Sueños de Libertad Capítulo 434 (Chloé quiere despedir a Begoña, ¿podrá Luz detenerla?)
El aire en el consultorio se sentía pesado, cargado de un respeto que apenas lograba ocultar la tormenta que se avecinaba
Desde el momento en que Chloé entró en la consulta, se percibía una tensión casi tangible. La ejecutiva francesa, recién llegada de París, caminaba con la seguridad de quien sabe que representa a una corporación poderosa, con su impecable traje y su sonrisa cuidadosamente medida, capaz de ocultar cualquier emoción. Frente a ella estaba Luz, la doctora del Valle, cuya vida había estado siempre dedicada a cuidar de la comunidad que conocía por nombre, cuyas familias eran parte de su día a día y cuya vocación se reflejaba en cada gesto. Lo que a primera vista parecía un encuentro educado y cordial, pronto se reveló como un duelo silencioso: dos formas diametralmente opuestas de entender el mundo chocaban en un mismo espacio. Por un lado, la frialdad calculadora de las cifras; por otro, la calidez humana que mueve a quien pone el bienestar de los demás por encima de cualquier balance financiero.
Chloé inició la conversación con una cortesía estudiada. Se presentó con amabilidad, midiendo cada palabra, cada gesto, consciente de la reputación que traía consigo. Su lenguaje corporal, su tono y su mirada proyectaban poder. Luz, por su parte, respondió con serenidad y seguridad. Su amabilidad no era una estrategia; era natural. Observaba detenidamente a la visitante, tomando nota de cada detalle, evaluando con precisión qué intenciones se escondían tras la formalidad de sus palabras. Chloé hizo un comentario sobre la importancia de ver a mujeres en cargos de liderazgo, un cumplido que parecía sincero, pero que contenía un matiz de prueba: quería medir a Luz, entender si su posición era fruto de su mérito o de su relación con Luis Merino, su esposo. Luz, con calma firme, dejó claro que su identidad profesional existía desde antes de su matrimonio, estableciendo un límite invisible pero inquebrantable.

La conversación, que al principio parecía superficial, empezó a revelar las verdaderas intenciones de Chloé. Con una frialdad elegante, le comunicó a Luz que Begoña Montes, la enfermera de confianza y mano derecha de Luz, sería despedida. La razón era estrictamente económica: el presupuesto del consultorio no alcanzaba para cubrir dos sueldos. Chloé enunciaba la decisión sin emoción, como un hecho inmutable, reflejo de la lógica empresarial que guiaba cada acción de la multinacional a la que representaba.
Luz sintió un nudo en el estómago, pero no permitió que la desesperación la derrotara. Explicó con claridad y determinación la importancia de Begoña: sin ella, la atención a los trabajadores se vería comprometida, la visita a pacientes domiciliarios sería imposible y el funcionamiento del consultorio quedaría severamente afectado. No era un simple argumento profesional; era un ruego cargado de humanidad. La relación entre Luz y Begoña trascendía la mera camaradería laboral: se trataba de la vida de quienes dependían de su trabajo, del bienestar de una comunidad que ella había jurado proteger.
Chloé escuchaba con atención, incluso parecía captar la pasión que Luz imprimía en cada palabra, pero su postura permanecía firme. La lógica corporativa no conocía de apelaciones emocionales: los gastos debían ajustarse, los recursos optimizarse, y nadie podía saltarse las reglas. La doctora, lejos de amedrentarse, ofreció incluso reducir su propio salario para mantener el puesto de Begoña, un gesto de sacrificio que demostraba la profundidad de su compromiso. Sin embargo, la ejecutiva francesa mantuvo su decisión, con cortesía, sí, pero con un no rotundo, inamovible. La distancia entre ambas mujeres se hizo evidente: Luz, movida por la ética, por la humanidad y por la lealtad a sus pacientes; Chloé, guiada por la eficiencia, la autoridad y los objetivos de una empresa que no dejaba lugar para sentimientos.
El enfrentamiento también reveló la complejidad de Chloé. No era la típica jefa autoritaria, arrogante y directa, sino alguien que imponía su poder con delicadeza, con una sonrisa que ocultaba la firmeza de su voluntad. Luz, acostumbrada a lidiar con jefes que cedían ante la presión económica, percibió en Chloé una fuerza diferente: alguien que no se amedrentaba, que representaba a un sistema que no conocía la empatía, pero que no podía dejar de admirar en lo personal.
El conflicto alcanzó su punto máximo cuando Luz intentó argumentar que el consultorio no era un lugar cualquiera; allí se trabajaba con personas, con sus miedos, sus dolores y sus necesidades. Recordó la labor heroica de Begoña durante la crisis de la saponificación, cuando juntas habían controlado una situación que amenazaba la salud de muchos. Chloé reconoció la dedicación y el talento de Luz, pero su reconocimiento carecía de poder sobre la decisión: la lógica de la empresa se imponía sobre los afectos, y no había margen para excepciones. La doctora entendió que, aunque la conversación había permitido un breve respiro, la despedida de Begoña era inevitable.

Sin embargo, en la tensión y el conflicto, surgió un respeto silencioso entre ambas. Chloé no actuaba por maldad; era parte de un engranaje mayor que exigía dureza y disciplina. Luz, a su vez, representaba la voz de la comunidad, la defensa de los que no podían defenderse. Ambas mujeres compartían la fortaleza que se requiere para mantenerse firmes en un mundo diseñado por y para hombres, pero lo manifestaban en frentes opuestos: una luchaba por cambiar el sistema desde dentro, la otra por sobrevivir y protegerlo desde el corazón.
El intercambio dejó al descubierto no solo un choque profesional, sino también la soledad y la carga que conlleva ocupar puestos de responsabilidad. Chloé, endurecida por años de competencia en un mundo masculino, y Luz, forjada por su compromiso con la gente del valle, demostraron que la verdadera fuerza no siempre se muestra en gritos o imposiciones, sino en la resistencia y la coherencia con los propios valores. La batalla no tenía vencedoras claras: Luz obtuvo un pequeño aplazamiento para Begoña, un respiro temporal que no solucionaba la raíz del problema; Chloé cumplió con su deber, pero quizás por un instante dudó de que la eficiencia de la empresa pudiera medirse por encima de la vida de las personas.
Al final, el consultorio quedó en silencio, cargado de emociones contenidas. Luz se quedó sola, consciente de que la decisión de Chloé no era personal, sino la manifestación de un sistema frío y rígido. Begoña era más que una empleada; era el alma del lugar, y la idea de continuar sin ella generaba un vacío profundo. La escena quedó marcada por la tensión de dos universos que chocaban: la compasión frente a la eficiencia, el cuidado frente al cálculo, la humanidad frente a las reglas.
Este encuentro reflejó, en última instancia, lo que significa ser mujer en un mundo que no siempre reconoce el valor de su esfuerzo. Luz defendía su lugar con el corazón, con la ética y la vocación; Chloé imponía la ley de los números y la autoridad corporativa. Ambas sabían lo que costaba mantenerse firmes, ambas habían pagado un precio alto y ambas, a su manera, eran heroínas en su propio frente. Y aunque ninguna ganó completamente, el intercambio dejó claro que la fuerza, la inteligencia y la pasión no se rinden fácilmente.