‘Valle Salvaje’ capitulos completos: Bárbara rescatada, Victoria desenmascarada por Tomás
Bárbara rescatada, Victoria desenmascarada por Tomás
El Valle Salvaje estaba envuelto en un silencio inquietante, un aire pesado que parecía envolver cada rincón de la Casa Grande. La noticia de la desaparición de Bárbara había caído como un golpe helado, dejando a todos paralizados y a las rutinas diarias suspendidas en una tensa espera. Los pasillos que normalmente rebosaban de vida y conversación ahora resonaban con ecos de preocupación y miedo. Irene, consumida por la angustia, deambulaba como un espectro, sus manos temblorosas aferrándose a los muebles y su mirada perdida buscando respuestas en cada sombra. Su rostro, pálido y rígido, hablaba más que cualquier palabra; la desesperación había secado sus lágrimas antes de que pudieran brotar. Cada tic-tac del reloj del vestíbulo golpeaba como un martillo en su alma, marcando segundos interminables sin noticias de su hermana.
Desde un rincón, Francisco la observaba con el corazón encogido. La vulnerabilidad de Irene despertaba en él un impulso casi salvaje de actuar. No podía quedarse quieto; la idea de esperar mientras Bárbara estaba en peligro era insoportable. Se acercó con cuidado, rompiendo apenas el silencio: “Irene, voy a buscarla en el bosque. No voy a detenerme hasta encontrarla”. Su determinación encontró un reflejo en la mirada de Irene, que apenas pudo asentir. Ese simple gesto fue suficiente para que Francisco se sintiera autorizado a tomar acción.
En el patio lo esperaba Martín, ya listo con los caballos. Sin necesidad de palabras, ambos amigos compartieron la resolución de adentrarse en la noche. Martín expresó su preocupación, pero aceptó acompañar a Francisco: la amenaza que pesaba sobre Bárbara eclipsaba cualquier miedo o necesidad personal. Con los caballos al galope, se internaron en la oscuridad del bosque, conscientes de que cada sombra podría ocultar un peligro. La traición de Victoria y su influencia venenosa sobre la Casa Grande habían quedado momentáneamente en segundo plano; ahora lo que importaba era la vida de Bárbara.
Mientras tanto, en el palacio, Alejo se consumía en su propia tormenta interna. Para él, la desaparición de Bárbara y la ausencia simultánea de Tomás formaban un patrón que no podía ignorar. Convencido de que el joven artesano había secuestrado a su amiga, buscó a Luisa para exponer sus sospechas. Sin embargo, la confrontación solo trajo discordia: Luisa lo acusó de obsesionarse sin pruebas, de permitir que sus prejuicios nublaran su juicio y de poner en peligro a todos. Alejo se encontró solo, cargando con la culpa de su error, mientras Bárbara permanecía en peligro real, protegido por quien menos imaginaba.
Francisco y Martín avanzaban con cautela por el bosque. El frío y la oscuridad no eran nada comparados con la ansiedad que les oprimía el pecho. Cada sonido, cada crujido de ramas, aumentaba la tensión. Fue Martín quien primero encontró una pista: una pequeña cinta de seda, ensuciada pero inconfundible. Francisco comprendió que estaban en el camino correcto; la presencia de la cinta indicaba una huida y una posible persecución. Pronto detectaron huellas mezcladas, algunas de Bárbara y otras de un perseguidor. Sin separarse, avanzaron con cautela, guiados por el sonido de ramas quebradas.
Finalmente, llegaron a una cabaña abandonada. La débil luz que se filtraba por sus ventanas les confirmó que no estaban equivocados. Francisco se asomó con cuidado y vio una escena inesperada: Tomás, herido y pálido, pero vigilante, junto a Bárbara, acurrucada bajo una manta. No había signos de violencia sobre ella; más bien, la joven parecía protegida, con una mezcla de gratitud y alivio en su rostro. La revelación sorprendió a ambos hombres: Tomás no era un secuestrador, sino un salvador. La pregunta era ahora: ¿de quién la protegía?
Mientras Alejo buscaba pruebas en el taller de Tomás, encontró un fragmento de madera tallado apresuradamente con la advertencia: “CUIDADO. V. ELLA MIENTE”. Su corazón se detuvo al comprender que Victoria estaba implicada. La pieza robada no era solo un objeto valioso, sino un testimonio de secretos familiares. Tomás había descubierto un compartimento oculto con un testamento antiguo, revelando que el heredero legítimo del ducado no era el actual duque, sino un descendiente de una línea secreta. La codicia y el poder habían motivado a Victoria a intentar borrar el documento y silenciar a quienes conocían la verdad. Tomás había actuado para proteger tanto a Bárbara como a ese secreto, enfrentándose a un hombre contratado por la duquesa.
La tensión alcanzó su clímax cuando el sicario irrumpió en la cabaña. Francisco y Martín, con coraje y astucia, lograron vencerlo tras una feroz pelea, permitiendo que Bárbara corriera a los brazos de Francisco. Tomás, herido pero vivo, fue reconocido por todos como el héroe que había salvado la vida de la joven. La llegada al palacio fue un torbellino de emociones: lágrimas, abrazos y un profundo alivio. Irene, finalmente reunida con su hermana, no pudo contener su llanto; Leonardo y los demás compartían la conmoción y el asombro.
Con la calma del amanecer, el duque leyó el pergamino antiguo, su rostro lleno de asombro y una inesperada serenidad. Alejo, con la evidencia en mano, señaló a Victoria como responsable de los intentos de ocultar la verdad y poner en peligro a Bárbara y Tomás. La duquesa apareció en la escalinata, su expresión fría y silenciosa, confirmando con su gesto que había sido descubierta. El juego había terminado.
La noche de terror dio paso a un amanecer de justicia. El matón fue arrestado, el secreto familiar revelado y la Casa Grande volvió a respirar. Las heridas físicas y emocionales comenzarían a sanar, y aunque el futuro traería nuevos desafíos, Bárbara estaba a salvo, la verdad había salido a la luz y Victoria había sido desenmascarada. Francisco e Irene, unidos por la experiencia, encontraron en su vínculo una fortaleza renovada. Alejo, arrepentido, buscó el perdón de Luisa, iniciando un camino hacia la reconciliación. La vida en el Valle Salvaje continuaba, llena de cicatrices pero también de esperanza, prometiendo nuevos comienzos y la certeza de que, después de la oscuridad más profunda, siempre llega la luz.