Sueños de Librtad Capítulo 436 (Gabriel se convierte en el nuevo jefe y Andrés descubre una mentira)
“El ascenso de Gabriel y el secreto que atormenta a Andrés”
¡Atención, seguidores de Sueños de libertad! Se vienen momentos de infarto en los próximos episodios, donde las piezas del tablero cambiarán de lugar y las máscaras comenzarán a caer. La tensión se respira tanto en la fábrica como en la casa de los De la Reina. Gabriel logra lo imposible: adueñarse del poder que siempre le fue negado. Mientras tanto, Andrés, todavía marcado por su accidente y por los recuerdos fragmentados de un pasado que se le escapa entre los dedos, está a punto de descubrir un secreto que podría destrozar todo lo que cree saber sobre su vida… y sobre María.
Todo comienza en la casa de Andrés, donde el silencio lo envuelve. Se encuentra pensativo, intentando ordenar los recuerdos que su mente aún no logra recomponer, cuando Manuela irrumpe con una noticia que le cambia el semblante. “Señor, una mujer llamó para usted mientras no estaba”, dice ella con cierta intriga. Andrés alza la vista, curioso y alerta. “¿Dijo quién era?” pregunta con voz firme. Manuela niega. “No quiso dar su nombre, pero me dejó este número de teléfono y pidió que la llamara cuanto antes. Dijo que era urgente”.
El corazón de Andrés se acelera. Toma el papel con cautela y nota algo peculiar: el número no es español. La forma de los dígitos le resulta extraña, extranjera… francesa. “La operadora dijo que la llamada venía de París”, confirma Manuela al notar su expresión. Andrés asiente, agradece con un gesto y se queda a solas, observando el papel como si fuera una pieza clave de un rompecabezas que no logra encajar. Siente una mezcla de temor y curiosidad. Finalmente, vencido por el impulso, marca el número.
La voz de una mujer suena al otro lado de la línea, temblorosa y con un dejo de urgencia. “Buenas noches, soy Andrés de la Reina”, dice él con educación. “Me dijeron que quería hablar conmigo. ¿Puedo saber de qué se trata?” Del otro lado, la mujer parece contener la respiración antes de responder. Habla con tono nervioso, incluso algo recriminatorio, pero Andrés la interrumpe con una disculpa sincera: “No consigo recordarla. Sufrí un accidente hace poco y perdí parte de mis recuerdos.”

El ambiente cambia. El tono de la mujer se vuelve grave. “¿Usted es Andrés de la Reina?”, pregunta con frialdad. “Soy la hija de Remedios.” Las palabras caen como un golpe. Andrés se queda helado, intentando recordar. “Claro que me acuerdo de Remedios, pero hace meses que no sé de ella. No he recibido ninguna carta”, murmura. Pero la mujer lo acusa de haberla llamado para advertirle, para decirle que se escondiera. “No entiendo de qué habla”, responde él, confundido. Sin embargo, antes de que pueda obtener más respuestas, la línea se corta. La mujer ha colgado.
El silencio que sigue es abrumador. Andrés permanece inmóvil, con el auricular aún en la mano. En su mente empiezan a resurgir fragmentos difusos, como destellos de una memoria rota. De pronto, un recuerdo lo sacude: la carta misteriosa que encontró en la fábrica, aquella que mencionaba a una tal Enriqueta. Sin perder un segundo, se lanza a buscarla desesperadamente. Revuelve cajones, papeles, libros, ropa… pero no hay rastro de ella. La ansiedad lo consume. Sale del cuarto con el rostro desencajado, decidido a llegar al fondo del asunto.
Mientras tanto, en la fábrica, otro juego de poder se desarrolla. En el despacho de Tacio, Chloe lo increpa furiosa por no haber cumplido las órdenes de Brosart. “Tenías que haber despedido a la mitad del personal”, le reprocha. La tensión se corta con un cuchillo hasta que una voz interrumpe la escena. “Buenas noches. No se muevan, lo que tengo que decirles les interesa a ambos.” Es Gabriel, que entra con paso seguro y mirada desafiante. Tacio y Chloe se giran, sorprendidos.
