Valle Salvaje CAPÍTULO #271 Lunes 6 de Octubre de 2025#vallesalvaje

Valle Salvaje: La Noche de las Sombras Eternas

En el corazón de Valle Salvaje, donde las montañas parecen custodiar secretos y las brumas ocultan pecados antiguos, el destino de varias almas se entrelaza en una espiral de tragedia, amor y venganza. Doña Victoria, dueña de las tierras más fértiles, se aferra a su poder con la frialdad de quien sabe que soltarlo sería aceptar su final. “No está en mis manos —dice con voz firme— desprenderme de las tierras del valle. No sería justo para la familia”. Pero, ¿de qué familia habla, cuando cada uno de sus miembros trama su propio destino entre sombras?

La calma de la vieja casona se resquebraja una tarde en la que el aire se vuelve espeso, detenido, cargado de presagios. Úrsula, descompuesta, camina de un lado a otro. Una noticia terrible la ha desquiciado; una revelación que hiere su orgullo y enciende un fuego oscuro en su pecho. La habitación se llena de su furia: jarrones hechos trizas, cojines rasgados, libros esparcidos. En medio del caos, toma un puñal. Sus labios tiemblan mientras pronuncia una promesa mortal: “Te mataré”.

Al otro lado de la puerta, el pequeño Pedrito observa con los ojos muy abiertos. La mujer que antes le sonreía ha desaparecido, sustituida por una sombra furiosa. El niño huye, sus pies descalzos golpean el suelo, mientras el eco de esas tres palabras lo persigue: “Te mataré”.

Mientras tanto, en otro rincón del valle, Adriana enfrenta al duque en su despacho. El silencio huele a vino y a madera vieja. Ella, con una serenidad que disfraza su miedo, se planta ante él: “Aceptaré su trato, pero tengo una condición”. El duque la mira con burla. “¿Una condición?”. Ella desliza un papel sobre la mesa: una lista de las tierras que exige conservar. “El amor de mi familia y mi libertad no tienen precio”. El rostro del duque se enciende de ira. “¡Cómo te atreves!”. Pero Adriana no cede. “Ese es mi precio”. En ese instante, ambos comprenden que no negocian tierras, sino destinos.

La noche cae sobre Valle Salvaje, y mientras un niño tiembla escondido y una mujer desafía el poder, Úrsula desciende en su propia locura. En la soledad de su alcoba, las velas titilan, proyectando sombras como fantasmas. Victoria, su tía, entra con paso firme. “Has fracasado. Rafael te ha denunciado ante la Santa Hermandad por el envenenamiento de Julio. Aquí ya no tienes lugar”. Las palabras caen como cuchillas. Úrsula se derrumba: “Mi padre me matará si regreso”. Victoria no muestra compasión. “Fuera. Mañana no quiero verte aquí”.

Esa noche, Úrsula se pierde en su rabia. Las sombras la envuelven. Grita al vacío, blandiendo el puñal que brilla bajo la luz lunar. Pedrito, oculto tras la puerta, la observa temblando. La locura de su prima le hiela la sangre. Corre a buscar a Adriana. “¡Tiene un puñal! ¡Podría matarse o matar a alguien!”. Adriana lo abraza y comprende que el peligro ha vuelto. “Debemos tener cuidado”, murmura. Pero Úrsula ya ha elegido su camino.

Cerca del viejo roble donde un día conoció el amor, Úrsula encuentra a Rafael. “Me voy —le dice—, no quiero despedirme como enemiga”. Rafael, conmovido, la abraza. Entonces la suavidad se transforma en traición. Úrsula alza el puñal. Un grito rompe la noche: “¡Don Rafael, cuidado!”. Pedrito ha llegado a tiempo. Rafael reacciona y esquiva el golpe, pero la hoja le roza el costado. El dolor no proviene solo de la herida, sino de la traición. Úrsula deja caer el puñal y, entre lágrimas, susurra: “Perdóname”. Esa noche, Valle Salvaje no duerme.

El rumor de lo ocurrido se extiende. Nadie sabe qué fue de Úrsula. Algunos dicen que huyó; otros, que la Hermandad la apresó. Pero desde entonces, hay quienes aseguran escuchar su lamento entre los robles: “Rafael, perdóname”.

Mientras tanto, nuevas sombras se ciernen sobre el valle. Luisa, una mujer de pasado turbio, intenta rehacer su vida lejos del crimen. Pero Tomás, un antiguo cómplice, regresa. “No puedes escapar de lo que fuiste”, le dice con voz venenosa. “Necesito tu ayuda para robar algo valioso”. Ella se niega, temblorosa. “Ya no soy esa mujer”. Él sonríe con frialdad. “Tienes un marido, un apellido, una casa. Todo prestado. Una palabra mía y lo pierdes todo”.

El miedo aprieta la garganta de Luisa. Tomás abre una libreta: dentro, el dibujo de una talla de madera. “Su valor es incalculable. Con ella seremos ricos”. Ella retrocede. “No”. Pero él insiste: “Tienes acceso a la casa grande. Eres la única que puede ayudarme”. Su amenaza es clara: si no coopera, revelará su pasado. “Tienes un día para decidir”, sentencia mientras desaparece entre sombras.

La noche avanza. Luisa, sola, siente el peso del destino cerrar sobre ella. Los ecos del pasado regresan, los nombres prohibidos, las promesas rotas. Cada rincón de Valle Salvaje guarda secretos que amenazan con salir a la luz. Porque en este valle maldito, los pecados no mueren, solo duermen.

Cuando la Hermandad llega con antorchas en busca de Úrsula, el fuego ilumina las sombras del bosque. Ana, la criada traicionada, ha regresado para desenmascarar a sus verdugos. Las pruebas del veneno, los sobornos, las mentiras salen a la luz. La justicia parece al fin despertar. Úrsula, perdida y temblorosa, escucha los pasos acercarse. Su fuerza se apaga. Deja caer el puñal y se entrega. En su mirada vacía, solo queda el reflejo del arrepentimiento.

Adriana y Rafael observan desde la distancia. No hay victoria, solo silencio. El valle respira con alivio, pero también con miedo. Porque incluso las heridas cerradas pueden volver a sangrar. Al amanecer, el viento lleva un susurro entre los árboles. Algunos dicen que es el eco del alma de Úrsula, prometiendo que su historia aún no ha terminado. Y en Valle Salvaje, todos saben que las sombras siempre regresan.