‘Valle Salvaje’ capítulo 277: Victoria desata su furia y pone en peligro el embarazo de Adriana

Victoria desata su furia y pone en peligro el embarazo de Adriana

El jueves amaneció en Valle Salvaje con un sol brillante que iluminaba las montañas, pero el calor dorado no alcanzaba a calentar los corazones helados que habitaban en la Casa Grande del Duque de Valmadrigal. Dentro de los muros del palacio, la tensión flotaba como un humo pesado, impregnando cada rincón de intriga, miedo y amenazas veladas. La Casa Grande, con su ostentoso mobiliario y sus amplios salones, no era escenario de tranquilidad aquella mañana: era el campo de batalla invisible donde Victoria, la duquesa, extendía su dominio con puño de hierro y rencor disfrazado de cortesía aristocrática.

El desayuno se servía en el gran comedor, una sala tan inmensa que podía albergar a varias familias campesinas, pero en aquel momento estaba ocupada solo por un reducido grupo de nobles y sirvientes, todos tensos ante la presencia de Victoria. Sentada en la cabecera, la duquesa mostraba, bajo su impecable control, las primeras grietas de una furia contenida. Cada sorbo de té, cada movimiento calculado, parecía un mensaje silencioso de amenaza. Frente a ella, Matilde, la hermana de Martín, se sentía vulnerable, atrapada en la opulencia del salón que parecía un escenario diseñado para humillarla. Intentaba comer, pero el pan se le hacía ceniza en la boca; cada palabra de Victoria era una daga disfrazada de cortesía.

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“Querida Matilde”, comenzó Victoria con una voz meliflua, “¿te encuentras bien? Pareces… más campesina de lo habitual. La seda y el lino pueden ser pesados para tu piel acostumbrada a la estopa”. Cada palabra, cargada de desprecio, hacía que la sangre de Matilde hirviera en sus venas. Apretaba los puños bajo la mesa, sintiendo que cada gesto de los nobles presentes era un cómplice silencioso de su humillación. Victoria había convertido su vida en un infierno: miradas condescendientes, comentarios cortantes y órdenes veladas que la ridiculizaban ante la servidumbre. La duquesa disfrutaba de su poder y del sufrimiento de quienes osaban desafiarla.

“Déjame ayudarte”, dijo Victoria, haciendo llamar a un lacayo. Ordenó traer un espejo para que Matilde pudiera contemplar su propio rostro pálido y tenso, con ojos que apenas contenían las lágrimas. La escena era perfecta para Victoria: un reflejo del miedo y la sumisión, con ella misma detrás, observando triunfante. Fue entonces cuando Martín irrumpió en el comedor. Su mirada ardía de furia y determinación al ver a su hermana humillada y a Victoria regodeándose en su poder. Con un paso firme, se colocó detrás de Matilde y, con voz firme, ordenó retirar el espejo. Su intervención era un desafío directo a la autoridad de la duquesa, un acto de valentía que encendió la chispa de una confrontación inevitable.

Victoria, acostumbrada a controlar todo y a todos, reaccionó con veneno y sarcasmo, burlándose del “héroe” que se atrevía a cuestionarla. La tensión era palpable, un duelo de voluntades entre el poder absoluto de una aristócrata y la dignidad desafiante de un joven sin título, pero con honor. Martín defendió a su hermana, exigiendo respeto y protegiéndola de las intrigas de Victoria, pero sus palabras fueron recibidas con la amenaza fría de la duquesa: su furia no se detendría ante nadie. Salió del comedor dejando un silencio pesado, preludio de la tormenta que se avecinaba.

Esa misma tarde, la venganza de Victoria comenzó a cobrar víctimas. Amadeo, el anciano mayordomo que había servido a la familia por más de cuarenta años, fue despedido sin contemplaciones. Su lealtad silenciosa hacia Matilde y Martín se convirtió en el pretexto para que Victoria lo expulsara de la Casa Grande. El pánico se extendió entre la servidumbre: si Amadeo podía ser eliminado por sospechar simpatías, nadie estaba a salvo. Eva, la doncella y amiga cercana de Adriana, sufrió la misma suerte. Acusada injustamente de robar un collar, fue arrestada pese a sus súplicas y las lágrimas de Adriana. La duquesa demostraba con cada acto que la amistad y la lealtad se pagaban con la ruina.

Francisco, el médico respetado del pueblo, también cayó víctima de la intriga. Victoria difundió rumores de negligencia, poniendo en riesgo su reputación y carrera. Martín, al enterarse, se sintió responsable; su acto de valentía había desencadenado un efecto dominó de destrucción, y la furia de Victoria no mostraba límites. La presión interna acumulada por la pérdida de control, la frustración por la ausencia de su aliada Úrsula y la sensación de que su marido se distanciaba hacia Adriana, explotó en un objetivo claro: Adriana misma.

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Adriana fue encontrada por Victoria en los jardines del palacio, disfrutando de un instante de paz con su hijo en el vientre. La imagen de felicidad de Adriana despertó en Victoria un odio incontrolable. Con un empujón impulsivo, la duquesa desequilibró a Adriana, quien cayó al suelo de manera aparatosa, llevándose las manos al vientre y gritando de dolor. La gravedad del acto fue inmediata: la salud de la embarazada estaba en riesgo y el futuro heredero de los Valmadrigal pendía de un hilo. El Duque, al enterarse, estalló en ira y buscó a Victoria confrontándola; ella, fría y calculadora, negó cualquier intención, justificando el acto como un “accidente”, sin remordimiento alguno.

Mientras la tormenta principal se desataba, otras intrigas seguían su curso. Don Hernando manipulaba a Leonardo y Bárbara, intentando separarlos para casar a su hijo con Irene y consolidar poder. Sus palabras sembraban dudas y miedo, erosionando la confianza entre los enamorados y asegurando que la discordia creciera silenciosamente, mientras él sonreía satisfecho desde la distancia.

Por otro lado, Tomás retomaba sus planes criminales. Su ambición y desesperación lo empujaban a intentar un nuevo robo, arrastrando a Luisa a un riesgo extremo. La tensión entre ellos, la mezcla de miedo y deseo, prometía un desenlace peligroso. La noche en Valle Salvaje apenas comenzaba, y la ambición, la venganza y la traición se entrelazaban en un laberinto que amenazaba con destruir a todos los involucrados. Cada acción, cada palabra y cada decisión podría ser la última, mientras el destino de Adriana y su hijo, así como el futuro de la Casa Grande, colgaba de un hilo en esta espiral de pasiones desbordadas y venganzas crueles.