Sin titubeos, Gabriel lanza su bomba: “Acabo de hablar con París. He aceptado el puesto de director de la fábrica.” Las palabras resuenan en la habitación. Tacio se queda sin habla; Chloe lo mira incrédula. Gabriel, disfrutando del momento, continúa con calma venenosa: “He tenido que negociar algunas condiciones.” Chloe, con ironía, pregunta: “¿Qué condiciones?” Gabriel responde con falsa serenidad: “No despediremos al 50% del personal, solo al 25%.”
“¿Y se lo han tragado así de fácil?” replica Chloe, aún sin creerlo. Gabriel sonríe con suficiencia. “Por supuesto que no, pero cedí en algo. Quitaremos la demanda contra Brosart por el asunto del perfume de Cobeaga.” Tacio y Chloe se miran atónitos. El panorama acaba de dar un giro inesperado. Chloe, entre divertida y molesta, le suelta: “Vaya, parece que tenemos a un gran negociador, señor de la Reina.” Gabriel sonríe con orgullo. “Es mi especialidad, señorita Dua.”
La tensión se disuelve en un apretón de manos que sella la victoria de Gabriel. Tacio, resignado, le felicita y se retira del despacho que ahora pertenece a su primo. Gabriel recorre la habitación con aire triunfal, toca el escritorio, observa cada rincón y finalmente se sienta en la silla que un día ocupó Damián de la Reina. Su sonrisa lo dice todo: por fin tiene el poder. Lo ha logrado, aunque sea a costa de traicionar la memoria de su propio linaje.

De regreso en la casa familiar, Andrés baja a la cocina aún turbado. Encuentra a Manuela preparando la cena y le pregunta con aparente calma: “Manuela, ¿no habrás visto una carta entre mis cosas? Era de París.” Ella se queda pensativa unos segundos, hasta que recuerda algo. “¡Claro! Esa carta la encontré en su chaqueta el día del accidente y se la di a doña María.”
El rostro de Andrés se tensa. “¿Se la diste a María?” pregunta intentando ocultar la angustia. “Sí, estoy segurísima”, responde Manuela. Andrés asiente, finge restarle importancia, pero su mente hierve. Cuando se queda solo, la duda se convierte en certeza: María le ocultó la carta.
Momentos después, ella aparece sonriente, como si nada ocurriera. “Cariño, ¿cómo estuvo tu tarde?”, pregunta con dulzura. “Bien, estuve en la fábrica”, responde él cortante. Ella intenta cuidarlo: “Deberías tomártelo con calma, todavía estás recuperándote.” Andrés cambia de tema: “No puedo perder más tiempo. Joaquín me ha cubierto demasiado.”
María asiente con una sonrisa forzada, pero la tensión flota entre ellos. Entonces Andrés lanza una pregunta aparentemente inocente: “¿Recuerdas si recibí alguna llamada o carta importante antes del accidente?” Ella se muestra nerviosa. “¿Yo? No, no me suena nada.” Andrés la observa en silencio. Sabe que miente. Solo quería comprobarlo.
María mantiene la compostura y finge preocupación: “Ojalá pudiera ayudarte más.” Luego cambia el tono y lo invita a cenar, intentando cerrar el tema. Andrés la sigue, pero su mirada está perdida. Dentro de él se agita una tormenta de sospechas. Sabe que María esconde algo, algo que podría destruir la frágil paz que tanto le costó recuperar.
Y mientras Gabriel disfruta de su recién conquistado poder en la fábrica, Andrés se enfrenta a una verdad que amenaza con derrumbar su mundo. Una carta desaparecida, una llamada desde París y una mujer que calla más de lo que dice… Sueños de libertad se prepara para un giro explosivo donde el pasado volverá con fuerza, y nada —ni el amor, ni la familia, ni el poder— volverá a ser igual.