Sueños de Libertad Capítulo 434 (El aniversario de la banda de la Reina ya no se celebrará)
Sueños de Libertad: El fin de la Reina y el comienzo del dominio francés
El aire en la fábrica de perfumerías De la Reina se ha vuelto más espeso que nunca. Las decisiones que llegan desde París están transformando el alma de la empresa, y con cada nueva orden, un pedazo del pasado se derrumba. El capítulo arranca con un golpe directo al orgullo de Damián: el patriarca ha sido degradado a un simple encargado. Cuando Marta lo encuentra en su despacho, apenas puede reconocer al hombre fuerte que alguna vez impuso respeto entre sus trabajadores. “Nos lo están arrebatando todo”, dice él con la voz quebrada, y sus palabras no son solo una queja, sino un lamento por un mundo que se desmorona ante sus ojos. Le han quitado el poder, la autoridad y, lo que es peor, la dignidad. Marta intenta consolarlo, pero también siente en carne propia la impotencia.
En medio de esa conversación, ambos reflexionan sobre la mujer que ahora maneja los hilos: Chloé Dubar, la enviada de París. Damián la define con rabia como una ejecutiva fría y despiadada; Marta, más contenida, reconoce su ambigüedad. “Por un lado parece amable, pero no duda en imponer su autoridad sin contemplaciones”, dice. Es una mujer que se mueve entre la cortesía y el mandato, que puede sonreír mientras dicta una sentencia. Damián asiente. “Yo usaría otro apelativo para describirla”, responde con amargura. Pero no hay tiempo para más quejas: la misma Chloé aparece de pronto en la oficina, impecable y con una sonrisa que apenas disimula el anuncio que trae consigo.
Con un tono diplomático, pero implacable, comunica la última decisión de su jefe, el señor Bogosaj: se suspende la celebración del 25 aniversario de la Banda de la Reina. La noticia cae como un jarro de agua helada. Marta, incrédula, pregunta si ha escuchado bien. “Sí —responde Chloé—. En lugar de conmemorar el pasado, queremos celebrar la nueva unión de nuestras empresas. La Banda del Rey marcará el comienzo de una nueva era.” Con esa frase, pretende borrar de un plumazo veinticinco años de historia, de trabajo, de esfuerzo compartido.

Marta no puede contenerse. “¡Eso es un atropello! La Banda de la Reina no es solo un perfume, es el símbolo de nuestra identidad. Fue el homenaje de mi hermano a mi padre.” Chloé la escucha sin alterar el tono. “Lo entiendo —dice con una calma gélida—, pero el valor sentimental no tiene relevancia para París. Lo importante ahora es la imagen de unión y el futuro compartido.” Esa palabra, futuro, resuena con ironía en la sala. Damián interviene, intentando mantener la compostura, pero su voz tiembla. “Es el pasado lo que nos ha hecho llegar hasta aquí.” Chloé responde con una sonrisa cortés: “Precisamente por eso, señor, creemos que ha llegado el momento de dejarlo atrás.”
La tensión crece. Marta la desafía abiertamente. “¿Lo cree usted, o lo cree su jefe? Porque todavía no me ha quedado claro si comparte las decisiones que nos imponen desde Francia.” El rostro de Chloé se endurece apenas un segundo. “Yo me debo a la empresa para la que trabajo. Igual que usted, madame, para lo bueno y para lo malo.” Las palabras suenan a advertencia. Antes de marcharse, anuncia con una serenidad insultante que también se cancelan los otros dos perfumes previstos para el aniversario. “No tienen sentido en nuestro nuevo futuro conjunto.” La frase es la estocada final. Marta, al borde del llanto, murmura: “¿Futuro conjunto? Solo nosotros obedecemos mientras ustedes deciden.” Chloé sonríe y responde: “Las cosas no serán siempre así. Gracias por escucharme.” Y se va, dejando tras de sí un silencio helado.
Minutos después, Marta llama a su padre. Su voz suena tensa, herida. “Padre, acabo de tener una conversación bastante desagradable con la señorita Dubar.” Damián suspira al otro lado del teléfono. “No sé si quiero saber más.” Pero ella insiste: “Van a cancelar el aniversario de la Banda de la Reina. Quieren sustituirlo por la conmemoración de la unión con los franceses.” Hay un largo silencio, y luego se oye su voz, temblorosa pero cargada de furia: “Nos lo están arrebatando todo, hija. Están acabando con todo lo que hemos construido. Malditos sean.” Marta, impotente, solo alcanza a decir: “Gracias por escucharme.” Y cuelga, sabiendo que algo dentro de su padre se ha roto para siempre.
