Una Nueva Vida 92: Ferit entre el amor y la culpa mientras Suna pelea por su vida!
🔥 “La Noche de Sangre y Venganza: El Ataque que Cambió para Siempre el Destino de los Corán” 🔥
El rugido del mar se mezcla con el estruendo de los disparos. Desde las aguas oscuras, Karan desata un ataque brutal contra la mansión Corán, convirtiendo una noche tranquila en un infierno. Las balas caen como lluvia sobre los jardines iluminados, y el grito desesperado de los miembros de la familia resuena entre los muros que alguna vez fueron símbolo de poder y prestigio. Ferit, Seyran y Suna caen heridos mientras el caos envuelve cada rincón de la propiedad. Los sirvientes corren, los vidrios estallan y el suelo se tiñe de rojo. Lo que comenzó como una advertencia termina siendo una masacre.
Abidín, al enterarse de lo sucedido, enloquece. Él creía que solo lanzarían disparos de advertencia, pero Karan lo ha traicionado y ha cruzado todos los límites. “No era esto lo que quería”, murmura entre rabia y culpa. Mientras tanto, los Corán luchan por salvar a sus heridos. Ferit recobra la conciencia en el hospital, confundido y débil, solo para descubrir que Seyran y Suna también fueron alcanzadas. La angustia lo consume. Corre hacia la habitación de Seyran, la ve pálida, cubierta de vendas, pero viva. Sin embargo, al mirar hacia el quirófano donde Suna lucha por sobrevivir, siente que el mundo se le derrumba.

La bala que impactó a Suna ha dañado órganos vitales. La familia espera en los pasillos en un silencio mortal, entre lágrimas y plegarias. Cada minuto parece una eternidad. Kazım intenta sostener a Esme, que se desploma bajo el peso del dolor. Ella no solo teme por su hija, sino también por el bebé que lleva en su vientre. La tensión se vuelve insoportable. Ferit, aunque intenta ser fuerte por Seyran, es incapaz de borrar de su mente el recuerdo del beso prohibido que compartió con Suna antes del ataque. Esa culpa lo devora lentamente.
Mientras tanto, la policía interroga a la familia, pero Alice Corán guarda silencio. No menciona a Cicek ni a Karan. “No sé quiénes fueron”, dice fríamente, ocultando un plan de venganza que llevará a cabo con sus propias manos. Cicek, por su parte, huye a las montañas con su familia, sabiendo que la represalia de Alice será implacable. La guerra ha comenzado, y todos lo saben.
Las horas en el hospital se hacen interminables. Ferit acompaña a Kazım, quien por primera vez se derrumba. “Todo esto es culpa mía…”, confiesa con lágrimas en los ojos. Ferit no responde; solo le pone una mano en el hombro, comprendiendo que por fin el hombre que los marcó con su dureza siente el peso de sus pecados. De pronto, la tensión estalla cuando los médicos corren hacia el quirófano: Suna está embarazada. La noticia cae como un rayo sobre la familia. Esme, al enterarse, grita desesperada y se desploma. Dos vidas están ahora en juego.
Abidín, retenido en la casa de Cicek por orden de su madre, logra escapar. Enloquecido, corre hacia el hospital buscando a Suna. Cuando se cruza con Gulbün, ella le lanza una verdad que lo destruye: “Suna está embarazada. Y tú… ibas a matar a tu propio hijo.” El hombre que vivió por la venganza se derrumba en el suelo, destrozado por la culpa. Las lágrimas reemplazan la rabia, y su deseo de matar se convierte en una condena silenciosa.
Mientras tanto, Ferit, cegado por la furia, se lanza contra la casa de Cicek para vengarse. Pero cuando llega, la encuentra vacía. Cicek y Karan han desaparecido. El silencio de la casa vacía es más doloroso que los disparos. Alice Corán, en cambio, mueve sus piezas en las sombras. Ordena a su hombre de confianza, Zengit, que proteja a Ferit, aunque en realidad lo envía para controlarlo y ganar tiempo.
En el hospital, Kazım confiesa a Esme que enfrentó a Abidín y estuvo a punto de matarlo, pero que se contuvo. Ella le suplica que no derrame más sangre. Kazım promete, aunque su alma sigue ardiendo. Pero Ferit, impulsado por la ira, no escucha razones. Llama a su abuelo para decirle que asaltará la casa de Abidín. Alice, sin embargo, ya ha tomado una decisión que cambiará el destino de todos: entregará la mansión Corán a Cicek a cambio de paz.
Zengit sigue a Ferit hasta el escondite de Abidín y, mientras lo distrae con excusas, Alice ejecuta su plan. Ordena desalojar la mansión. Ifakat y Orhan encuentran una nueva casa, modesta pero segura. Cuando Ferit regresa, se enfrenta a una imagen desoladora: la mansión vacía, los pasillos silenciosos, los retratos arrancados de las paredes. En el despacho, Alice Corán lo espera. Con voz firme, le anuncia que ha cedido la mansión a Cicek. “Lo hago por la familia”, dice.

Ferit no puede creerlo. Aprieta los puños, arde en rabia. ¿Cómo pudo rendirse su abuelo? Pero en sus ojos también ve algo nuevo: la rendición de un hombre que ha perdido demasiado. Afuera, Cicek entra triunfante con sus hombres, cruzando el umbral de la casa que tanto odió y deseó. La mansión Corán, símbolo de poder y orgullo, cae en manos del enemigo. Alice se retira sin mirar atrás, derrotado. Ferit queda de pie, mirando a Cicek con furia contenida, sabiendo que la guerra no ha terminado, solo ha cambiado de rostro.
En el hospital, la esperanza y el miedo se entrelazan. Las máquinas emiten un pitido irregular. Esme entra a la habitación de Suna y ve cómo su cuerpo tiembla, cómo los médicos corren desesperados. Las luces del quirófano parpadean. Afuera, Ferit siente un vacío en el pecho, como si el alma de Suna lo llamara desde lejos. En ese instante, comprende que la sangre, el amor y la culpa han sellado su destino.
La noche termina con el eco de una promesa silenciosa: nada volverá a ser como antes. Los Corán han perdido su casa, su paz y su inocencia. Solo quedan cenizas, heridas abiertas y una venganza aún por cumplir.