Sueños de Libertad Capítulo 434 (Tasio y Joaquín: cuando la lealtad se enfrenta al poder)

El dilema de los principios rotos

La luz anaranjada del atardecer se filtraba a través de los ventanales del despacho principal de la compañía Brazar, en el núcleo industrial de Villazul, teñida por el cansancio de una jornada interminable. Adentro, el aire estaba cargado de una tensión que los ventiladores no lograban disipar, como si cada molécula del ambiente supiera que se avecinaba una tormenta. Tio permanecía sentado tras su escritorio, con la mirada fija en una pila de documentos, su rostro inmutable, pétreo, incapaz de revelar siquiera un atisbo de emoción. Joaquín entró con paso firme y respiró hondo, consciente de que la conversación que se avecinaba no sería fácil.

“La decisión está tomada”, anunció Tio con una voz áspera, cortando el silencio que pesaba en la habitación. “Mañana se harán efectivos los despidos. La mitad de nuestros trabajadores quedará en la calle.” Joaquín cerró la puerta con cuidado, intentando que el sonido del golpe no traicionara la tormenta que sentía en su interior. “¿Eso llamas decisión, Tio? Eso no es más que una rendición, una entrega sin lucha”, replicó con dureza.

Tio soltó una risa amarga, corta, cargada de frustración. “¿Acaso sabes lo que pasará si me niego a firmar? En menos de un día otro ocupará mi lugar, y créeme, no tendrá mis escrúpulos. Lo hará sin dudar. Yo, al menos, puedo garantizar que los más veteranos reciban una compensación justa.” La mirada de Joaquín se llenó de ira y decepción. “¿Desde cuándo nos convertimos en contadores del sufrimiento ajeno, Tio? ¿Cuándo empezamos a poner precio al dolor de nuestra gente?”

Avance del capítulo de 'Sueños de libertad' del miércoles, 18 de junio: sin  vuelta atrás para Begoña y Andrés

Tio levantó la vista por primera vez, y sus ojos reflejaron la resignación de quien ha visto cómo la vida le ha arrebatado sus sueños. “Desde el día en que Brazar nos compró el alma, Joaquín. Tú y yo empezamos como obreros, compartimos el olor del metal caliente y el estruendo de las máquinas como música de fondo. Ahora somos piezas de un engranaje que amenaza con aplastarnos.”

El silencio que siguió levantó un muro entre los dos antiguos amigos. Joaquín se acercó al escritorio y apoyó las manos sobre la madera, conteniendo la tensión que hervía en su interior. “No tienes por qué obedecer ciegamente. Aún hay opciones: podemos usar el nuevo acuerdo laboral francés, exigir que se respeten los derechos de los trabajadores.” Tio negó con la cabeza, exhausto. “Ese acuerdo no existe todavía, es solo una promesa. Damián quiere evitar problemas, no tolerará otra huelga. Pero, Joaquín, ¿no comprendes que ya hemos llegado al límite?”

Joaquín estalló, incapaz de contenerse. “Si los que tenemos poder no levantamos la voz, ¿quién lo hará?” Tio lo observó, con la sensación de romperse por dentro. “No me llames cobarde. Tengo familia que depende de mí.” La voz de Joaquín se suavizó, pero fue un golpe directo: “¿Acaso crees que los hombres y mujeres a los que vas a despedir no tienen familias que alimentar?”

Tio apretó los puños, la realidad golpeando como un martillo, incapaz de articular palabra. “No me juzgues tan rápido, hermano. Sé lo que se siente mirar a un amigo mientras firmas su sentencia.” Joaquín, con voz cargada de dolor, recordó: “Lo sentí cuando cerramos los talleres de Don Ventura. Lo hice porque me lo pediste.”

El silencio posterior fue pesado y amargo. Tio, rendido, bajó la cabeza. “Quizás ya no somos ni la sombra de los hombres que fuimos.” Joaquín, con un destello de esperanza, replicó: “Todavía podemos recordar quienes éramos y luchar por ello.”

