Sueños de Libertad Capítulo 429 (Andrés recupera la memoria: ¿Qué pasará con Begoña y Gabriel?)
💥 Spoiler: “El regreso de los recuerdos y la llegada del enemigo silencioso” 💥
El capítulo 429 de Sueños de Libertad promete ser uno de los más intensos y emotivos hasta el momento, con un reencuentro lleno de ternura, verdades olvidadas y una amenaza silenciosa que se infiltra en la fábrica de la familia De la Reina.
Todo comienza con una escena cargada de emoción: Begoña llega al hospital con un ramo de flores en las manos y el corazón agitado por la mezcla de nervios y esperanza. Su rostro, lleno de cariño, cambia al instante cuando ve a Andrés sentado en una silla de ruedas. El impacto la deja sin palabras. “¿Por qué estás así?”, le pregunta con evidente preocupación. Él, intentando restarle importancia, sonríe débilmente y responde: “Todo bien, es solo por precaución”. Pero ella percibe que no es del todo cierto.
Begoña le explica que María se ha quedado en casa descansando, y con un gesto dulce le entrega las flores. Andrés se emociona: no esperaba ese detalle y su mirada se ablanda. “Me alegra mucho verte”, le dice con voz temblorosa. Ella se inclina y lo abraza con ternura: “Yo también estoy feliz de verte”. En ese instante, el silencio entre ambos se llena de un pasado que ninguno ha podido olvidar del todo.
De su bolso, Begoña saca un pequeño cuaderno y unos lápices de dibujo. “Para que las horas aquí no sean tan largas”, le dice con una sonrisa cálida. Pero Andrés baja la mirada, con cierta tristeza: “Hace mucho que no dibujo”. Ella insiste, recordándole que siempre tuvo talento, que en otro tiempo, el arte era su refugio. “Podrías volver a hacerlo”, susurra. “¿Cómo podría olvidarlo?”, responde él, mirándola con una intensidad que la descoloca. “Recuerdo cuando te dibujaba, cada detalle de tu rostro.” Begoña se incomoda, intenta desviar la conversación, pero la nostalgia flota entre los dos.

Andrés continúa con sinceridad desarmante: “Desde que desperté, he pensado mucho en ti. Te he echado de menos”. Begoña traga saliva, evita su mirada y busca refugio en la excusa del reposo médico que la había mantenido alejada. “Tenía que guardar reposo, Gabriel y Luz no me dejaban salir.” Andrés asiente comprensivo. “Gabriel me dijo que estabas enferma, una gripe, ¿no?” Pero ella sonríe apenas y coloca una mano sobre su vientre: “No, Andrés, no era una gripe.” Él no comprende el significado de esa frase y, con inocencia, dice: “Bueno, lo importante es que ya estás mejor.”
En ese momento, Begoña se da cuenta de algo doloroso: Andrés ha olvidado que ella está embarazada… y que va a casarse con Gabriel. Su amnesia ha borrado los últimos capítulos de su vida. Él, ajeno a esa herida invisible, sigue hablando con naturalidad: “Si Gabriel estaba preocupado por ti, supongo que vuestra relación sigue bien.” Ella responde con un hilo de voz: “Sí, seguimos.” La sonrisa de Andrés se vuelve melancólica: “Lo importante es que los dos estamos bien.”
Pero su tono cambia, se vuelve más profundo. “La vida me ha dado una segunda oportunidad. No pienso desperdiciarla.” Begoña, conmovida, le pregunta si realmente cree en eso. “Claro que sí”, responde él con convicción. “No todos tienen la suerte de volver a empezar.” Ella lo mira en silencio, sabiendo que esas palabras podrían abrir heridas imposibles de cerrar.
Cuando intenta explicarle que su vida ha cambiado, que Gabriel es su presente, Andrés la interrumpe con calma: “Sé que estás con él, pero también sé que no has olvidado lo que hubo entre nosotros.” Sus palabras caen como un golpe suave pero certero. “Yo me conformé con un matrimonio infeliz, pero ahora… quizás aún haya tiempo para…” Begoña lo corta, visiblemente nerviosa: “Andrés, es mejor que no.”
