Begoña con amarga ironía. “No diré eso”, replica Luz, “pero podría tratarse de una mielitis transversa; los síntomas son parecidos y algunos pacientes logran recuperarse”.

Nada de eso convence a Begoña. “María lo ha ocultado. Lo ha planeado todo. No sé cómo, pero lo ha hecho”, sentencia. Luz, exasperada, pregunta: “¿Y con qué propósito, Begoña?”. “¿Te parece poco?”, responde ella con firmeza. “Sabe que Andrés jamás la dejaría abandonada mientras estuviera impedida. La estaba echando de casa cuando ocurrió su caída. Ahora lo tiene donde quería: inmóvil, indefenso”.

Luz la mira con incredulidad. “¿Y para qué fingir ahora, cuando él está en coma?”. “Tal vez para llamar la atención, para seguir siendo el centro de todo. No lo sé, Luz, pero esa mujer es capaz de cualquier cosa”. Luz intenta hacerla razonar. “Eso es demasiado retorcido, incluso para María. Créeme, está sufriendo de verdad por lo que le pasa a Andrés”. Pero Begoña no se ablanda: “Puede que sufra, sí, pero también sabe manipular el dolor”.

Luz, desde su rol de médica, cierra la conversación con serenidad: “Como doctora, solo puedo alegrarme. Y tú deberías hacer lo mismo”. “Sí”, concede Begoña con amargura, “pero no me pidas que confíe. Encontrará la manera de usar esta recuperación para retenerlo otra vez. No puedo evitar sufrir por él”.

Mientras tanto, en el hospital, Tacio se sienta junto a la cama de su hermano Andrés. Le toma la mano, su voz tiembla al hablarle: “Por favor, sal de esta. Te necesitamos. No sé si podré soportar esto sin ti”. Su desesperación se quiebra cuando Damián entra en silencio. Escucha las palabras de su hijo sin interrumpirlo, luego se acerca con gesto agotado. “Estaba en la cafetería”, dice, apenas con fuerzas. Tacio, al verlo, se conmueve: “Tiene usted un aspecto horrible”. Damián sonríe débilmente. “Lo sé”.

Padre e hijo conversan sobre la fábrica. Tacio explica que ha detenido las obras para evitar riesgos, que los trabajadores están exhaustos. Damián asiente, reconociendo el esfuerzo: “Dales las gracias de mi parte. Y no te culpes por lo ocurrido”. Pero Tacio, roto por dentro, no puede evitar sentirse responsable. “Creo que podría haber evitado la muerte de Benítez… y lo de Andrés”, confiesa entre lágrimas. Damián, con la voz cargada de ternura y autoridad, le responde: “Tu hermano nunca habría abandonado el lugar sabiendo que alguien estaba en peligro. No cargues con culpas que no son tuyas”. Tacio llora en silencio, mientras Damián le aprieta el hombro: “Cuando despierte, le diremos que estamos orgullosos de él. Igual que yo lo estoy de ti”.

Horas después, el foco vuelve a la casa de la familia De la Reina. María está en el salón cuando aparece Begoña. “Te hacía en el dispensario”, dice con frialdad María. “He venido solo para hablar contigo”, responde Begoña con determinación. “Menos mal que no he ido al hospital, habrías ido en vano”, replica María con su habitual ironía.

Avance semanal de Sueños de libertad: María descubrirá por fin a Begoña y  Andrés juntos

El ambiente se vuelve irrespirable. “Ya me han dado la buena nueva”, suelta Begoña con dureza. María sonríe con fingida serenidad: “Sí, un milagro. Dios escuchó mis súplicas”. “¿Desde cuándo sientes las piernas?”, pregunta Begoña sin rodeos. María la mira, desafiante: “Desde el día de la explosión. No antes”. “Mientes”, escupe Begoña. “Llevas mintiendo desde el principio”. María, indignada, se defiende: “¿Tú crees que me condenaría a esta silla por gusto?”. “Sí”, replica Begoña sin dudar. “Eres capaz de cualquier cosa con tal de retener a Andrés”.

María contiene la rabia. “Tu amiga Luz me examinó hace poco. ¿Crees que mintió sobre mi estado?”. “No lo creo”, responde Begoña. “Pero tú sí hiciste algo ese día. Solo tú sabes qué”. María suspira, cansada. “Esto es absurdo, Begoña”. Pero ella no se detiene: “Te conozco demasiado bien. Fingiste un embarazo, un aborto y acusaste a Andrés de ser el padre. Eres capaz de todo”.

María explota. “¡Basta ya! ¿Quieres que te enseñe mis heridas? ¿Mis manos llenas de callos de empujar esta silla? ¿Mis piernas llenas de varices? ¡No inventes más!”. “No digo que inventes tus heridas”, responde Begoña, “digo que las usas para engañar”. María grita: “¡Debería mandarte al infierno por acusarme de algo así!”. Su mirada se vuelve de acero. “El odio te ha cegado, Begoña. Das pena”.

La escena termina con María apartándose lentamente, mientras Begoña la observa con una mezcla de rabia y tristeza, convencida, más que nunca, de que su enemiga está mintiendo.

Y así, entre verdades enfrentadas, fe rota y sospechas que se transforman en certezas, Sueños de Libertad se adentra en su punto más tenso. Las heridas del pasado vuelven a abrirse y las máscaras empiezan a caer. Porque, en esta historia, los milagros pueden ser solo el disfraz de una mentira perfectamente calculada.