Una Nueva Vida 82: El abrazo que lo cambia todo! Ferit atrapado entre Seyran y Diyar!
💔 “Seyran y Ferit: El abrazo que detuvo el tiempo y encendió una guerra silenciosa” 💔
Cuando Seyran, con la voz temblorosa pero el alma llena de esperanza, se atrevió a pronunciar aquellas palabras —“podemos volver a empezar”— creyó que aún había un rincón del corazón de Ferit donde habitaba el amor que los unió. Pero la respuesta que obtuvo fue el vacío. Ferit no dijo nada. Se limitó a levantarse, abrir la puerta y marcharse sin mirar atrás. Ese silencio fue más cruel que cualquier rechazo. En el pecho de Seyran no quedó esperanza, solo un temblor de rabia y decepción. Sintió cómo todo lo que habían vivido se desmoronaba como arena entre sus dedos.
Mientras ella luchaba por contener las lágrimas, en la mansión Korhan comenzaban los preparativos para la gran cena. Esa noche debía sellarse el compromiso entre Ferit y Diyar, un acontecimiento que pretendía limpiar la imagen de la familia y fortalecer alianzas. Pero el ambiente estaba impregnado de tensión. Ferit descendió las escaleras con el rostro endurecido, ajeno a la celebración. Apenas notó que había dejado su teléfono en la habitación. Minutos después, Seyran apareció en el salón con el aparato en la mano. Su entrada, serena pero cargada de dignidad, detuvo todas las conversaciones. En medio de las miradas, devolvió el teléfono sin una palabra. Diyar, intentando romper la incomodidad, la invitó a sentarse. Seyran aceptó, y aquel gesto, aparentemente inocente, encendió una tormenta silenciosa.

Fue İlyas, el padre de Diyar, quien rompió el hielo con voz firme: “Mientras Seyran permanezca en esta casa, la boda no podrá celebrarse”. Sus palabras resonaron como una sentencia. En ese momento, Halis Korhan, dueño absoluto de la mansión, intervino. Su tono no admitía réplica: “Antes de continuar, Sinan debe ser capturado y Seyran debe abandonar el yalı”. Su autoridad logró silenciar a todos, pero el daño estaba hecho. La familia de Diyar percibió la fragilidad del compromiso y una sombra de duda se instaló en el ambiente.
En otro rincón, Abidin se debatía entre la rabia y la venganza. No podía aceptar lo que Latif le había contado. En su mente solo había una verdad inamovible: el responsable de la muerte de su familia era Halis Korhan. Desde su infancia había cargado con ese dolor, y ahora solo deseaba una cosa: destruirlo. En ese instante, Kazım apareció como un demonio disfrazado de aliado. Con su astucia, convirtió la furia de Abidin en un arma. Le susurró palabras que inflamaron su odio, prometiéndole justicia, pero en realidad lo manipulaba para usarlo en su propio beneficio. “Esa mansión será tuya —le dijo con frialdad—. Es el precio de sangre que te pertenece”.
Esme, con el corazón dividido entre el amor y el miedo, escuchó aquellas palabras y se estremeció. Sabía que Abidin nunca había sido ambicioso, pero su mirada ya estaba nublada por la ira. Kazım, satisfecho, veía cómo el caos se abría paso. No le importaba la destrucción, siempre que el poder quedara en manos de su linaje.
Mientras tanto, Hattuç intentaba consolar a Seyran. Quería curar sus heridas, ofrecerle esperanza y convencerla de que la reconciliación aún era posible. Pero dentro de Seyran solo había confusión. Sus emociones eran un laberinto del que no sabía cómo salir. En otra parte de la casa, İfakat continuaba su propio juego de poder, presionando a Betül con movimientos fríos y calculados. Sin embargo, Betül ya no estaba dispuesta a seguir viviendo como una prisionera. Su embarazo, su miedo y su orgullo la impulsaron a actuar. Firmó el contrato matrimonial con Orhan, no solo para consolidar su posición, sino también para destruir la estructura que İfakat había tejido durante años.
Cuando Gülgün, la madre de Ferit, supo del compromiso, enfrentó a su hijo. “Basta de indecisiones”, le exigió. Ferit respondió lo que todos esperaban oír: “Me casaré con Diyar”. Pero sus ojos lo delataron. En ellos no había convicción, solo un profundo dolor. Porque aunque su boca dijera una cosa, su alma seguía atada a Seyran.
