‘Valle Salvaje’ capitulos completos: Dámaso regresa de la muerte y desafía a Victoria

Dámaso regresa de la muerte y desafía a Victoria

Una noche oscura y cargada de secretos en Valle Salvaje marcó un regreso imposible. Dámaso, el hombre que todos creían muerto, apareció de repente ante los ojos de Mercedes, quien sintió cómo su corazón latía con una fuerza desconocida al verlo vivo frente a ella. Su presencia alteró todo: Victoria y José Luis quedaron paralizados, reconociendo al fantasma que habían enterrado en secreto; mientras tanto, Irene empezaba a trazar su propia estrategia para enfrentar a su padre, y la vida de Bárbara pendía de un hilo tras pronunciar un nombre prohibido. La traición, los secretos y la inminente guerra transformaban Valle Salvaje en un lugar donde nada volvería a ser igual.

La noche parecía un ser viviente. Se arrastraba por los antiguos muros del palacio, se filtraba por los pasillos silenciosos y susurraba entre los robles centenarios que guardaban la finca. Para Mercedes, cada respiración se volvió un peso, el aire frío y denso llenaba sus pulmones mientras su mundo cambiaba en un instante. Allí, en el umbral iluminado por una solitaria lámpara, se erguía un hombre que parecía un espectro hecho de carne y hueso. Dámaso dio un paso hacia la luz y, con cada movimiento, los años parecían desprenderse de su rostro como una máscara gastada. Sus facciones eran duras, talladas por el sufrimiento, y una cicatriz delgada cruzaba su ceja izquierda como un hilo de plata. Pero sus ojos seguían siendo los mismos, profundos y llenos de emociones contenidas, aquellos que habían cautivado a Mercedes en otra vida.

Valle Salvaje - Victoria ahoga a Mercedes para matarla

“Soy yo, Mercedes… en cuerpo y alma”, susurró él, con una voz grave y rasposa, pero inconfundiblemente suya. El nombre resonó en la mente de ella como un campanazo: Dámaso. Todos lo habían creído muerto. Mercedes había enterrado su memoria bajo capas de deber y resignación, obligándose a seguir adelante, a reconstruir su vida sobre las cenizas de su pasado. Y ahora, el fuego que creía extinguido ardía nuevamente ante sus ojos. Retrocedió, intentando ahogar un grito que luchaba por escapar, y apenas pudo articular un “¿Cómo…?”.

“La muerte no siempre es el final, a veces es solo un escondite”, respondió Dámaso, sus ojos fijos en ella, examinando cada línea de su rostro y cada matiz de su conmoción. “He vivido en las sombras durante mucho tiempo. Observando. Esperando. Y ahora he vuelto para reclamar lo que es mío”. Su voz era firme y decidida. Mercedes, confundida y aterrada, apenas pudo murmurar: “¿Reclamar? ¿Qué quieres decir?”. Él dio un paso más, y la fragancia de tierra húmeda y noche fría lo envolvió: “Todo. Mi nombre, mi honor, mi vida. Pero necesito que guardes mi secreto. Por ahora, para el mundo sigo muerto. Preséntame como un pariente lejano, un viejo amigo, cualquier cosa… pero nadie puede saber quién soy realmente. Seré tu aliado en la sombra, el cuchillo que no verán venir”.

La magnitud del peligro golpeó a Mercedes con fuerza. La aparición de Dámaso no era un regreso común; era una declaración de guerra silenciosa. Con un asentimiento apenas perceptible, aceptó su papel en este frente de batalla invisible. Dámaso la miró por última vez, combinando dolor antiguo con determinación de acero, antes de desvanecerse nuevamente en la oscuridad, dejándola sola con un fantasma que ahora latía en su propio corazón.

Al amanecer, la luz dorada del sol no trajo consuelo. La Casa Pequeña estaba impregnada del olor antiséptico de la enfermedad y de la tensión de la espera. Adriana no se había movido del lado de Bárbara, cuya respiración superficial y manos frías la mantenían en un limbo entre la vida y la muerte. La aparición del marqués provocó que Adriana estallara en furia contenida, interponiéndose entre él y la cama de su amiga como una leona protegiendo a su cría. Su voz era un arma: “¡Ella está así por su culpa! ¡Fuera de aquí!”. El marqués, sorprendido y paralizado ante la acusación directa, retrocedió sin pronunciar palabra, dejando a Adriana sola con el silencio y los susurros de Bárbara.

Mientras tanto, Irene sentía cómo la culpa la devoraba al ver los planes de su padre y Leonardo sobre su boda. Cada sonrisa, cada mirada posesiva, era un recordatorio de la prisión en la que había vivido. Pero la caída de Bárbara había encendido en ella una resolución fría y decidida. Encontró al capataz y le susurró un secreto oscuro, una verdad que, revelada, destruiría a su padre y cambiaría el equilibrio de poder en Valle Salvaje. La magnitud de su confesión dejó al hombre pálido, comprendiendo que no solo se trataba de romper un compromiso, sino de detonar un terremoto en el corazón de la familia.

El marido perdido de Victoria vuelve a 'Valle Salvaje'

En el despacho principal, Victoria y José Luis lidiaban con la noticia del robo de la talla de madera, conscientes de que era mucho más que un hurto: era una amenaza directa a su imperio de mentiras. Su discusión se interrumpió con la llegada de un hombre que decía ser “Fuentes”, un viejo conocido recomendado por Mercedes como jardinero. Al entrar Dámaso, incluso bajo un alias, el aire se volvió espeso. Victoria y José Luis vieron la cicatriz, los ojos implacables, y el mundo se les vino abajo. José Luis derribó una copa de coñac, y Victoria se sostuvo de una silla para no caer. Dámaso los miró con la calma de un depredador y les dijo: “¿Qué será lo primero que se derrumbe, vuestro imperio o vuestra fachada de decencia? Todo a su tiempo. Por ahora, solo estoy aquí por el jardín”.

La tensión se trasladó a la cocina y al servicio. El robo de la talla había puesto a todos en alerta. Tomás fue acusado formalmente, mientras Luisa, incapaz de seguir callando, contó toda la historia a Mercedes. Al ver las iniciales “D” y “M” en un medallón, todo encajó: la evidencia clave estaba dentro de la talla, robada siguiendo instrucciones anónimas. El clímax llegó en la fiesta de compromiso de Irene y Leonardo. Irene se negó a brindar por su boda, y reveló la verdad sobre la traición de su padre. En ese momento, Dámaso entró, junto a Mercedes y el sargento de la Guardia Civil, reclamando su nombre y justicia: “Mi nombre es Dámaso Alarcón, marqués de Linarea. He vuelto de entre los muertos para reclamarlo y hacer justicia”.

El caos se desató. Victoria y José Luis fueron arrestados, don Hernando vio su imperio desmoronarse. Bárbara, recuperada, confirmó lo que todos sospechaban: Dámaso había vuelto. Valle Salvaje, tras la tormenta, respiraba finalmente. La justicia había prevalecido, el amor sobrevivido a la traición florecía, y bajo los viejos robles, Dámaso y Mercedes, juntos al fin, miraban hacia un futuro por escribir. “Se acabó”, susurró Mercedes. “No”, respondió él. “Acaba de empezar”.

El valle salvaje había cambiado para siempre, y sobre las ruinas del engaño, la vida, la justicia y el amor habían renacido con fuerza.