Sueños de libertad (Capítulo 426) María y Andrés acuerdan, Digna le cuenta a Marta sobre Jesús

💥 SPOILER: “El precio del silencio y el inicio de la guerra por la Reina” 💥

La historia se abre con una confesión que cambia el curso de todo. En un despacho cargado de sombras, una voz quebrada recuerda los últimos instantes de una tragedia: “Le pidió que le dijera a tu padre que lo quería mucho. Y a Julia también. Luego cerró los ojos”. Así murió, sin gritos, sin justicia, con un secreto enterrado bajo la alfombra del poder. Quien narra, temblando, admite haber estado allí, haber visto el cuerpo en el suelo. Pedro fue el primero en llegar y, con fría serenidad, pronunció la sentencia: “Está muerto. Ya no hay nada que hacer.”

Esa misma voz, rota por la culpa, revela cómo fue manipulada: Pedro le impidió llamar a la Guardia Civil, asegurándole que lo mejor era proteger a la familia y, sobre todo, a su nieta. “Me convenció… yo estaba aterrada.” Todo fue presentado como un accidente, pero las palabras huelen a encubrimiento. Damián, al escuchar el relato, siente que el aire desaparece. La verdad lo golpea con la fuerza de una descarga eléctrica: su familia no solo está dividida por el dolor, sino también por la mentira.

Mientras tanto, la vida en la mansión intenta seguir su curso. Marta llega con noticias desde el hospital. Su voz, serena pero agotada, anuncia lo que todos necesitaban oír: “Andrés está bien, gracias a Dios.” El alivio se mezcla con la tensión. En el desayuno, Joaquín y Digna la reciben con abrazos que ocultan preocupación. A pesar del optimismo, Marta advierte algo inquietante: Andrés no recuerda nada. Ni el accidente, ni las últimas horas antes de su ingreso. “El cerebro a veces protege lo que no puede soportar”, comenta con tristeza.

Sueños de libertad', avance semanal capítulos del 27 al 31 de octubre: El  intento de asesinato de Andrés

Sin embargo, la vida fuera del hospital se mueve a otro ritmo. En el bar de Carmen, el rumor de una rebelión comienza a tomar forma. Lo que antes era un rincón de desahogo se transforma en el corazón de la resistencia obrera. Carmen, fuerte y maternal, sirve café mientras alienta a los trabajadores: “No se queden fuera. Esto es como la lotería: si toca, hay que estar dentro.” Su entusiasmo contagia a todos. José Miguel, uno de los empleados más antiguos, firma emocionado su adhesión a la cooperativa con 4.000 pesetas, convencido de que así podrán rescatar la fábrica.

A medida que el bar se llena de esperanza, Carmen lucha con una angustia íntima: Tasio, su marido, se está desmoronando. Las presiones del trabajo y la culpa lo han dejado vacío. “Es como un pollo sin cabeza”, murmura uno de los clientes. Pero Carmen, siempre leal, responde: “Sigue siendo mi marido, y vamos a salir de esta juntos.”

De pronto, la campanilla de la puerta anuncia una visita inesperada. David, un antiguo amigo, regresa al pueblo. Sus ojos, cargados de pasado, se cruzan con los de Carmen y el tiempo parece detenerse. “No imaginé volver a verte”, dice él con nostalgia. “El destino tiene sus propias reglas”, responde ella, con una mezcla de emoción y miedo.

Mientras tanto, en el apartamento familiar, Marta intenta reponerse. La enfermedad de Andrés la consume en silencio. “El doctor Herrera dice que todo apunta bien”, dice con esperanza, pero su padre no logra ocultar el cansancio. María, fiel a su amor, ha pasado la noche entera junto al hospital. “Solo quiere estar con él”, confiesa Marta. “Y tú debes cuidarte”, le responde su padre con voz áspera pero llena de cariño.

Sin embargo, la preocupación no se limita a la salud de Andrés. La fábrica, el orgullo de generaciones, está al borde del colapso. Tasio se presenta con un informe devastador: daños estructurales, deudas impagables, riesgo de cierre. “Si aceptamos la oferta italiana, perdemos el control; si no, no habrá nada que controlar”, gruñe entre dientes. Damián golpea la mesa con rabia: “Perfumerías de la Reina es mi vida. No la venderé.” Pero el tiempo juega en su contra. Decide convocar una junta urgente: “Hoy a las ocho. Que Dios nos ayude.”

Mientras el caos empresarial crece, Begoña empaca sus maletas. Ha decidido marcharse a Madrid junto a José para reconstruir la floristería familiar. “Prométeme que no dudarás de tu valor”, le dice su amiga antes de despedirla. Por primera vez, Begoña se siente libre. Deja atrás el peso del dolor y se aferra a la posibilidad de un amor nuevo, limpio, sin heridas.