Seyran, por su parte, estaba destrozada. Aquel “ya no puede haber un nosotros” había borrado cualquier ilusión. Sin embargo, el destino no les dio tregua. En medio del desayuno familiar, Abidin y Suna irrumpieron con paso firme. “Quiero la mansión como precio de sangre”, declaró él, dejando a todos petrificados. Halis se enfureció, İfakat enmudeció de rabia y Orhan no supo reaccionar. Sorprendentemente, Hattuç apoyó la petición, lo que le dio a Abidin más confianza. Seyran, viendo que la situación se salía de control, intervino con firmeza: “Este asunto no se resolverá hoy. Sal de la mansión, tienes un día”. En ese instante, todos comprendieron que Seyran era quien tenía el poder.
Pero su autoridad no trajo paz. Suna, su hermana, la enfrentó. Cansada de vivir a su sombra, le dijo que había llegado el momento de elegir su propio camino, apoyando a Abidin. Esas palabras desgarraron a Seyran, quien se sintió atrapada entre el deber y el amor.
Mientras tanto, Ayşen, movida por su odio, decidió aliarse con Sinan. Lo encontró merodeando cerca de la mansión y le ofreció ser sus ojos y oídos dentro de la casa, con un objetivo claro: destruir a Seyran.
En el taller, Seyran buscó refugio en el arte. Dibujar era su manera de escapar del dolor, y trabajar junto a Ferit le devolvía un respiro de paz. Pero él no podía sostener esa calma. Cuanto más la observaba, más crecía su tormenta interna. Finalmente, ella cerró la puerta con llave, dispuesta a enfrentar la verdad. “Aquella noche te pedí que volviéramos a empezar —le dijo—. Tú te fuiste sin mirar atrás. ¿Por qué?” Ferit, incapaz de sostener su mirada, habló con frialdad. Confesó que se había alejado por su enfermedad, que no quería que ella sufriera. Pero también admitió que, una vez recuperado, no regresó. Sus palabras abrieron viejas heridas.

Seyran, entre lágrimas, le contó que durante su ausencia lo buscó, que verlo con Diyar la destruyó, y que Sinan aprovechó su vulnerabilidad. Admitió que aquel viaje con él fue un error nacido del dolor. Ferit, al oírla, sintió cómo se le quebraba el alma. Pero aun así insistió en que su amor no podía continuar, porque ya había causado demasiado daño. Ambos comprendieron que, aunque aún se amaban, su historia se había vuelto una cárcel.
En ese momento, Diyar apareció de improviso y los encontró juntos en el taller. La puerta cerrada, las miradas cargadas… todo lo confirmó. Enfurecida, exigió a Seyran que se alejara de Ferit. Él trató de calmarla, pero ya era tarde. Diyar no soportaba seguir siendo la segunda opción.
Mientras tanto, el resto de la mansión se sumía en un caos total. Esme y Hattuç temían que la ira de Abidin desatara una tragedia. Orhan rompió el contrato matrimonial con Betül, intentando calmar la tensión, pero el daño ya estaba hecho. Esme, agotada, anunció su decisión de regresar con sus hijas a Gaziantep, para alejarlas del infierno en que se había convertido la casa.
Seyran permaneció en silencio, esperando que Ferit dijera lo que tanto anhelaba: “Quédate conmigo”. Pero esas palabras nunca salieron de sus labios. La herida en su corazón se volvió insoportable. Aun así, cuando estaba a punto de marcharse, Ferit corrió hacia su abuelo y, con el alma en los ojos, suplicó: “Detén a Seyran”.
Entonces, Halis Korhan se puso de pie, alzó la voz y declaró ante todos: “¡Seyran se queda en la mansión!”. Aquella frase cayó como un trueno. Seyran se detuvo. Ferit, sin pensar, se acercó y la abrazó con fuerza.
Ese abrazo no fue una despedida. Fue la chispa de un nuevo comienzo, una tregua frágil entre dos corazones que no pueden vivir juntos, pero tampoco separarse. Afuera, la tormenta apenas comenzaba. Adentro, el amor —más herido que nunca— seguía latiendo con la fuerza de quien se niega a morir.