¿Victoria matará a Mercedes para callar la verdad? | Valle Salvaje Capítulo 248 #vallesalvaje

Spoiler: Victoria planea asesinar a Mercedes para silenciar la verdad en Valle Salvaje

El capítulo 248 de Valle Salvaje se convirtió en uno de los más intensos de toda la serie, un torbellino de secretos, acusaciones y revelaciones que hicieron temblar los cimientos del valle. La casa grande y la casa pequeña se vieron envueltas en un clima de sospechas, mientras la tensión crecía hasta alcanzar su punto de ebullición. Rafael, consumido por la ira y el dolor, no dudó en señalar directamente a Úrsula como responsable de la muerte de Julio, su propio hermano. A su lado, Adriana se mantuvo firme, convirtiéndose en su apoyo más inquebrantable en esta búsqueda de justicia que parecía no tener fin.

Pero mientras ellos libraban su propia batalla, otros conflictos ardían en silencio. Los celos de Bárbara hacia Irene estallaron de nuevo, alimentando una disputa que giraba en torno a la misteriosa carta de Amanda. Al mismo tiempo, Martín luchaba con sus propios demonios: un amor imposible, una identidad escondida y la culpa de un secreto compartido con Matilde. En Valle Salvaje, el amor nunca era inocente; era un arma que podía destruir tanto como redimir.

Matilde, atrapada entre el pasado y el presente, descubrió una verdad que la desgarró por completo: Gaspar, su difunto esposo, era hijo del duque, el mismo hombre que había marcado con su sombra toda su vida. Aquel lazo de sangre la unía para siempre al linaje de los Galbe de Aguirre, una condena imposible de romper. Mientras tanto, José Luis movía sus hilos con astucia, intentando manipular a Rafael para apartarlo de Adriana y mantener el control de las tierras. Pero Mercedes, símbolo de integridad y justicia, decidió romper el silencio.

Reveló ante todos que las tierras del valle no pertenecían al duque, sino a los Salcedo de la Cruz y Millar. Su declaración fue un golpe directo al orgullo y al poder de Victoria, quien estalló en una furia descontrolada. En su interior, la marquesa comprendió que esa verdad podía destruir todo lo que había construido, y su odio hacia Mercedes creció hasta convertirse en una obsesión mortal.

Esa noche, Mercedes, en la tranquilidad de la casa pequeña, cosía junto a la ventana mientras reflexionaba sobre las consecuencias de su confesión. Matilde, con el alma atormentada, le preguntó si lo que decía Adriana era cierto. Mercedes, tras dudar unos segundos, confirmó con serenidad que las tierras nunca fueron del duque. En ese instante, Victoria apareció en el umbral, su sombra proyectándose como una amenaza. La marquesa la enfrentó con una mirada de puro desprecio y una sonrisa helada que anunciaba tragedia.

“Has cometido un error, Mercedes”, le dijo con voz venenosa. “Un error que no te perdonaré jamás.”

Mercedes sabía que había firmado su sentencia, pero no se arrepentía. Defender la verdad era su deber, aunque le costara la vida. En la casa grande, Rafael seguía juntando las piezas de un rompecabezas cada vez más oscuro. Estaba convencido de que Úrsula había sido la mano que envenenó a Julio. Adriana, aunque perturbada, lo apoyaba, comprendiendo que el peligro se extendía más allá de la venganza: ahora, Mercedes estaba en el centro de la tormenta.

En otro rincón del valle, los celos y las pasiones seguían encendiendo conflictos. Bárbara, consumida por la desconfianza, acusó a Irene de estar enamorada de Leonardo. Entre gritos, reproches y lágrimas, la amistad entre ambas mujeres se rompió. Leonardo intentó calmar los ánimos, pero sus palabras se perdieron en el aire pesado de resentimiento. La carta de Amanda, aún guardada por Irene, seguía siendo el misterio que las dividía.

