¡SURGIDO! Marta le confiesa a Andrés toda la verdad – Sueños de Libertad
Sueños de Libertad: Marta confiesa su pecado más profundo (Spoiler del capítulo decisivo)
La noche se cernía sobre la finca de los Montes con un silencio opresivo. El viento azotaba las ramas, como si la naturaleza misma presintiera que un secreto estaba a punto de salir a la luz. Marta, con el rostro desencajado y la respiración entrecortada, se encontraba frente a Andrés, incapaz de sostener el peso de su verdad. Él la miraba con preocupación, intentando calmarla, sin saber que en los próximos minutos su mundo cambiaría para siempre.
Marta, presa del pánico, apenas podía articular palabra. Su cuerpo temblaba, los recuerdos se agolpaban con violencia. Andrés la tomó de los hombros, intentando que respirara. “Mírame, tranquila, respira”, le decía con voz suave. Pero Marta, sumida en el torbellino de su culpa, solo podía repetir en voz baja que no podía hacerlo, que no podía más. Finalmente, entre sollozos, dejó escapar la frase que abriría la herida más profunda: “Fina no va a volver porque me está protegiendo”.
A partir de ese instante, Andrés comprendió que lo que estaba por oír no era una simple confesión. Marta, con la mirada perdida en el vacío, empezó a relatar los hechos que había guardado en silencio durante tanto tiempo. Recordó aquella noche en que Santiago, el fugitivo que escapó de la cárcel, irrumpió en la casa de los Montes buscando venganza. Había sido un encuentro con el horror, una noche en la que la vida pendía de un hilo. Cuando Marta llegó, encontró a Fina maniatada, amordazada, y a Santiago, desquiciado, empuñando una navaja. Su voz se quebró al recordar aquel instante, como si las imágenes aún estuvieran grabadas en su mente con fuego.
Intentó convencerlo, le ofreció dinero, le suplicó que se marchara, pero Santiago solo repetía que iba a vengarse de todo lo que le habían hecho. Gritaba, deliraba, mientras acercaba la navaja a su rostro. Marta sintió el filo rozar su piel. “Creí que iba a matarme”, dijo entre lágrimas. Pero en ese momento, ocurrió lo inesperado. Fina logró soltarse, tomó una botella y la rompió contra la cabeza de Santiago. En el caos que siguió, la navaja cayó al suelo. Fina la recogió, dispuesta a defenderse, pero Santiago, tambaleante, se lanzó sobre ella. Cayeron al suelo, y en la caída, el arma se hundió en su propio cuerpo.
Un silencio sepulcral llenó la habitación. Marta apenas podía creer lo que veía. Santiago yacía inmóvil, y Fina, horrorizada, sostenía la navaja ensangrentada. “Murió delante de nosotras”, susurró. Andrés, conmocionado, dio un paso atrás. “¿Por qué no dijisteis nada?”, preguntó con incredulidad. Marta lo miró, con una mezcla de desesperación y vergüenza. “¿Qué crees? ¿Sabes las preguntas que nos habrían hecho? Todo habría recaído sobre nosotras. Nadie habría creído la verdad”.

El silencio de la noche volvió a colarse entre los dos. Marta bajó la mirada antes de pronunciar la frase que completaba su tragedia: “Pelayo nos ayudó a enterrarlo”. Andrés se quedó petrificado. No podía asimilar lo que acababa de escuchar. Marta le explicó que el cuerpo de Santiago fue enterrado no muy lejos de la finca, en un rincón apartado, donde nadie sospecharía. Pelayo, dijo, había llegado justo después de los hechos, alertado por los rumores de la fuga de Santiago. Pero al llegar, ya era demasiado tarde. Lo que encontró fue una escena de horror y desesperación. Sin vacilar, insistió en ocultar el cuerpo y guardar el secreto. No por cobardía, sino por protección.
“Pelayo sabía lo de Fina y yo desde el principio”, confesó Marta con voz temblorosa. Andrés la miró sin entender. Marta respiró hondo, preparándose para la segunda confesión de la noche. “Él sabía que yo amaba a Fina. Se casó conmigo para protegernos a las dos. Fue un pacto, un refugio ante el qué dirán, ante la vergüenza, ante la ley”. Andrés no podía creer lo que escuchaba. La mujer que había conocido toda su vida había vivido bajo un velo de secretos, sacrificando su felicidad y su libertad.
Marta continuó, con lágrimas resbalando por sus mejillas. “Pelayo vino para advertirnos de la fuga, pero cuando llegó, todo había pasado. Me ayudó a mantener el secreto, y desde entonces, cada día que pasa es una penitencia. Fina desapareció para protegerme, para que nadie sospechara de mí. Lo hizo por amor. Y por eso sé que no va a volver”.
El silencio entre ambos se hizo insoportable. Andrés se acercó a ella, conmovido por el peso de su sufrimiento. La abrazó, intentando consolarla, pero en su interior ardía una mezcla de compasión y desconcierto. Sabía que lo que Marta había hecho no era fruto de la maldad, sino de la desesperación. Sin embargo, también entendía que aquel secreto podía destruirlos a todos si salía a la luz.
Marta, exhausta, se dejó caer entre sus brazos. “¿Lo entiendes ahora?”, le preguntó en un susurro. Andrés no respondió. Solo la sostuvo, mientras la lluvia comenzaba a golpear los cristales, como si el cielo también llorara con ellos. En ese abrazo se mezclaban el perdón, el miedo y la impotencia. Marta había confesado su pecado más oscuro, liberando el alma, pero condenando su futuro.
En la casa de los Montes, el reloj marcó la medianoche. Afuera, el viento se llevó los últimos vestigios del pasado, mientras adentro, Marta y Andrés comprendían que no hay libertad sin verdad, ni amor que pueda sobrevivir eternamente al peso de la culpa. Así, la confesión de Marta se convirtió en el punto de inflexión de Sueños de Libertad, un eco de tragedia que resonaría para siempre en el destino de todos los que habitan la colonia.