Mientras tanto, en la habitación de Andrés, el olor a hospital aún persistía, mezclado con sábanas recién lavadas y desinfectante. María entró silenciosa, llevando una jarra de agua y una sonrisa nerviosa. Andrés, recostado y débil, miraba al techo, intentando descifrar las grietas como si allí se escondieran sus recuerdos. “No finjas estar bien”, dijo sin mirarla. “Sabemos que no es verdad.” María se sentó junto a la cama, susurrando: “Aún hay cosas que no recuerdas.”

Andrés giró la cabeza lentamente, sus ojos buscando los de ella. “Estoy empezando a recordar, flashes que vienen y van. Voces, luces, y ese ruido… justo antes de la explosión.” María palideció. “Por favor, no hablemos de eso ahora.” Pero Andrés insistió, recordando imágenes confusas, y mencionó a Gabriel. María se levantó alarmada: “No digas eso, él te salvó.” Justo en ese momento, Luis apareció: “Necesito decirte la verdad sobre la caldera esa noche.” Entre recuerdos y confusión, Andrés comenzó a reconstruir la noche del accidente, sintiendo que alguien había intentado silenciarlo.

En la cocina, Julia, con la mirada perdida, removía su taza una y otra vez. Digna se acercó, ofreciéndole comida y palabras de consuelo. Julia estalló: “Ya nadie me necesita. Desde que llegó el bebé, mi madre solo lo ve a él.” Digna, con paciencia, le recordó que su lugar en la familia y el amor de su madre eran irremplazables. Begoña, sintiendo la herida de su hija, la abrazó, prometiéndole que siempre sería su razón de ser. Por un instante, el mundo pareció detenerse entre madre e hija.

Avance de 'Sueños de Libertad', capítulo del miércoles 18 de junio: el  viraje de 180º con Andrés

Mientras tanto, en la oficina de dirección, Marta revisaba informes cuando Chloe irrumpió abruptamente. La tensión entre ambas era palpable. Chloe criticó la gestión de Marta, acusándola de decisiones unilaterales que afectarían a los trabajadores, mientras Marta defendía el respeto y la dignidad de su gente. El enfrentamiento reflejaba la lucha entre autoritarismo y ética, dejando claro que la guerra por el control no era solo empresarial, sino moral.

Al amanecer, la lista de despidos fue revelada. Los trabajadores se congregaron en silencio frente a la fábrica, conscientes de la tragedia que se avecinaba. Joaquín, entre ellos, observaba con determinación. El discurso de Tio, apretando la garganta ante la situación, fue interrumpido por Joaquín: “No dejes que otros destruyan nuestra dignidad.” Tio, finalmente, se unió a los trabajadores, negándose a firmar contratos que precarizaban aún más la vida de la colonia. La chispa de la rebelión había prendido.

Al mismo tiempo, Andrés, revisando la sala de máquinas, comenzó a conectar los fragmentos de su memoria rota. Gabriel, poderoso y temido, era un factor clave en los eventos de esa noche. María, aterrada, le informó que Andrés empezaba a recordar y que su red de mentiras corría peligro. La tensión entre los personajes alcanzó su clímax cuando Gabriel y María confrontaron su pasado compartido, revelando secretos, miedos y manipulaciones que marcarían el destino de todos.

En el almacén de la fábrica, Joaquín convocó a los obreros, proponiendo una huelga silenciosa y organizada, la primera chispa de resistencia que amenazaba con cambiar las reglas del poder en Villazul. Tio se unió a ellos, dejando claro que no había vuelta atrás. La colonia, por primera vez en mucho tiempo, sentía que algo estaba por cambiar.

Esa noche, Andrés y María compartieron un momento crucial. La verdad sobre la explosión se reveló: no fue un accidente, y aunque Gabriel estuvo presente, la responsabilidad recaía en María. La confusión, el miedo y la culpa estallaron entre ambos, mientras la fuerza de los trabajadores resonaba en la fábrica, reclamando justicia y dignidad. Villazul estaba viva, y la rebelión apenas comenzaba.