Mientras tanto, Martín se hundía en un laberinto emocional. Luchaba por ocultar su parentesco con Matilde y los celos que sentía por Peppa y Francisco. La tensión entre los tres crecía en cada encuentro. Una cena que debía ser fraternal terminó con Martín escapando del salón, incapaz de soportar la visión de Peppa riendo junto a otro hombre. Francisco, despreocupado, parecía ignorar las tormentas que causaba, mientras su padre lo reprendía por su falta de madurez. En la penumbra de su habitación, Martín comprendía que el peso de sus secretos lo estaba destruyendo lentamente.

Al caer la tarde, Matilde regresó junto a Mercedes, buscando consuelo. Llevaba en el alma una sospecha terrible: que su esposo Gaspar era hijo del duque y de Victoria. Mercedes, con tristeza, confirmó sus temores. La verdad fue como un golpe en el pecho para Matilde, quien se derrumbó al comprender que toda su vida había estado unida, sin saberlo, al hombre más cruel del valle. Mercedes intentó consolarla, recordándole que no debía cargar con culpas ajenas. “Gaspar eligió su camino”, le dijo con dulzura. “Tú sigues siendo la mujer que luchó por sus hijos.”

Pero mientras Matilde se debatía entre el dolor y la resignación, Victoria tomaba una decisión final. En su habitación, caminaba de un lado a otro con los labios apretados. El odio la consumía. Finalmente, tomó un pequeño frasco oculto en su tocador, el mismo veneno que había usado antes para silenciar otras voces incómodas. No sentía remordimiento, solo determinación. Mercedes debía pagar.

La marquesa caminó hacia la casa pequeña con pasos firmes. Al verla entrar, Mercedes comprendió al instante que aquella visita no traía buenas intenciones. “¿Qué haces aquí, Victoria?”, preguntó con serenidad. La otra mujer, con el rostro endurecido, respondió sin rodeos: “Vengo a terminar con tu insolencia. Has hablado demasiado, y ahora pagarás por ello.” Matilde, que escuchó los pasos y la voz desde la habitación contigua, se asomó justo a tiempo para ver el brillo del frasco en la mano de Victoria.

“¡Mercedes, cuidado!”, gritó, irrumpiendo en la sala. Victoria giró furiosa, escondiendo el veneno tras su espalda. “Fuera de aquí, Matilde. Esto no te concierne.” Pero Mercedes no retrocedió. La miró de frente y dijo con firmeza: “No temo a la muerte, Victoria. Lo que me daría miedo es vivir mintiendo, como tú.” Las palabras resonaron como un desafío.

Por un instante, el silencio se hizo insoportable. Victoria alzó el frasco, lista para ejecutar su amenaza, pero Matilde se interpuso, extendiendo los brazos. “No lo harás”, advirtió. “Si tocas a Mercedes, me tendrás como enemiga.” La marquesa dudó. Sabía que no podía permitirse testigos. Con una mirada cargada de odio, se inclinó hacia Mercedes y susurró: “Puede que no sea hoy, pero pronto terminaré contigo. Nadie desafía a Victoria Galbe de Aguirre y vive para contarlo.”

Mercedes se mantuvo inmóvil, serena. Matilde corrió a abrazarla, temblando de miedo. “Has estado a punto de morir”, murmuró. Mercedes la consoló con una sonrisa. “El miedo es el arma de los cobardes”, dijo suavemente. Pero ambas sabían que la amenaza no había terminado.

Esa noche, el valle se cubrió de un silencio espeso, lleno de presagios. Los rumores sobre la confesión de Mercedes se propagaban entre los criados. Rafael, sin saberlo, se concentraba en descubrir la verdad sobre la muerte de su hermano, ajeno al peligro mortal que acechaba a su tía. En sus aposentos, Victoria seguía planeando su venganza, repitiendo entre dientes: “No habrá paz hasta que Mercedes desaparezca.”

La vida de Mercedes pendía de un hilo. Su valentía había encendido la chispa de una guerra secreta en el corazón de Valle Salvaje, y todos presentían que el amanecer traería consigo un desenlace inevitable. En el valle, el silencio ya no era calma, sino el preludio de la tragedia.