Antes de que puedan seguir, un médico interrumpe con buenas noticias: Andrés será dado de alta ese mismo día. Ambos sonríen, pero tras esa alegría se esconde la confusión de un amor suspendido entre la memoria y el olvido.
Mientras tanto, en la fábrica, Marta y Pelayo caminan por los terrenos vacíos. El lugar, antaño lleno de vida, ahora parece un eco del pasado. “Deberíamos alegrarnos, tu hermano pronto estará en casa”, dice Pelayo, intentando animarla. “Sí, me alegra mucho. Begoña me lo contó”, responde Marta, aunque su voz suena apagada. El ambiente está cargado de incertidumbre.
De pronto, una mujer se acerca. Su porte es elegante y su acento extranjero. “Disculpen, ¿podrían decirme dónde está la tienda de la fábrica?” Marta le indica con amabilidad. Pero la mujer los observa con atención, reconociendo sus rostros. “Ustedes son Marta de la Reina y el gobernador Pelayo Olivares, ¿verdad?” Ellos asienten corteses. “He leído mucho sobre ustedes. En persona son incluso más impresionantes.” Tras esas palabras aduladoras, la mujer se despide y entra en la tienda, no sin antes mirar fijamente a Marta, como queriendo memorizar su rostro.
Una vez dentro, comienza a actuar con sospechosa curiosidad. Habla en francés, pregunta demasiado, y en un momento intenta acceder a la zona del almacén. Claudia la detiene con firmeza: “Esa área es solo para el personal.” La mujer sonríe, se disculpa y continúa fingiendo interés por los perfumes más vendidos. Pero Gema y Claudia notan algo extraño: parece más interesada en observar que en comprar. Todo indica que no es una simple clienta, sino alguien enviada por los nuevos socios extranjeros.
Fuera, Marta recibe una carta que la deja helada. El remitente es aquel hombre que la llamó desde la cárcel. Su rostro cambia, guarda el sobre con disimulo, pero Pelayo lo nota. Algo en su interior le dice que ese mensaje traerá problemas.

Horas después, la misteriosa mujer llega al despacho principal de la fábrica. Allí encuentra a Tasio, quien la recibe con cortesía, aunque con evidente desconfianza. “¿Puedo ayudarla?”, pregunta. “No estoy perdida”, responde ella con seguridad. Le entrega una tarjeta: “Soy representante de Brosarth.” Tasio se queda perplejo. “No sabía que llegarían tan pronto.” “Los socios mayoritarios no necesitan anunciar sus movimientos”, replica ella con una sonrisa gélida.
Explica que ha venido a evaluar las instalaciones y el funcionamiento de todo el personal, para definir el nivel de intervención que su empresa realizará. Su tono es autoritario, sus palabras calculadas. Tasio comprende que la batalla por el control de la fábrica acaba de comenzar.
Intentando mantener la calma, él le recuerda que el abogado de la familia está en París resolviendo los asuntos legales. La mujer lo mira con sorna: “Qué curioso… me dijeron que ya estaba todo aclarado.” Su voz es como un cuchillo envuelto en seda. “Brosarth confía plenamente en esta unión. Somos líderes en Francia, ustedes lo son en España. Juntos seremos imparables.”
Tasio, conteniendo la rabia, responde: “Llamarlo unión es un sarcasmo. Ustedes compraron el 51% de las acciones sin previo aviso.” Ella no se inmuta. “Fue todo completamente legal. Ustedes firmaron sin la cláusula de restricción de venta. No pueden quejarse de lo que ustedes mismos permitieron.”
El silencio se apodera del despacho. Tasio baja la mirada. Sabe que tiene razón. La familia De la Reina, sin darse cuenta, ha entregado el alma de su legado a una mano extranjera. Y mientras Begoña revive un amor enterrado, y Andrés lucha por reconstruir su memoria, una nueva sombra se cierne sobre la fábrica: el enemigo ya está dentro.
La guerra empresarial apenas comienza. Y lo que está en juego no es solo un negocio, sino el corazón mismo de una familia que ha vivido demasiado tiempo entre secretos, traiciones y promesas rotas.