Sin embargo, mientras la familia De la Reina lidia con la humillación, otro enfrentamiento, más silencioso pero igualmente feroz, tiene lugar en el dispensario. Luz y Chloé se encuentran por primera vez. Dos mujeres fuertes, dos mundos distintos que chocan con una cortesía afilada. La ejecutiva francesa se presenta con una sonrisa pulida, midiendo cada palabra como si fuera una pieza de ajedrez. Luz, por su parte, mantiene una serenidad que nace del trabajo y la experiencia, no del poder. Desde el primer momento, la tensión se siente bajo la superficie. Chloé elogia a Luz por ocupar un puesto tradicionalmente masculino, pero su cumplido suena más como una observación condescendiente que como una muestra de respeto. Luz no cae en la trampa. Le devuelve la sonrisa, pero sus ojos revelan desconfianza.
Cuando Chloé menciona a Luis Merino, el marido de Luz, el ambiente se vuelve más denso. “Debe de ser inspirador trabajar junto a su esposo”, comenta la francesa con tono estudiado. Luz, sin perder la compostura, responde: “Antes de ser esposa, fui doctora. Mi puesto me lo gané sola.” Su voz es suave, pero firme. Chloé, algo desconcertada, finge sonreír. Ambas saben que esa conversación no es casual: es una forma de medir fuerzas.
Finalmente, Chloé revela el verdadero motivo de su visita: comunicar que Begoña Montes, la enfermera que asiste a Luz, será despedida. La decisión, dice, viene directamente de París. “El presupuesto no permite mantener dos sueldos en el dispensario. El médico anterior trabajaba solo.” Su tono es neutro, impersonal, como si hablara de un número en una hoja de cálculo. Luz, sin embargo, no puede aceptar algo tan inhumano. “Begoña es indispensable —protesta—. Gracias a su ayuda, los trabajadores reciben atención constante. No puedo hacerlo sola.”

Chloé responde con frialdad: “Entiendo su situación, pero la empresa no puede hacer excepciones.” Entonces Luz da un paso más. “Reduciré mi propio sueldo si es necesario.” Es un gesto que revela su humanidad y su compromiso. Pero Chloé no se conmueve. “Agradezco su generosidad, doctora, pero no sería justo alterar los salarios aprobados por París.” Su tono es tan educado que duele más. Es la cortesía como arma.
La discusión continúa, y Luz intenta hacerla entender que allí no se trata de balances, sino de personas. Le recuerda las epidemias pasadas, las crisis que superaron gracias al trabajo en equipo. Chloé escucha con atención, incluso la elogia: “La empresa valora mucho su dedicación, doctora Borrel.” Pero sus palabras suenan huecas. La decisión ya está tomada. Luz siente que está hablando con una pared. “No somos cifras, señorita Dubar —dice con rabia contenida—. Somos vidas.” Chloé responde con calma: “Y las vidas necesitan estabilidad. Eso es lo que busca esta reestructuración.”
Antes de marcharse, la ejecutiva concede una pequeña prórroga: Begoña podrá quedarse hasta que terminen los chequeos anuales. “Después, lamentablemente, no podremos mantener su puesto.” Es una tregua vacía, una compasión que no cambia nada. Chloé se despide con su sonrisa profesional, mencionando que tiene una reunión con la Dirección General de Seguridad, y abandona el dispensario como quien cierra un trato más.
Luz se queda sola. El silencio que deja la francesa pesa más que cualquier insulto. La doctora mira los frascos, los informes, los retratos de sus pacientes. Sabe que ese lugar nunca volverá a ser igual. En ese instante comprende que su lucha no es solo por Begoña, sino por algo mucho más grande: por conservar el alma humana dentro de una empresa que ya solo habla el idioma del dinero.
Y así termina el episodio: con dos mujeres reflejándose una en la otra, separadas por ideologías, unidas por la soledad de quienes deben ser fuertes en mundos que no les permiten flaquear. Mientras Chloé defiende la eficiencia y el control, Luz resiste con compasión y principios. Y entre ambas, el futuro de De la Reina pende de un hilo, balanceándose entre el brillo del progreso y la sombra de la pérdida. Porque en Sueños de Libertad, cada decisión tiene un precio… y no siempre se paga con dinero.