Pero el alivio dura poco. En el despacho de Damián, una confesión inesperada hace temblar los cimientos de la familia. Entre lágrimas, una mujer admite que participó, sin querer, en la muerte de su hermano. “Fue un accidente”, murmura. “Él ya estaba muy débil.” Damián siente que el alma se le rompe. Ella le suplica que abandone el odio, pero es tarde: el veneno ya está sembrado.

En ese mismo instante, en la fábrica, Teresa irrumpe con paso firme. “Sabemos lo del muro, lo de la junta… y tenemos la solución”, anuncia. Todos la miran con incredulidad. “Podemos salvar la empresa.” La esperanza vuelve a brillar, aunque nadie imagina el precio que habrá que pagar.

De regreso al hospital, Andrés intenta levantarse, pero su cuerpo apenas responde. María lo ayuda, asustada. “No te esfuerces”, le suplica. Él la mira confundido, y entre susurros recuerda fragmentos: la venta, los italianos, Julia. “¿Tú tomaste esa decisión sin mí?”, pregunta con voz quebrada. María, atrapada entre culpa y amor, responde: “Lo hice por ti. Para que no lo perdieras todo.” Pero Andrés no puede perdonarla. “Yo levanté esa empresa con mis manos. Y tú la vendiste por miedo.”

Tomás intenta calmar los ánimos. “No es momento de discutir. Primero recupérate.” Pero el orgullo de Andrés arde. “Tú preferiste el dinero a nuestro legado”, escupe, sin contener la furia. María cierra los ojos. Cada palabra es una herida nueva. “Tu terquedad nos habría destruido”, replica. El padre intenta intervenir: “Basta ya.” Pero Andrés, agotado, sentencia: “Quiero estar solo.” María, rota, se aleja en silencio. Antes de salir, susurra: “Lo hice por ti.” La puerta se cierra como un golpe de martillo.

Esa noche, el hospital se convierte en un campo de batalla silencioso. Andrés jura recuperar su empresa y su orgullo. María, desde su soledad, toma otra decisión: “Si quiere guerra, la tendrá.” Llama a los italianos. Al otro lado de la línea, una sonrisa satisfecha. “Bienvenida, signora. Brindemos por su nueva posición.”

Pero la aparente alianza es una trampa. En una cena elegante, entre copas de vino y palabras dulces, los socios italianos revelan su verdadera intención: usarla para destruir a Andrés. “Nosotros nos encargaremos de lo legal”, le dicen con voz seductora. María siente un escalofrío, pero ya no puede retroceder.

Mientras tanto, Julia, su hija, observa en silencio la guerra entre sus padres. “Papá, ¿mamá es mala?”, pregunta una noche. Andrés la abraza. “No, solo eligió otro camino.” Pero en su interior, sabe que las cosas jamás volverán a ser iguales.

Sueños de libertad' mejorará la salud de María y Andrés y Marta  reflexionarán sobre amores imposibles - FormulaTV

Días después, Tomás encuentra entre los archivos antiguos una carta del fundador: el abuelo dejó instrucciones secretas. La fábrica solo podía venderse si la familia corría peligro mortal, y el verdadero heredero no era Andrés ni María… sino Julia. “María no puede saberlo”, advierte Andrés. Si lo hiciera, los italianos irían tras su hija.

Pero el destino no espera. Una mañana, María regresa a casa para enfrentarse a Andrés. “Quiero que te vayas”, le ordena él. “¿Me estás echando?” pregunta ella, incrédula. “Hasta que entiendas lo que has hecho.” María, con los ojos encendidos de rabia, responde: “Entonces prepárate, porque yo también sé luchar.” Sale de casa con la cabeza en alto, sin mirar atrás.

Y así, la batalla familiar se convierte en una guerra de poder, donde el amor se mezcla con la ambición y el miedo. Los italianos celebran su victoria parcial: “Con ella de nuestro lado, el control será total.” Pero aún hay una carta por jugar.

Esa misma noche, una figura vigila desde la oscuridad. Habla por teléfono con voz fría: “El objetivo está localizado.” Al otro lado, el socio italiano asiente: “Perfecto. Si tenemos a la niña, controlaremos a todos.”

Al amanecer, el grito rompe la calma: Julia ha desaparecido.
Andrés siente que el alma se le desprende del cuerpo. María, desesperada, recibe un maletín de un notario con un mensaje aterrador: “Firme la cesión o no volverá a verla.”

Entre lágrimas y furia, María grita al vacío: “Si tocan un solo pelo de mi hija, los destruiré.”
Porque lo que comenzó como una disputa empresarial ahora es una guerra entre el amor y el poder, y una madre enfurecida es el enemigo más temido.
La verdadera lucha por el alma de Perfumerías de la Reina acaba de comenzar.