Una Nueva Vida 91: La mansión Korhan bajo fuego: Ferit, Seyran y Suna heridos!!
🔥 “La Noche en que la Venganza se Vistió de Sangre – El destino de los Korhan pende de un hilo” 🔥
La aparición de İfakat, medio desnuda y fuera de sí en la puerta de la mansión Korhan, marca el comienzo de una tragedia imposible de detener. Su cuerpo tembloroso y su voz quebrada helaron la sangre de todos cuando, entre sollozos, aseguró que Abidin era el responsable de haberla dejado en ese estado. Esa sola confesión desmoronó las últimas bases de una familia ya debilitada por los rencores y las traiciones. Pero el verdadero golpe llegó cuando el taxista que la llevó hasta allí entregó un teléfono: en la pantalla apareció Karan, con una mirada fría y un tono de amenaza que paralizó a todos. Su mensaje fue claro: “Nada podrá detenerme. Solo el regreso de Suna a la casa de Çiçek pondrá fin a esta guerra”.
El silencio que siguió fue tan denso como el aire antes de una tormenta. Todos comprendieron que aquella no era una simple advertencia, sino el anuncio de una tragedia inevitable.
Ferit, devastado por la culpa y la impotencia, se encerró en su habitación. La rabia lo consumía. En su mente, la imagen de İfakat humillada se mezclaba con el fuego del rencor hacia Karan y Abidin. Su paciencia, que ya era escasa, se quebró. Abrió un cajón, tomó su arma y salió con la mirada encendida por la furia. Seyran, al verlo, intentó detenerlo, rogándole entre lágrimas que no cometiera una locura. Pero Ferit ya no escuchaba; el odio lo había cegado.
Momentos después, irrumpió en la casa de Çiçek. Gritos, carreras, hombres armados intentando detenerlo… todo fue inútil. Ferit, solo y fuera de sí, apuntó su arma hacia Karan. En medio del caos, apretó el gatillo. El disparo resonó como un trueno y la bala hirió a Karan en el hombro. El jardín se convirtió en un campo de pánico. Seyran apareció justo a tiempo para impedir que la tragedia fuera aún mayor. Se interpuso frente a Ferit, llorando, y con su sola presencia logró que bajara el arma. Pero era demasiado tarde: la guerra entre los Korhan y los de Çiçek había comenzado oficialmente.

Cuando Halis Korhan supo lo sucedido, sintió cómo la sombra del desastre se cernía sobre su familia. Intentó hablar con İfakat, pero ella se encerró en su habitación, negándose a revelar nada. Su silencio aumentó la tensión en la casa. Al mismo tiempo, la relación entre Seyran y Ferit comenzó a resquebrajarse. Ella no reconocía al hombre que amaba: lo veía transformado en un ser consumido por la venganza.
Los rumores de que Ferit había disparado contra Karan se extendieron rápidamente. Para Çiçek, aquello fue el detonante: “Esto es una declaración de guerra”, dijo con una mirada helada. Y tenía razón. Halis, temeroso de lo que vendría, reforzó la seguridad en la mansión. Pero la furia de Ferit seguía desbordándose. Declaró que él era ahora la única autoridad y que nadie más decidiría por la familia. Su poder, cada vez más incontrolable, anticipaba conflictos internos aún más profundos.
En medio de esa tensión, İfakat, incapaz de contener su odio, descargó toda su rabia contra Suna. La acusó de ser la causa de todos los males que habían caído sobre la familia. Entre gritos e insultos, le exigió que se marchara. Suna, con lágrimas en los ojos, escuchó en silencio mientras Seyran, Esme y Hattuç intentaban detener el escándalo. Pero el daño ya estaba hecho. Aquel estallido marcó el principio del fin de la convivencia en la mansión.
Sorprendentemente, fue Ferit quien puso orden. Ordenó que Suna regresara a su habitación, pero lo que nadie sabía era que en su mente ya había trazado un plan. Le reveló a Suna que debía marcharse a la residencia de Çiçek, fingiendo someterse a la exigencia de Karan. Sería su espía dentro de la casa enemiga. Suna, aterrada, comprendió que aquel “sacrificio” podía costarle la vida. Pero aceptó. Frente a todos, con voz temblorosa, anunció su decisión de abandonar la mansión.
Las lágrimas inundaron los rostros de Esme y Hattuç, mientras Kazım gritaba que ir allí era como firmar su propia sentencia de muerte. Sin embargo, Ferit, firme y frío, apoyó la decisión. Suna llamó a Abidin y le comunicó que iría con él. El silencio de Abidin al otro lado del teléfono se rompió con una respiración agitada: había ganado.
La marcha de Suna dejó un vacío insoportable. Seyran, intentando mantenerse firme, decidió encargarse del caos económico que también amenazaba la familia. En el taller, los trabajadores se rebelaban por falta de pago. Mientras tanto, Suna cruzaba la puerta de la casa de Çiçek. Allí la esperaba Abidin, con la alegría del que cree haber conquistado al fin su sueño. Pero Suna lo desarmó con una verdad cruel: “No he venido por amor. He venido para proteger a mi familia.” Esas palabras destruyeron a Abidin, que comprendió que su victoria no era más que una ilusión.
En la mansión, Ferit no encontraba paz. Se obsesionó con un nuevo proyecto: construir una nueva casa, símbolo del poder que quería imponer. Seyran, al descubrirlo, lo enfrentó. Le rogó que abandonara la venganza, que pensara en el futuro. Pero Ferit, con la mirada perdida, respondió con una frase que la heló: “Yo no quiero hijos.” En ese instante, Seyran entendió que el hombre que tenía frente a ella ya no era el mismo; lo había devorado la oscuridad.

İfakat, al descubrir los planes de Ferit, sintió una extraña calma. Por fin alguien ejecutaría la venganza que ella había anhelado durante años. Ferit y Kazım, decididos, salieron en secreto durante la noche. Lograron infiltrarse en la residencia de Çiçek, capturar a Karan y llevárselo prisionero. Lo encerraron en un almacén de los Korhan, donde İfakat, con los ojos ardiendo de odio, ordenó: “Golpéenlo y déjenlo desnudo frente a la puerta. Que sienta la humillación que yo sentí.”
La escena fue el reflejo perfecto del ciclo de venganza que consumía a todos.
Pero las consecuencias no tardaron. Cuando Karan, malherido y humillado, regresó a la residencia, acusó a Suna de haberlos traicionado. Su voz, cargada de rabia, retumbó en la casa. Abidin, desconcertado, no podía creerlo. Su amor se mezcló con la duda, y el lazo entre los hermanos se rompió en pedazos. En un instante, ambos se apuntaron con sus armas, sellando así el inicio del enfrentamiento más sangriento entre los dos bandos.
Mientras tanto, en el taller, Seyran e İfakat se enfrentaban a la furia de los trabajadores. Aquella batalla, diferente pero igualmente peligrosa, mostraba que el caos no solo devoraba la familia desde dentro, sino también su mundo exterior.
Y así, con la mansión convertida en un campo de guerra y la sombra de la traición extendiéndose por todas partes, los Korhan se precipitan hacia su destino más oscuro.
El amor, el honor y la cordura se desmoronan uno a uno. Lo que comenzó con el cuerpo herido de una mujer en la puerta de una mansión, termina convirtiéndose en una guerra donde nadie saldrá ileso… y donde la venganza ya no distingue entre víctima y verdugo.